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La espiritualidad en la Biblia

Para celebrar el Mes de la Historia de la Mujer en los Estados Unidos, el Heraldo ofrece esta primera entrega de un estudio, en cuatro partes, sobre las mujeres de la Biblia y otras mujeres inspiradas por los modelos femeninos que se encuentran en las Escrituras. Este estudio, adaptado de una charla ofrecida en 1997, destaca la espiritualidad que dio a las mujeres bíblicas visión y valor, y que aún hoy puede animar a hombres y mujeres.

Mujeres de la Biblia: retratos de nuestra herencia

Primera parte

Del número de enero de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando yo era seminarista en los años 70 — entre doce y quince años después del auge del movimiento feminista — recién comenzaba a surgir en el campo religioso el movimiento que habría de preparar el camino para la participación de la mujer en las iglesias. No había casi ningún curso designado especialmente para la mujer, ni tampoco literatura sobre la mujer en lo que respecta a estudios bíblicos o religiosos. Pero, hace poco, al hojear un catálogo de los cursos que ofrecen los nueve colegios seminaristas del área de Boston, encontré que hay un cuerpo docente especializado en materias tales como “Mujeres en el ministerio religioso”, “Teologías de liberación femenina” y otras por el estilo, además de estudios teológicos que comprenden a la mujer. Si bien ninguno de estos cursos tiene un título bíblico, han comenzado a aparecer libros sobre temas relacionados con la Biblia y la mujer.

¿Por qué demoraron tanto en aparecer? Porque desde el comienzo la Biblia, sus referencias acerca de la vida, la vida religiosa y la vida eclesiástica, han sido interpretadas desde una perspectiva masculina. La perspectiva femenina fue mantenida en silencio. Las funciones que cumple la mujer en la sociedad, en el área profesional y en la iglesia, han sido modeladas en base a una interpretación masculina de lo que dice la Biblia sobre esos temas. Ése punto de vista masculino influyó también en la interpretación teológica. En consecuencia, muchas mujeres se han sentido al margen, y han carecido de una teología bíblica que les hablara al corazón. Consideremos ahora cuáles han sido algunos de sus efectos.

(A los hombres les pedimos que se queden tranquilos. No los hacemos responsables. Ellos también han sufrido debido a esta interpretación masculina.)

El judaísmo era una sociedad patriarcal. Si bien el evangelio según Lucas indica que las mujeres apoyaban a Jesús, cuyas enseñanzas éticas y morales estaban dirigidas tanto a hombres como a mujeres por igual, su obra no cambió esa sociedad patriarcal. Las cartas de Pablo nos muestran que las mujeres cumplieron funciones de liderazgo en la formación de las iglesias cristianas primitivas. Pero, a medida que la Iglesia dejó su estado primitivo para convertirse en una institución estructurada, adoptó la práctica secular de que las mujeres debían estar subordinadas a los hombres, basándose para ello en textos bíblicos, fundamentalmente en Génesis, capítulo dos, y 1° Corintios, capítulo once.

Los ejemplos a los que ahora voy a mencionar proceden de diversas enseñanzas dirigidas a diferentes grupos de cristianos mucho después del período bíblico: El razonamiento es que la mujer es el “vaso más frágil” 1 Pedro 3:7. y que, como Eva, cae más fácilmente en las tentaciones del mal, Satanás. También, que primero fue creado Adán y luego Eva; que en tanto que Adán no fue engañado, Eva sí lo fue, de modo que ella es la transgresora, cuya única forma de salvación es dar a luz hijos. Algo más: Adán fue hecho a imagen de Dios; la mujer no, por lo tanto, debe usar un velo. El velo se asocia con la declaración de Pablo de que el cabello largo se asemeja a un velo. La idea del velo se mantiene para la mujer que habla en la congregación, donde el concepto se aplica a sus palabras y no a su cabeza, porque su velo es el silencio. En cuanto a la ordenación de las mujeres, se alega que Jesús eligió como apóstoles a doce hombres, para que hicieran su trabajo. Con estos pocos ejemplos, podemos ver que la subordinación de la mujer en la Iglesia y en la sociedad responde básicamente a la alegoría de Adán y Eva. En Génesis 1:27 se rechaza esa alegoría; allí el hombre — varón y hembra, no hombres y mujeres — es hecho a imagen y semejanza de Dios. Pero los círculos bíblicos, religiosos, y la sociedad en general, han tardado mucho en reconocer la existencia de este rechazo.

Todo lo que se ha dicho lleva el sello masculino. ¿Cómo pueden entonces las “mujeres bíblicas” ofrecernos un “retrato de nuestra herencia”? No es tanto su experiencia humana, sino lo que ellas brindaron a su experiencia humana, lo que constituye nuestra herencia. En la Biblia tenemos muchos sobre grandes mujeres. En esos relatos vemos la relación que ellas tuvieron con los hombres, hombres que hicieron obras grandiosas. Durante más de dos milenios, el carácter de la vida de esas mujeres, consideradas modelos, ha sido la voz con que se dirigieron a nosotros, ya que ésa era la única voz que tenían.

He seleccionado a siete mujeres de la Biblia.

