Como una de sus verdades básicas, la Ciencia Cristiana enseña la irrealidad del pecado. El pecado no procede de Dios, por lo tanto, no forma parte del hombre perfecto que Dios ha creado.
El Apóstol Juan declaró (I Juan 3:9): “Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios”. ¿A qué se debe entonces que el pecado aparezca en la escena? ¿Quién es el que peca? ¿No es acaso obvio que sólo puede ser un mortal, el cual no es “nacido de Dios” —, en otras palabras, aquello que es una falsificación del hombre real? Éste es el hombre al cual se refiere el Apóstol Pablo como el “viejo hombre” del cual, nos dice, debemos despojarnos (Efesios 4:22).
La Ciencia Cristiana nos ayuda a establecer una distinción clara entre los dos conceptos acerca del hombre — el real y el irreal — y nos enseña cómo encontrar santidad, paz y armonía por medio del esfuerzo consagrado y del deseo fervoroso de reemplazar el concepto falso del hombre por el verdadero.
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