“¿Cuánto tiempo le dedicamos a Dios?” Esta pregunta, que merece una respuesta, se encontraba en una pequeña vitrina perteneciente a un grupo de jóvenes.
Durante una charla radial, uno de los estudiantes de este grupo dijo: “¡ ‘Amaos los unos a los otros’! (Juan 13:34 — Según la Biblia inglesa.) Vivir de veras la religión cristiana en este sentido sería la revolución que haría innecesarias todas las otras revoluciones”.
Muchos jóvenes que anhelan alcanzar sus ideales pronuncian estas palabras en medio de un mundo que cree que no tiene tiempo nada más que para alcanzar sus metas materiales y donde el egoísmo parece reinar. La Ciencia Cristiana, al señalar el camino que lleva a Dios, acerca a los hombres de tal manera a Él, que Dios llega a ser el centro de sus vidas.
Mrs. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “Dios es Amor. ¿Podemos pedirle que sea más? Dios es inteligencia. ¿ Podemos informar a la Mente infinita de algo que no comprenda ya? ¿Esperamos cambiar la perfección? ¿Pediremos más al lado de la fuente abierta, que ya está vertiendo más de lo que aceptamos? El deseo inexpresado sí nos acerca más al manantial de toda existencia y bienaventuranza” (pág. 2).
La Ciencia Cristiana enseña que el hombre es la idea de Dios y que lo refleja a Él y a todas Sus cualidades divinas. Por consiguiente, podemos sentirnos espiritualmente unidos a Dios y a nuestro prójimo. Para poder comprender esto, es necesario transformar nuestro pensamiento. Tenemos que abandonar las enseñanzas tradicionales en que se representa a Dios como el bien y el mal.
En la Biblia leemos: “¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” (Jeremías 23:24). Dios es el Principio omnipresente, la causa eterna y la única fuente de todo bien y de todo lo que es verdadero. Dios es Espíritu, no materia. Cuando estudiamos Ciencia Cristiana, reconocemos que debemos buscar la realidad en la comprensión espiritual de lo que es Dios y Su universo — no en la materia. El aprender a comprender a Dios de esta manera es el don más grande de la humanidad. El reconocer que Dios, el bien, es el centro de toda existencia, proporciona a nuestra consciencia un punto de vista firme. El bien nunca pudo haber creado el mal que parece oprimir a la humanidad. Por medio de este cambio radical de pensamiento, cada uno puede liberarse en la medida en que su ignorancia sea reemplazada por la verdad de Dios.
Mrs. Eddy dice: “La Ciencia es absoluta y terminante. Es revolucionaria en su naturaleza misma; porque trastorna todo lo que no es justo” (Miscellaneous Writings — Escritos Misceláneos, pág. 99). El vivir de acuerdo con el mandamiento “Amaos los unos a los otros” es reformar el mundo.
Cristo Jesús es el Mostrador del camino. Y él dijo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente” (Juan 5:19). A medida que reflejemos las cualidades divinas y a medida que nuestro pensamiento y nuestras acciones sean guiados por Dios, todo lo que pensemos o hagamos estará relacionado con Él. ¡Y así todo nuestro tiempo le pertenecerá a Dios!
Jesús también dijo: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios ... El que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3, 5). Sólo por la transformación del pensamiento mediante la Ciencia Cristiana somos liberados de la materia y conducidos hacia la consciencia de la perfección divina y a la plena bendición.
¿Qué efecto produce tal transformación de nuestro pensamiento en nuestra vida diaria? Cuanto más se dedican los hombres al estudio de la Ciencia Cristiana y perciben el Amor divino, más claramente reflejan las cualidades divinas; así como un diamante refleja más colores cuando el sol lo ilumina, de acuerdo con el número de facetas. Los pensamientos científicamente espirituales son armoniosos y sanadores, y expresan armonía, éxito y salud.
Por ejemplo, leemos en la Biblia el relato acerca de Naamán, un poderoso guerrero que era leproso. Se le aconsejó que fuera a ver a Eliseo, el varón de Dios, para que lo sanara. Cuando Eliseo le dijo, por medio de un mensajero, que debía lavarse siete veces en el Jordán, su orgullo fue profundamente herido, porque había esperado que Eliseo lo recibiera y lo curara con gran pompa. Naamán consideraba que las aguas de los ríos de su tierra eran mejores que las aguas del Jordán. Sus sirvientes, no obstante, lo animaron y lo instaron a que obedeciera la sencilla directiva. Cuando Naamán se decidió a obedecer, renunció a su orgullo y se sumergió siete veces en el Jordán. Entonces pudo expresar amor y someterse humildemente ante Eliseo y agradecerle por haberlo sanado al transformar su pensamiento. Siempre es absolutamente necesario que demos prueba de la sinceridad de nuestra reforma.
En una oportunidad estaba padeciendo de fuertes dolores que los médicos habían diagnosticado como artritis incurable. A pesar de toda la afectuosa ayuda que recibí de la Ciencia Cristiana, no se producía la curación. Pero, sané completamente cuando dejé de criticar a un vecino a quien había estado criticando duramente, trayendo así amor a la situación.
La transformación que se opera en cada individuo al acudir a Dios, produce un desarrollo del bien. Y esta transformación bendice al mundo entero. Diariamente, todo Científico Cristiano leal, ora humildemente con las palabras de Mrs. Eddy: “¡y que Tu palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y la gobierne!” (Manual de La Iglesia Madre, Artículo VIII, Secc. 4).