Comencemos por Éxodo 2:110. Aparte de Faraón, el único nombre al que hace referencia esta historia es el de “Moisés”. Creo que deberíamos llamar a esta historia “Tres mujeres y un bebé” o “Mi hermanito Moisés y yo”. Espero que algunos de ustedes hayan pensado: “Ah, es la historia de María, hermana de Aarón”, aun cuando ninguna de las mujeres aparece por su nombre.

La historia comienza con la opresión de Faraón, quien ha decretado que se cometa un infanticidio, plan que volvió con fuerza contra él y lo llevó a la derrota. Pero, ¿quiénes derrotaron a Faraón? Tres mujeres sin nombre.

Primeramente, tenemos una madre desesperada, que simula cumplir el decreto. Llena de valor, diseña una canasta camuflada de juncos, donde coloca a su hijo, y lo deja en el río entre juncos, para impedir que se la lleve la corriente. La hermana observa discretamente a la distancia, para no despertar sospechas de que el niño estuviera realmente siendo abandonado. Pero se mantiene lo mente cerca para observar lo que hará la Princesa, hija de Faraón, al descubrir la canasta. Cuando así ocurre, la propia hermana se ofrece para hallar a una nodriza hebrea que crie al niño, y la princesa acepta.

Cuando la princesa entrega el bebé a la nodriza, le dice a la madre del niño: “Tomo este niño...”, Éxodo 2:9. y hay un maravilloso juego de palabras en el texto hebreo, cuyo significado es: “Aquí está, es tuyo”, Véase Nahum Sarna, Exodus (Filadelfia, Pennsylvania.: The Jewish Publication Society, 1991, pág.10). con lo cual inconscientemente reconoce que en realidad, lo está dando a su verdadera madre. ¡Qué ironía! Faraón ha sido engañado por su propia hija, quien, sin saberlo, está pagándole a la madre del niño para que lo eduque en su querida tradición hebrea, y para ponerlo en condiciones de ser el gran líder de la liberación hebrea.

Recién en el capítulo 15 sabemos el nombre de la hermana de Moisés. Según el texto, los Hebreos han cruzado el Mar Rojo y entonan un cántico al Señor. La Biblia se refiere a este capítulo como “Cántico de Moisés y de María”. En el versículo 20, María es llamada “profetisa”, y en el 21 dice: “Y María les respondía: Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete”. Éxodo 15:21. Los eruditos consideran que este poema es muy antiguo, posiblemente el poema israelita más antiguo que poseemos, y que fue compuesto en la época en que se desarrolló esta historia. Este cántico de María más tarde fue atribuido a Moisés. Ello ha llevado a algunas especulaciones y trabajos eruditos interesantes acerca de la posibilidad de que ésta haya sido originalmente la historia de María. Hoy aplaudimos el espíritu de aquellas tres mujeres anónimas.

Cronológicamente, Rut es la mujer bíblica a la que deberíamos referirnos a continuación pero, por razones que resultarán obvias, voy a ocuparme de Ana. El problema de Ana parece ser muy simple. ¡Ella quiere tener un hijo! Lo desea con tanta desesperación que promete dedicarlo a Dios desde niño, si Él se lo concede. No podemos dejar de sentir compasión por Ana y por Elcana, su esposo, que está haciendo todo lo posible para consolarla con su amor. Y Elí el sacerdote, ¿cómo es que no ve la diferencia entre tragedia y ebriedad? ¿Por qué utilizamos el término “tragedia”? Porque la historia de Ana expresa en forma dramática lo que significa ser mujer en una sociedad patriarcal. La razón de ser mujer era la de tener hijos, especialmente un hijo varón, para asegurar la continuidad familiar. La mujer, primero, era propiedad de su padre, y luego, de su esposo. Y si sobrevivía a su esposo, entonces quedaba al cuidado do de su hijo. No tener un hijo varón era en verdad una desgracia, pero no tener ningún hijo era una tragedia, porque significaba que Dios se había vuelto en su contra. La única forma de ser digna y poder ser considerada como “persona” en esa sociedad, era tener un hijo.

Cuando imaginamos esta escena en Silo, por un lado el patriarca Elcana, sirviendo alegremente a su familia, su esposa Penina felizmente rodeada por sus hijos e hijas, sentimos compasión por Ana, mofada y atormentada por no tener hijos. Lo que sucede a continuación es algo fuera de lo común. La observancia religiosa en Silo es comunal, pública. Silo es un lugar muy ritualista, donde se sacrifican animales y se quema incienso; la única voz era la voz colectiva.

¿Qué es lo que Ana trata de hacer por sí misma, al mover sus labios como si hablara, pero sin emitir sonido? Está orando en silencio. Véase Marcia Falk, Out of the Garden (New York, N.Y.: Fawcett Columbine, 1994), pág.94. Ella percibe que existe un Dios que no sólo es el creador del universo, que mediante Su sola palabra hace que las cosas sucedan, sino que es un Dios que la escucha y la ama. Y ese es el gozo, el ánimo en la oración de Ana. Aquí ella es reconocida como una mujer que posee dignidad. Y nosotros hemos heredado esta manera individual y silenciosa de comunicarnos con Dios.


“Si la mujer no tenía un hijo varón significaba que Dios se había vuelto en contra de ella”


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