Hace algunos años mi marido se enfermó repentinamente y falleció. Yo quedé aturdida y desconsolada. No sabía realmente qué camino debía tomar. Era entonces una mujer joven con dos niños que criar y un hogar que mantener. Oré fervientemente tan bien como pude para saber qué hacer.
Comencé a recordar algunas de las declaraciones que había leído en cierta publicación de la Ciencia Cristiana que mi hermana me había enviado. Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana, la que se mostró muy amable, me alentó mucho y me dijo que pidiera prestado o que comprara un ejemplar de Ciencia y Salud escrito por Mrs. Eddy y que lo leyera y meditara. Prácticamente devoré el libro; lo leía en cada momento libre que tenía. Desde el principio, casi, me di cuenta que había encontrado la verdad y que era realmente lo que fundamentalmente siempre había creído. Mi pena fue sanada. Conseguí un trabajo muy apropiado que ayudó a reforzar mis ingresos. Paso a paso las cosas comenzaron a organizarse y a ubicarse en su lugar. Desde aquel momento yo me he apoyado en esta verdad.
Una de mis primeras curaciones fue la de continuos dolores de cabeza de los cuales sufría frecuentemente y que siempre creí había heredado de mi madre. Fui sanada por completo cuando aprendí que mi verdadero progenitor es mi Padre-Madre Dios y que, según leemos en la página 539 de Ciencia y Salud: “Dios no podría nunca impartir un elemento del mal, y el hombre no posee nada que no provenga de Dios”.
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