Al fin del año 1931 me hallaba empleado por el contratista general en la nueva sede de la Sociedad Editora de la Ciencia Cristiana en Boston. Mi trabajo me ponía en contacto diariamente con un consagrado Científico Cristiano, quien respondía pacientemente a las numerosas preguntas que yo le hacía respecto a su religión, la que hasta entonces me había sido totalmente desconocida.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!