Desde que escuché por primera vez hablar de la Ciencia Cristiana en 1936, he tenido muchas curaciones, por las cuales estoy muy agradecida.
Una de las primeras fue de una neuritis al cuello. El diagnóstico de un osteópata fue que se necesitarían tris semanas de masajes y de tratamiento a base de calor para aliviar la inflamación porque ésta era muy profunda. La condición era tan dolorosa que no podía ni comer ni dormir. Entonces una amiga — aunque ella misma no era Científica Cristiana — me contó de una curación que había tenido en la Ciencia Cristiana.
Llamé a una practicista, y después que me hubo hablado acerca de la bondad de Dios, el dolor desapareció completamente. Cuando terminamos de conversar — y nuestra conversación no duró más de cinco minutos — me encontraba completamente libre.
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