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“Tomad, comed; esto es mi cuerpo”

Del número de octubre de 1966 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cristo Jesús mostró a la humanidad que él fue siempre dueño y señor de su cuerpo y jamás su esclavo. Sanó toda clase de enfermedades —, cojeras, cegueras y otros defectos físicos —, venció el hambre y la sed en el desierto y se sobrepuso a la muerte en sí mismo y la venció para otros.

Sin embargo, los seres humanos aún contemplan el cuerpo como si fuese un ídolo y mucho es el tiempo que le dedican pensando en él, alimentándolo, vistiéndolo, haciéndolo trabajar, haciéndolo descansar, demandando de él placer, o sufriendo a causa de él. Para aquellos que se subyugan al cuerpo, éste se convierte en un duro amo que hace víctimas a sus siervos sometiéndolos a la limitación y a la muerte.

La Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens. ha venido a esta era para recordarnos todo lo que Jesús enseñó y para guiar a la humanidad a la comprensión de las verdades espirituales. Las obras de Mary Baker Eddy, la inspirada Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, nos enseñan que el cuerpo verdadero no es material ni corporal, sino espiritual y mental.

El concepto que Jesús poseía del cuerpo era que éste es la incorporación de todas las ideas correctas, la identidad consciente del ser que refleja las cualidades infinitas de Dios, tales como dominio, fortaleza, libertad, armonía, pureza y perfección. Jesús representaba al Cristo, la idea espiritual de la filiación del hombre con Dios, o sea, el ser espiritual que lo capacitó para caminar sobre las olas, sanar a los enfermos y resucitar a los muertos. Constantemente instaba a sus discípulos a que siguieran su ejemplo y a que hicieran las obras que él hizo mediante la comprensión propia y reflejo consciente del Cristo, la Verdad.

En la Ultima Cena, Jesús desvió la atención de sus discípulos de la prueba que debía pasar y la guió hacia la Verdad espiritual que él estaba demostrando. Tomó el pan de la Pascua y con amor se los dio para que lo comieran.

Acerca de este momento supremo, en su manera insuperable de escribir, Mrs. Eddy dice lo siguiente: “Sus seguidores, tristes y silenciosos, presintiendo la hora en que se le hiciera traición a su Maestro, participaron del maná celestial que antaño alimentara en el desierto a los perseguidos partidarios de la Verdad. Su pan de veras descendió del cielo. Era éste la gran verdad del ser espiritual, sanando a los enfermos y echando fuera el error. Su Maestro lo había explicado todo antes, y ahora este pan los alimentaba y sostenía” (“Ciencia y Salud con Clave de los Escrituras,” pág. 33).

El acto de comer los panes ázimos había sido designado por Moisés como parte de lo establecido para la celebración anual que llevaban a cabo los hijos de Israel para conmemorar su liberación de la esclavitud de Egipto. Pero en esta ocasión Jesús elevó el pensamiento de sus seguidores hacia un significado más alto de la ceremonia tradicional y los instó a que comieran este pan en memoria de él, de manera que pudieran siempre recordar que su vida, al demostrar la unidad del hombre con Dios, había traído a la humanidad una mayor liberación que aquella que libró a los hijos de Israel de la esclavitud egipcia.

Jesús había demostrado la totalidad de la gloria y el poder del Cristo que aporta liberación del pecado, de la enfermedad y la muerte. El momento culminante de su carrera era inminente y los pocos y últimos momentos que pasó en quietud con sus discípulos fueron de enorme importancia. En esa ocasión pronunció estas palabras: “Hijitos, todavía un poco de tiempo estoy con vosotros” (Juan 13:33). El Evangelio de San Juan que relata las admirables palabras del Maestro pronunciadas en la Ultima Cena, ofrece preguntas y respuestas y muestra que cada discípulo percibió la enorme importancia de aprovechar esos momentos para disipar, antes de que el Maestro los dejara, las dudas y los malentendidos que abrigaban.

Los otros tres Evangelistas, Mateo, Marcos y Lucas, no dan detalles de la conversación que Jesús sostuvo con sus discípulos durante la cena en aquella memorable ocasión, pero sí relatan que Jesús dijo que uno de ellos lo traicionaría; también ilustran el pesar de los discípulos en razón de este desconcertante anuncio, pesar que se expresó en la pregunta que cada uno de ellos le hizo (Mateo 26:22): “¿Acaso soy yo, Señor?” Luego los tres Evangelistas siguen relatando que Jesús tomó el pan y el vino de la fiesta Pascual y se los dio a los discípulos, como si hubiese deseado resumir el valor cabal de su vida y de su enseñanza, en estas palabras: “Tomad, comed; esto es mi cuerpo.”

