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La totalidad de Dios excluye el mal

Del número de enero de 1970 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


“Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio” declaró el profeta Habacuc refiriéndose a Dios (1:13). Esta verdad básica es fundamental para todas las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. Debido a que Dios, el bien, es Todo-en-todo y el creador de todo lo que tiene existencia verdadera, no puede entonces existir ningún mal que Él pueda ver.

Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, comprendió que todo lo que Dios conoce es un hecho espiritual. La Mente infinita no puede conocer el mal, lo opuesto de sí misma, pues tal conocimiento anularía la infinitud de Dios y haría del mal un hecho permanente.

Si Dios, el bien, pudiera ver el pecado, la enfermedad o cualquier otra discordancia en su más ínfimo grado, ningún poder o invención material o espiritual podría hacer algo para cambiarlos o eliminarlos. La humanidad estaría entonces sujeta eternamente a estos males, y el reino de Dios contendría dentro de sí mismo las semillas de su propia destrucción.

El relato espiritual de la creación que aparece en el primer capítulo del Génesis y en parte del segundo, no menciona el mal y declara que todo lo que Dios creó era bueno y que Su obra estaba terminada. Cristo Jesús amplió este relato al llamar al diablo, o mal, “homicida desde el principio”, el cual “no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él” (Juan 8:44).

Siendo Dios “muy limpio... de ojos para ver el mal” lógicamente se deduce que Su imagen y semejanza, el hombre, es también muy limpio para ver el mal en cualquier forma. La mente mortal, que concibe la imagen falsa de substancia material, es ella misma una falsedad, una ilusión que produce solamente ilusiones. Siendo una falsificación, intenta crear en su propio nivel un duplicado de algo del cual nada sabe. El hombre creado por Dios, sin embargo, está viendo constantemente un universo de ideas perfectas y espirituales sin mácula de mal, y este hombre es nuestra identidad verdadera, aquí y ahora.

Pues bien, el salmista afirmó que Dios “sana todas tus dolencias” (Salmos 103:3), y Jesús atribuyó a Dios todas las curaciones que él realizó. Entonces, es natural preguntarse cómo puede Dios curar una enfermedad del corazón, por ejemplo, si Él no está consciente del mal llamado enfermedad.

Aunque Dios, el Espíritu infinito, no tiene conocimiento de un corazón material, enfermo o sano, Dios está eternamente consciente de Sus propias ideas espirituales, las cuales constituyen la verdadera identidad del hombre. El corazón físico no tiene más poder para bombear vida al hombre real, del que tendría una bomba en un taller mecánico. Toda acción es espiritual; el Espíritu infinito está produciendo vida y acción perfectas en una corriente constante de bien a través de su linaje o expresión. El reconocimiento divinamente inspirado de este hecho preserva y protege el concepto actual que tenemos acerca del corazón y esto produce el funcionamiento normal de dicho órgano. El cuerpo físico es una manifestación del nivel de pensamiento del individuo.

Si bien el corazón material no ejecuta ninguna función vivificante verdadera, existe una actividad del Espíritu de la cual el órgano material llamado corazón es un concepto erróneo. La mente mortal asigna importantes funciones a sus falsos conceptos llamados miembros corporales, pero las funciones del hombre real son independientes de la materia y de las leyes materiales y están controladas y gobernadas por las leyes del Espíritu. Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras (pág. 269): “La metafísica resuelve las cosas en pensamientos y reemplaza los objetos de los sentidos por las ideas del Alma.

“Estas ideas son perfectamente reales y tangibles para la consciencia espiritual, y tienen esta ventaja sobre los objetos y pensamientos del sentido material, — son buenas y eternas”.

La Verdad, el Espíritu, penetra la consciencia humana, la instruye, y reduce y destruye la densa resistencia de las creencias materiales hasta el punto en que el error cede. El Espíritu está activo en la consciencia de todos, aun cuando a veces parezca estar totalmente sumergido bajo el testimonio del sentido material. Los buenos pensamientos evidencian nuestra individualidad verdadera, la cual brilla a través de la neblina de una aparente individualidad dual en parte material y en parte espiritual. En realidad, el hombre no tiene una individualidad dual, sólo la espiritual es la verdadera.

El mal es solamente un contrario hipotético de Dios. Todas sus guerras, odios, enfermedades y muertes, son sueños individuales y colectivos. Ésta es la razón por la cual para Dios no existe el mal, y por esto el hombre creado por Dios tampoco puede experimentar ningún mal.

Así como el sol no tiene que tomar en cuenta la neblina para disiparla, del mismo modo, la Mente infinita no tiene que tener conocimiento de la enfermedad para eliminarla. El falso concepto que la llamada mente mortal tiene acerca de la idea divina, concepto que se manifiesta como un cuerpo enfermo, no puede mantenerse a sí mismo ante la presencia de la Verdad en la consciencia de la persona que reconoce que toda substancia verdadera está en el Espíritu. Puesto que Dios, el bien, es el único poder en el universo, este poder es una ley para todo lo que existe, aun para el concepto limitado que actualmente tenemos del cuerpo. Es una ley tanto en el cielo como en la tierra. Dios no ve nada desemejante a Sí mismo, pues en realidad jamás ha habido nada desemejante a Él.

Mrs. Eddy declara (ibid., pág. 243): “La Verdad no es consciente del error. El Amor no siente odio. La Vida no se asocia con la muerte. La Verdad, la Vida y el Amor son una ley de aniquiliación para todo lo que sea su desemejanza porque no proclaman sino a Dios”.

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