Pepito era un miembro muy entusiasta de un grupo de niños que asistía al kindergarten cuatro mañanas a la semana. El edificio de la escuela se hallaba ubicado en medio del bosque y en el otoño los niños pasaban mucho tiempo al aire libre. Un día Pepito y otro niño encontraron una tortuga y Pepito se la llevó a su casa. En otra ocasión la clase recogió nueces y las puso a secar al sol.
Todos los días, cuando Pepito volvía a la casa, las historias que relataba mostraba cuánto era lo que se divertía con sus amiguitos. En efecto lo más agradable de asistir al kindergarten era que le permitía explorar con otros muchachos, construir diversas cosas y jugar a diferentes juegos.
Sin embargo, a los pocos meses la maestra pidió a todas las madres que asistieran a una reunión. Les explicó que era tanto el tiempo que los niños pasaban peleando que ella no podía enseñarles nada interesante o útil. Rogó a cada madre que hablara con su propio niño con el objeto de corregir esta situación.
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