“Comer” significa asimilar, absorber. Jesús, que muy pronto los dejaría, ¿no quiso acaso decirles que se unieran a él, comiendo — asimilando — la verdad que él había vivido y les había enseñado y demostrado, para que ellos a su vez demostraran esa verdad como lo había hecho él con la resplandeciente simplicidad y poder del Cristo? Anteriormente, Jesús con frecuencia les había hablado del pan del cielo. En cierta ocasión, cuando multiplicara los panes y los peces recomendó a sus discípulos que no trabajaran por el alimento que perece e hizo esta sucinta declaración (Juan 6:35): “Yo soy el pan de la vida,” y (versículo 51) “Si alguno comiere de este pan, vivirá eternamente.”

Los estudiantes pueden hallar diversos pasajes en otros libros de la Biblia que ofrecen iluminación en cuanto a este asunto si comparan el uso que se ha hecho de frases similares. En el tercer capítulo de Ezequiel el profeta relata una visión que tuvo y que le mostraba “el rollo de un libro” y la voz de Dios que le ordenó diciendo (Ezequiel 3:1): “Hijo del hombre ... come este rollo: luego anda, habla a la casa de Israel.” En el libro del Apocalipsis hallamos la misma forma de expresión (10:8, 9): “La voz que yo había oído procedente del cielo, me habló otra vez, diciendo: Anda, toma el rollo que está abierto en la mano del ángel ... ¡ Tóma, y cómelo!”

Al referirse a este pasaje en Ciencia y Salud, nuestra inspirada Guía nos insta a estudiar y meditar las enseñanzas del “librito” para ponerlas en práctica en nuestra vida diaria. Ella escribe (pág. 559): “Mortales, obedeced al mensajero celestial. Tomad la Ciencia divina. Leed este libro desde el comienzo hasta el fin. Estudiadlo, meditadlo. Será de veras dulce al saborearlo, cuando os sane; pero no murmuréis contra la Verdad, si halláis que su digestión es amarga. Cuando os acerquéis más y más a este Principio divino, cuando comáis el cuerpo divino de este Principio, — participando así de la naturaleza, o sea los elementos primarios, de la Verdad y el Amor, — nos os sorprendáis ni os enojéis porque tengáis que participar de la copa de cicuta y comer las hierbas amargas; porque los israelitas de antaño en la cena pascual prefiguraron así ese tránsito peligroso de la esclavitud a El Dorado de la fe y la esperanza.”

En la comunión espiritual es donde hallamos la unión del hombre con la Mente divina. En esta comunión la identidad se comprende como la encarnación individual consciente del espíritu del Cristo, o sea la actividad de reflejar el amor, la salud, la armonía, la paz y la felicidad. Este estado trascendental del ser irradia del Principio y es la consciencia subjetiva de la infinitud del bien. No incluye el mal, la enfermedad, la obstrucción, la limitación, ni período de espera que sugiera un fin fatal.

El concepto verdadero del cuerpo corrige un sentido falso de identificación con la materia y anula las creencias y temores que se originan en la mente mortal y que están vinculados con la suposición de un cuerpo material, físico y mortal. Acalla las sugestiones de vejez y decrepitud y libra de la insinuación mortal de que el pecado es un mal necesario e indispensable.

El cuerpo, como expresión de la Verdad, no puede ser afectado ni por la enfermedad, ni por los accidentes, ni por la fuerza atómica. El cuerpo está fuera del alcance del mal, ya sea en la forma de sugestión agresiva de temor, de carencia, de condiciones mundiales o de la posibilidad de cualquier desastre.

En santa comunión con las ideas divinas, en consagración devota con el Cristo viviente, discernimos el concepto verdadero de lo que constituye el cuerpo y así comemos el pan de la Verdad espiritual y bebemos el vino de la inspiración celestial. Las inapreciables palabras de nuestro Maestro “Tomad, comed; esto es mi cuerpo” ofrecen un nuevo ímpetu a nuestra vida. La comunión no es una ceremonia, sino algo que debe practicarse diariamente. El sacramento se celebra en la demostración del reflejo fiel de la bondad y del amor divinos, en el resplandor de una gratitud llena de afecto, en salud y felicidad, que son señales del Emmanuel o “Dios con nosotros.” Así el Cristo es elevado, y el hombre se reconoce como la representación o expresión radiante de la gloria de Dios y de la imagen de la Mente.

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