Tengo catorce años de edad. Nací y me crié en la Ciencia Cristiana. Ale gustaría compartir una experiencia que viví el verano antepasado.
Pertenecía a un equipo de baseball de la escuela secundaria. Una noche, mientras jugaba un partido de baseball, una pelota dura me golpeó en la cara con gran fuerza. El entrenador me sacó de la cancha y me acostó en el césped. Pensó que era posible que tuviera la nariz rota. Inmediatamente comencé a declarar la verdad para mí como se nos enseña en la Ciencia Cristiana. Sabía que era hijo de Dios y que no podía ser lastimado. Me quisieron llevar a un médico, pero les agradecí y les dije que esperaría a que llegaran mi mamá y mi papá. Cuando mis padres llegaron, mi mamá le agradeció al entrenador por haberme cuidado, y me llevaron a casa.
Esto ocurrió cerca de las siete y media de la noche. Cuando llegamos a casa, mi madre tomó nuestro libro de texto, Ciencia y Salud por Mrs. Eddy, y leyó lo que Mrs. Eddy dice en la página 390: “No podemos negar que la Vida se sostiene a sí misma, y nunca deberíamos negar la armonía eterna del Alma, simplemente porque para los sentidos mortales exista aparente discordancia. Es nuestra ignorancia de.Dios, el Principio divino, lo que produce la discordancia aparente, y el entendimiento correcto de Él restaura la armonía. La Verdad al fin nos obligará a todos a cambiar los placeres y dolores de los sentidos por los goces del Alma”.
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