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El temor no tiene poder

Del número de octubre de 1966 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Generalmente consideramos el temor como una reacción causada por las circunstancias. Creemos que tenemos miedo porque tal vez pueda ocurrir algo malo. Abrigamos el temor porque nos sentimos inseguros de nuestra habilidad para defendernos. Pero cuando el peligro ha pasado decimos que ya no tenemos miedo.

Mediante el estudio y la práctica de la Ciencia CristianaChristian Science: Pronunciado Crischan Sáiens., percibimos que el miedo no es una reacción; es en sí una acción mental falsa. Es un elemento básico de la mente mortal, la fuente de todo mal, el supuesto contrario de la Mente divina, o sea de Dios, el bien. La creación falsa de la mente mortal es la materia que supuestamente se desarrolla a sí misma, y su fuerza aparente es magnetismo animal.

La Mente verdadera es el Espíritu, y su creación, el hombre, es espiritual. Entonces en la Verdad nosotros somos ideas espirituales, los hijos perfectos de Dios. El término genérico para designar estas ideas es hombre. La supuesta oposición que la mente mortal presenta al Espíritu crea la ilusión llamada materia, y el magnetismo animal parecería capaz de convencernos de que la materia es lo verdadero y que nosotros somos mortales.

En realidad la totalidad de Dios, el bien, no da lugar a nada que pueda hacernos reaccionar con temor. No obstante, si aceptamos la sugestión de que somos mortales que vivimos en un mundo material creado por la mente mortal, hallamos mucho a lo cual temer. Las ilusiones del magnetismo animal se forman en y por medio del temor. El temor y sus ilusiones son una misma cosa.

El Salmista dijo de aquel que sabe que vive “en el retiro del Altísimo” (Salmo 91:1): “No tendrás temor.” Y en otro Salmo (27:1) leemos lo siguiente: “¡Jehová es mi luz y mi salvación! ¿de quién temeré? ¡Jehová es la fortaleza de mi vida! ¿de quién me espantaré?”

En “Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras,” Mary Baker Eddy escribe (pág. 154): “La enfermedad, lo mismo que otras condiciones mentales, proviene de la asociación de conceptos. Puesto que es una ley de la mente mortal que ciertas enfermedades deben considerarse como contagiosas, esta ley se hace valer por asociación de conceptos, — evocando el temor que crea la imagen de la enfermedad y su consiguiente manifestación en el cuerpo.”

Y en las páginas 411 y 412 del mismo libro dice: “Comenzad siempre vuestro tratamiento, apaciguando el temor de los pacientes. En silencio aseguradles de que están exentos de enfermedad y peligro. Observad el resultado de esta regla tan sencilla de la Ciencia Cristiana, y encontraréis que alivia los síntomas de toda enfermedad. Si lográis eliminar el temor por completo, vuestro paciente está curado.”

Para sobreponerse al temor y sus efectos, debemos comprender que el temor pretende ser un poder capaz de originar la enfermedad. Debemos, por lo tanto, reconocer la falsedad de su pretensión. La mente mortal nos dice que no podemos deshacernos del temor hasta que las circunstancias cambien. En tanto que existe peligro, la mente mortal hasta se atreve a decirnos que sería falto de sabiduría el no abrigar temor. No obstante, cuando comprendemos que, tanto el temor como el peligro, son ilusiones de la misma supuesta mente, podemos cesar de reconocerlas y comenzar a negar sus pretensiones.

Nuestro método de negación consiste en aplicar la verdad. Esta verdad va al fondo mismo de la situación, vale decir, declara quienes somos, de qué estamos formados, qué fuerzas nos gobiernan y qué es lo que en realidad puede ocurrirnos. Por comenzar, somos ideas espirituales que emanamos de la Mente. A medida que lo comprendemos podemos vencer la sugestión de que pueda haber algo en nosotros que piense temerosamente o que se sienta atemorizado. La substancia de nuestro ser es la Mente que reflejamos. Esta Mente es Amor. Por lo tanto en nosotros no hay nada que pueda odiar o temer; sentir resentimiento o incertidumbre.

El Amor es el Principio de toda la creación. No hay en realidad otra fuerza que nos gobierne, sino sólo la del Principio inteligente, invariable y armonioso. En vista de que el Principio es la fuente como también la condición de todo el ser, el único acontecimiento que toma lugar es el desenvolvimiento de la perfección divina. A medida que comprendemos y aplicamos esta verdad, realizamos y demostramos la incesante actividad del bien en nuestra vida.

Nosotros poseemos el poder de echar fuera el temor. A medida que cesamos de darle poder al temor, y a la materia la habilidad de atemorizarnos, ejercemos el dominio, tanto sobre el temor como sobre aquello que parecería hacernos temer. Para no honrar al temor debemos honrar a Dios como nuestro Padre-Madre, que es nuestro origen, nuestra Mente. Debemos repudiar un sentido material de personalidad. Debemos cesar de ser orgullosos. Debemos sobreponernos a la sensibilidad. Debemos contemplar a todos como ideas de Dios y comprender que no existe ninguna otra individualidad verdadera.

Si pareciera que abrigamos temor, debemos ejercer el dominio que Dios nos ha otorgado y cesar de temer. Si le tenemos miedo al temor podemos comprender el origen falso que el temor tiene y afirmar que es impotente. Podemos renunciar a la creencia falsa en la individualidad material y percibir que somos ideas divinas, formadas y gobernadas sólo por Dios.

En la página 151 de Ciencia y Salud, Mrs. Eddy dice: “El miedo jamás ha detenido el ser y su acción.” Más adelante continúa diciendo: “Todo lo que realmente existe es la Mente divina y su idea, y en esta Mente todo el ser se revela como armonioso y eterno. El camino recto y estrecho es ver y reconocer esta verdad, ceder a este poder y seguir las intuiciones de la verdad.” Cristo Jesús dijo (Lucas 12:32): “No temáis, manada pequeña, porque al Padre le place daros el reino.”

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