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Reverencia por la Verdad

Del número de julio de 1966 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Desde la antigüedad la veracidad ha constituído un requisito fundamental en lo que se refiere al buen carácter humano y para tener verdadero éxito en la vida. A los niños se les enseña a decir la verdad, los tribunales de justicia la requieren y castigan lo contrario, los adultos tienen que practicarla para sí mismos y expresarla hacia todos si desean mantener su dignidad y gozar del respeto de los demás. La veracidad es un requisito básico para obtener el éxito en la vida matrimonial, en los negocios y en todas las relaciones humanas.

¿De dónde viene esta demanda? ¿Cómo se ha desarrollado desde la era primitiva cuando la lucha por el sustento diario era el único objeto del esfuerzo humano? Es obvio que la observación humana sobre los efectos que produce la verdad en uno mismo y en otros, ha llevado gradualmente a la conclusión de que la verdad es buena, de que se sostiene a sí misma, de que protege todo y de que la mentira es el opuesto de la verdad; un mal que destruye y que se destruye a sí mismo.

Las experiencias humanas con la verdad y su opuesto, con sus respectivas enseñanzas y efectos — ampliamente ilustrados en el Antiguo Testamento en la historia de los hijos de Israel — preparó hasta cierto punto el pensamiento humano para el próximo paso en su desarrollo espiritual, vale decir, para la aceptación de las enseñanzas de Cristo Jesús. En sus maravillosas obras de curación y con el ejemplo de su vida entera, el Maestro probó que Dios es Amor y guió el pensamiento humano a percibir la Verdad y el Amor y a contemplar al hombre como el hijo bienamado de Dios, eterno, cariñoso y veraz. Enseño que la manifestación de la verdad en el modo de vivir es tan importante como el manifestar el amor.

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