Pepito era un miembro muy entusiasta de un grupo de niños que asistía al kindergarten cuatro mañanas a la semana. El edificio de la escuela se hallaba ubicado en medio del bosque y en el otoño los niños pasaban mucho tiempo al aire libre. Un día Pepito y otro niño encontraron una tortuga y Pepito se la llevó a su casa. En otra ocasión la clase recogió nueces y las puso a secar al sol.
Todos los días, cuando Pepito volvía a la casa, las historias que relataba mostraba cuánto era lo que se divertía con sus amiguitos. En efecto lo más agradable de asistir al kindergarten era que le permitía explorar con otros muchachos, construir diversas cosas y jugar a diferentes juegos.
Sin embargo, a los pocos meses la maestra pidió a todas las madres que asistieran a una reunión. Les explicó que era tanto el tiempo que los niños pasaban peleando que ella no podía enseñarles nada interesante o útil. Rogó a cada madre que hablara con su propio niño con el objeto de corregir esta situación.
La madre de Pepito habló con él y estuvieron de acuerdo que pelear no era bueno y que él debía ser amigo de todos los niños de la clase. Pero al día siguiente Pepito volvió a su casa con rastros en la cara que mostraban que había peleado.
Claramente se vió que sólo la Ciencia Cristiana podía resolver este problema. Esa tarde la mamá, tomando su ejemplar de Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, lo abrió en la página 446 y leyó lo siguiente: “No son las trivialidades humanas, sino las bienaventuranzas divinas, las que reflejan la luz y el poder espirituales que sanan al enfermo.”
Cuando Pepito despertó de su siesta, la mamá abrió su Biblia en la parte en que se habla del Sermón de la Montaña y le leyó al niño la siguiente bienaventuranza: “Bienaventurados los pacificadores; porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Luego le preguntó a Pepito si sabía lo que era un “pacificador”. Pepito no estaba seguro, pero dijo que quería ser uno para ser reconocido así como un hijo de Dios. Su mamá le dijo entonces que un pacificador es alguien que es pacífico. Además le dijo que hacer las paces era mucho más que dejar de pelear. Consistía en pensar, hablar y hacer todo de un modo que hiciera feliz a los demás.
Todos los días, durante las siguientes semanas, la mamá y Pepito pensaron mucho acerca de su papel de pacificador. Un día, después de la clase de la Escuela Dominical, le contó a su mamá que su maestra había dicho a la clase que en realidad ellos eran hijos de Dios, y añadió: “De manera que esto me hace un ‘pacificador.’ ”
En otra ocasión Pepito le dijo a su mamá antes de partir para la escuela que ser un pacificador quería decir compartir los juguetes. Otro día le dijo que ser un pacificador era no pegar ni dar puntapies. Una noche mientras la mamá preparaba la cena, oyó cómo varios niños hablaban de cuán fuertes eran, y oyó que Pepito decía: “Ser fuerte significa ser bueno.”
La bienaventuranza se había convertido en una manera de vivir práctica para Pepito y que aportó la curación. Era una de las verdades que enseña la Ciencia Cristiana y que él podía demostrar. Halló que en el hogar disfrutaba de una alegría nueva con sus hermanos. Poco después, cuando la madre vió nuevamente a la maestra de Pepito, ésta le dijo que el niño cooperaba mucho más y que se llevaba muy bien con todos los de su clase.
Esto demostró que Pepito estaba practicando su papel de pacificador. En el hogar de Pepito toda la familia había adquirido una comprensión más clara de la promesa que aparece en Isaías (54:13): “Y todos tus hijos serán enseñados por Jehová; y grande será la paz de tus hijos.”