Aquellos que gozan de la vida son aquellos que han aprendido a vivir en armonía con los demás. Esta armonía puede alcanzarla cualquiera, mas no siempre puede obtenerse si contemplamos a nuestro prójimo como si fuera un mortal errado que posee una mente propia y que manifiesta los caprichos y las excentricidades que llevan a la fricción y al malentendido.
Cristo Jesús dió a los hombres una regla perfecta para lograr la armonía cuando dijo (Juan 7:24): “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Para ser honrado con los demás y para no ser un testigo falso contra ellos, debemos comprender y ver al hombre tal como Dios lo creó, es decir, creado a Su imagen y semejanza. Este hombre es el ser verdadero de cada persona. Aquello que aparece como un hombre mortal es una tosca falsificación, un concepto material del hombre de Dios, el cual es siempre espiritual, la imagen perfecta de su creador.
Jesús previno que la apariencia física del hombre mortal es la falsedad que procede del diablo o mal, el cual trataría de hacernos creer que la falsificación del hombre es el hombre verdadero y que todas las formas de odio, egoísmo o mal que este hombre falso parece manifestar son características naturales de la humanidad. El Maestro jamás fue engañado por esta mentira. Él dijo (Mateo 5:48): “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. El Maestro comprendió a fondo que un creador perfecto sólo podía crear un hombre perfecto, y que este hombre perfecto es el único que puede realmente existir. Fielmente se aferró a la gran verdad de que hay un solo Dios, un solo creador, una creación perfecta.
En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras por Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, leemos lo siguiente (págs. 476, 477): “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto que se le aparecía allí mismo donde los mortales ven al hombre mortal y pecador. En este hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios y este concepto correcto del hombre curaba al enfermo“. El espíritu de la Verdad que acompaña y es inseparable de lo que sabemos espiritualmente acerca de nosotros mismos y de otros, sana los problemas humanos, desvanece el temor y corrige los malentendidos.
¡Cuán rápida y eficientemente se hace el trabajo cuando albergamos pensamientos afectuosos acerca de los que nos rodean y cuán imposible es hacer un buen trabajo cuando permitimos que pensamientos discordantes nos priven de nuestra paz y armonía! En la proporción en que amamos, no el concepto falso respecto al hombre, sino la idea espiritual y verdadera que la Biblia tan claramente señala y que Cristo Jesús demostró, nosotros también experimentaremos más y más esa armonía natural que llena el universo.
El amor de Dios está en todas partes, no importa cuán reales parezcan ser las falsedades de la discordancia. Por no ser verdaderas, carecen de poder para dañarnos y no forman parte del hombre de Dios. Cuando comprendemos correctamente lo que es el hombre verdadero, percibimos que este hombre, amable, afectuoso y desinteresado, está aquí con nosotros ahora. La armonía es la ley de su ser y de su vida.
En Ciencia y Salud, Mrs. Eddy escribe (págs. 469, 470): “Con un mismo Padre, o sea Dios, todos en la familia humana serían hermanos; y con una sola Mente y esa Dios, o el bien, la fraternidad entre los hombres constaría de Amor y Verdad, y tendría la unidad de Principio y el poder espiritual que constituyen la Ciencia divina”.
Quítense de vosotros toda amargura, enojo,
ira, gritería y maledicencia,
y toda malicia.
Antes sed benignos unos con otros,
misericordiosos, perdonándoos unos a otros,
como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.
Efesios 4:31, 32