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Las apuestas: un juego donde todos pierden

Del número de enero de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un día fui a almorzar con un amigo a un restaurante oriental. Los dos comimos un plato de fideos, y después, junto con la cuenta, llegaron los bizcochitos de la suerte, envueltos en papel celofán. He notado que en la mayoría de los casos, estos bizcochitos no tratan de decir la suerte, por lo general, tienen un proverbio o una lección moral. Por ejemplo: “Quien a otros sonríe, sonrisas recibe a cambio”.

En esa oportunidad, el bizcochito que abrí era una ironía que seguramente pasó inadvertida a quien la hizo. El papelito decía lo siguiente:

Un jugador no sólo pierde lo que tiene,
sino también lo que no tiene.
Números de la suerte: 7, 24, 25, 28, 30, 40

No pude evitar reír ante el contraste de tan clara lección sobre el juego, seguida de una lista de “números de la suerte”.

No obstante, la moraleja era buena. Por ser ésta una actividad tan aceptada socialmente y promovida por los gobiernos, es muy fácil que la gente no se dé cuenta de lo destructivo que es el juego. El daño que el juego ha traído a la vida de tanta gente, debería ser un advertencia para todos. Un informe reciente en la radio hablaba de gente que había perdido todo lo que poseía en las máquinas de video de poker: sus ahorros, sus autos, sus casas. En muchos países cualquiera puede entrar en una tienda de comestibles, en una estación de servicio o en un centro comercial, y jugar en esas máquinas. Es increíble cuánto recogen las máquinas y cuánto pierde la gente.

Ahora bien, ¿qué quiere decir este proverbio cuando habla de perder lo que uno no tiene? El significado más obvio son las enormes deudas que a menudo acechan a un jugador. Al mismo tiempo, más allá del dinero o de las posesiones personales de cada uno, existen lo que pueden parecer al principio bienes menos tangibles, pero que en realidad son más importantes y sustanciales que las posesiones mismas. Por ejemplo, el valor propio de cada persona, el respeto por uno mismo y la dignidad; el dominio sobre la propia vida; la paz, la esperanza y la alegría. Sí uno pierde todo esto, lo fundamental de la vida puede estar en peligro.

No obstante, hay una respuesta para los individuos que quieren desvincularse del poder del juego, y para quienes desean contribuir a la curación de este creciente problema social. La respuesta se encuentra en la visión espiritual que ofrece la oración. Tal visión espritual no reconoce otra posibilidad que la ley de Dios, la cual es absolutamente segura. Esta ley es la Ciencia del Cristo, la cual revela el orden perfecto de toda la creación de Dios. En Su creación, la ley divina lo gobierna todo.

No existen hechos casuales, resultados casuales ni ingresos casuales. La provisión de bien para los hijos de Dios, tanto para usted como para mí, nunca es fortuita ni inconsecuente. El bien no se encuentra ni se pierde en una tirada de dados. El bien no es casual.

En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy, hace esta importante observación: “Los accidentes son desconocidos para Dios, o Mente inmortal, y tenemos que abandonar la base mortal de la creencia y unirnos con la Mente única, a fin de cambiar la noción de la casualidad por el concepto correcto de la infalible dirección de Dios y así sacar a luz la armonía”.Ciencia y Salud, pág. 424.

El bien y la armonía que Dios otorga son constantes, y siempre están disponibles. En la vida que expresa cada uno de nosotros como reflejo espiritual de Dios, hay una continuidad divina del bien, que se expresa a cada momento de la vida. Eso es lo que somos realmente: el reflejo espiritual, o expresión, de Dios, el bien eterno. Debido a que en realidad reflejamos la bondad de Dios; no podemos vernos nunca sin lo que nos hace falta. El reflejo constante de Dios, expresado en la continuidad del bien, no podría ser víctima de la casualidad, verse gobernado por la casualidad, ni ser adicto a la casualidad.

Nuestra vida es gobernada y bendecida abundantemente por el Principio divino, Dios. Al orar desde este punto de vista, rompemos el círculo de ser adictos, de ser víctimas, y de ser privados de lo que nos pertenece. Ganamos todo el bien. Y nos quedamos con todo lo que nos ha otorgado Dios. Según la promesa de la Biblia: “probadme ahora en esto, dice Jehová de los Ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”. Malaq. 3:10.

“Os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde” (Malaquías 3:10).

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