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Dejó de poder caminar y salió victoriosa. “Dios nunca nos falla”.

Del número de enero de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Esto ocurrió hace unos diez años cuando estábamos viviendo mi esposo y mis hijos en la cuidad de México. Mis hijos eran chicos, los gemelos tenían siete años y la más chiquita tenía nueve meses. El cuidado de ellos me daba mucho que hacer. Además estaba trabajando, y en esos días yo sentía bastante presión en mi trabajo. Iba a llegar un funcionario importante de la organización y yo tenía la responsabilidad de preparar todas las visitas, los documentos y todo lo que se necesitaba; y no tenía tiempo suficiente para hacerlo todo.

Al día siguiente de terminar la visita de este funcionario, me iba a Florida, en los Estados Unidos, a ver a mi mamá con dos de mis hijos. La noche de la cena de culminación, al salir, después de haber estado sentada varias horas, me encontré que tenía una sensación muy rara en las piernas.

Al llegar a Florida no podía caminar normalmente. Mi mamá me vio y me preguntó qué me pasaba, y realmente no supe qué contestarle. La condición comenzó a empeorar, se me hincharon las articulaciones en las rodillas, los tobillos y los codos, perdí fuerzas en las manos y llegué al punto en que no pude caminar. Me tuvieron que alquilar una silla de ruedas, y además sentía mucho dolor. Tuve miedo cuando vi esto, y me pregunté cómo iba a poder atender a mis hijos.

Cuando empezó a sobrevenirme la desesperación, me torné a Dios en oración. Empecé a examinar mis pensamientos, y lo primero que encontré fue ese sentido de presión que yo había tenido en el trabajo. Había puesto a Dios y mi oración a Él, al final de la lista de cosas que hacer. Entonces me dije: “Mi prioridad es mi relación con Dios, estar cerca de Él y en comunión con Él”. Cuando enfrenté el temor tan grande que sentía de que tal vez no saldría de esto, me acordé de lo que la Sra. Eddy dice en Ciencia y Salud: “El temor es la fuente de la enfermedad, y domináis el temor y el pecado por medio de la Mente divina; por lo tanto, es por medio de la Mente divina que vencéis la enfermedad” (pág. 391).

También fué de gran ayuda este pasaje de Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustanteré con la diestra de mi justicia” (41:10). Esto me hizo sentir la confianza de que Dios no me iba a abandonar, porque Él es Espíritu omnipotente, y que yo podía confiar en mi Padre-Madre, Dios.

Oré de esta manera y además pedí ayuda a un practicista de la Christian Science, quien oró por mí.

La situación progresaba lentamente. Durante el día mi mamá me llevaba a una playita donde había sombra y allí lograba caminar un poquito, pero en la noche otra vez me sentía débil. En un momento me desesperé nuevamente al sentir que no estaba progresando, pero recibí inspiración de esta cita de Ciencia y Salud [444:12]: “Paso a paso hallarán los que en Él confían que ‘Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones’ “. Vi que no podía dudar del poder de Dios aunque no viera progreso, sino que tenía que mantener muy firme mi confianza. Y así como Ciencia y Salud dice “paso a paso”, así es como fui progresando. Literalmente paso a paso, sin perder esa confianza en Dios. También en Hechos [17:28] la Biblia dice: “En él vivimos, y nos movemos, y somos”. Dije, bueno, si nos movemos en Dios yo también tengo derecho a mi movimiento adecuado. Eso es como una promesa de Dios y es para todos, y yo no soy la excepción.

Pasaron unas cuatro semanas y empezó la mejoría. Y al cabo de seis semanas recibí la curación completa. En ese tiempo ya estaba convencida de que no podía haber derrota ni fracaso con Dios, y sabía que iba a ver el final de este problema y salir adelante. Me acuerdo que leí en 1 Corintios[15:57]: “Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo”. Esa victoria es la que estaba buscando y sabía que tenía que venir porque Dios nunca, nunca nos falla, y así fue. Fui mejorando hasta el punto en que ya esta condición desapareció por completo, y en todos estos años ya no ha habido nada de eso.

Fue un período de gran crecimiento espiritual, y obtuve un mayor entendimiento de la libertad, porque me sentía un poco como prisionera al estar muy limitada en lo que podía hacer. A través de la oración entendí que el estado que Dios nos otorga es libertad espiritual y no hay nada ni nadie que nos pueda impedir el paso o quitar esa libertad. También en Ciencia y Salud [227:25] estudié esto: “Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la ‘libertad gloriosa de los hijos de Dios’ y sed libres! Ése es vuestro derecho divino”. Yo dije, si es mi derecho divino, yo lo voy a tomar porque así Dios nos ha creado. Nos ha creado libres y con dominio. Así fue esta experiencia que me llenó de fortaleza espiritual.


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