¿Alguna vez has dejado que la Biblia te hable directamente? ¿Has dejado que te despierte a una nueva comprensión de Dios como Amor, como un poder mayor que cualquier problema que pudieras enfrentar? Si aún no has sentido así el amor sanador de Dios, nunca es tarde para sentirlo.
Desde hace años amo la Biblia, especialmente las promesas de Dios que en ella se encuentran. Pero no me había percatado de que esas promesas están tan directamente dirigidas a mí, y a todas las personas que abren ese libro, como estaban dirigidas a Abraham, a Jacob, a Moisés o a cualquier otro personaje de la Biblia. Lo cierto es que ellos aceptaban de corazón las promesas de Dios; confiaban en que la fidelidad hacia Sus hijos también los incluía a ellos; y por eso experimentaron el logro de Sus promesas.
El mensaje de la Biblia es específico. Sólo tenemos que prestar atención.
Yo también necesité escuchar a Dios y dejar que Sus promesas me hablaran a mí. Un día recurrí a la Biblia llena de esperanza y en oración. En lugar de leer las palabras y tratar de averiguar su significado intelectualmente, dejé que Dios hablara y las interpretara; yo sólo escuché. ¡Esto sí que hizo una gran diferencia!
En esa época yo necesitaba mucha ayuda. Tenía veintitantos años, estaba lejos de mi casa, en una ciudad extraña, y me encontraba en una encrucijada. Mi intención era hacer lo que estaba bien, pero me era imposible saber qué hacer. Me sentía sola, a la deriva e indecisa.
Era mi última noche en aquella ciudad. En la mesita ta de noche del cuarto del hotel, había una Biblia que estaba abierta en el libro de los Salmos. Antes de apagar la luz, tomé la Biblia con la esperanza de sentirme más cerca de Dios. Y leí esto: “Dios está en medio de ella; no será conmovida. Dios la ayudará al clarear la mañana”. Salmo 46:5.
¡Ésa era la preciosa promesa de Dios, para mí! Así fue como vino el mensaje, iy fue maravilloso! Lo leí una y otra vez, hasta que lo comprendí mejor. Dios, con toda Su bondad, estaba allí mismo, en ese preciso momento. Ya no me sentí abrumada. Me di cuenta de que no podía hallarme sin dirección, confundida, perdida; tenía Su amor que me reconfortaba y Su sabiduría que me guiaba. Ese versículo me habló muy dulcemente de Su presencia y de Su poder: tierno, atento y fuerte. Él me sostenía de la mano; y ya no tenía miedo. Dios fue en ese momento real y tangible para mí.
Empecé a sentirme como una nueva persona. Por fuera nada había cambiado; ninguna solución mágica había caído del cielo; ningún príncipe azul me llevaba en brazos hacia un final feliz. Pero sí había sentido el toque del Amor divino, el Dios que Cristo Jesús nos mostró.
Allí desapareció la indecisión, y me sentí libre. En cuanto a la encrucijada en la que me encontraba, en lo profundo de mi ser supe intuitivamente qué era lo que debía hacer; sentí valor para tomar esta decisión, y no cobardía. No tenía idea de cómo iban a salir las cosas de allí en adelante, pero de esto estaba segura: Dios había puesto mis pies en Su camino, y yo no iba a avanzar un solo paso sin Él. Me sentí guiada, y no empujada; inspirada, y no presionada. Luego, me quedé profundamente dormida.
A la mañana siguiente, esa cercanía con Dios que había sentido tan vívidamente la noche anterior, ya no parecía tan real; ni mi decisión tan acertada. Así que nuevamente tomé la Biblia para volver a leer la promesa que tanto me había inspirado. Pero esta vez comencé con el versículo anterior al que había leído: “Del río sus corrientes alegran la ciudad de Dios, el santuario de las moradas del Altísimo”. Salmo 46:4. Luego seguía: “Dios está en medio de ella”.
No comprendía a qué se referían las palabras “río” ni “ciudad”, pero me pareció que eso no tenía nada que ver conmigo. No hubo tiempo para pensar qué había pasado, pues tenía que tomar el avión. Pero una vez a bordo, no pensé en otra cosa. ¿Acaso había sido sólo un deseo, y no el efecto de la oración? En mi sabía que cuando me había dirigido a Dios quería hacer lo correcto. Eso tenía que ser oración.
No había estado tratando de dirigir a Dios, buscando algún versículo bíblico para justificar una acción que ya antes había decidido realizar. No estaba tratando de adaptar Su Palabra a mi conveniencia. Estaba escuchando. Y si el percibir esas palabras como Su promesa (que no era exclusiva, pero sí específicamente para mí) había sido tan equivocado; si yo había entendido mal a Dios, entonces, ¿cómo pude haber recibido una inspiración tan real?
Estas queridas palabras vinieron a mi pensamiento: “La Biblia te habla a ti”. Estas palabras me resultaban conocidas y me reconfortaban. Luego recordé que, con nombre similar, había un programa de radio de la Christian Science que escuchaba de niña, pues mis padres siempre lo sintonizaban.
El nombre del programa, aseguraba que la Biblia nos habla a cada uno de nosotros. Así que no me había equivocado al permitir que ese versículo bíblico me hablara directamente, y al escucharlo con la confianza de un niño. Tanto la inspiración, como la interpretación, venían directamente de Dios. Nuevamente me vino la convicción de que Dios es Amor, siempre presente para guiar y gobernar a todos; y que Su respuesta era acertada.
La verdad es que no podía estar separada de Él. Puesto que lo que al Amor divino crea, es uno con Él; yo y todos los demás, somos Su creación espiritual. Por eso yo quería permanecer junto a Él. Regresé a mi casa con el compromise de caminar con Dios, todos los días y en todo lo que hiciera. Este fue el comienzo de mi estudio formal de la Biblia, junto con el libro de texto de la Christian Science, Ciencia y Salud. Este libro, que acompaña a la Biblia, incluye una Clave de las Escrituras. Todos los días, el estudio de estos libros me enseña aún más de lo que vislumbré aquella noche. Ciencia y Salud dice: “La única interpretación importante de las Escrituras es la espiritual”.Ciencia y Salud, pág. 320.
Cuanto más leo y amo mi Biblia, más vida cobra, y me hace ver que Dios está siempre conmigo. Por ejemplo, estoy comprendiendo mejor el versículo que hace años me había confundido tanto, aquel que habla de “la ciudad de Dios” y el “río”. El significado de esta ciudad se analiza en el libro del Apocalipsis Véase Apocalipsis, caps. 21 y 22. y en Ciencia y Salud. Véase Ciencia y Salud, págs. 575-577. ¿Alguna vez has pensado que este “santuario” o “ciudad de Dios” es la conciencia espiritual, la conciencia del Amor siempre presente; y que es una posibilidad presente, para ti, para mí y para todos? Me gustaría profundizar sobre esto, ¿quieres hacerlo conmigo?
