Cuando yo era seminarista en los años 70 — entre doce y quince años después del auge del movimiento feminista — recién comenzaba a surgir en el campo religioso el movimiento que habría de preparar el camino para la participación de la mujer en las iglesias. No había casi ningún curso designado especialmente para la mujer, ni tampoco literatura sobre la mujer en lo que respecta a estudios bíblicos o religiosos. Pero, hace poco, al hojear un catálogo de los cursos que ofrecen los nueve colegios seminaristas del área de Boston, encontré que hay un cuerpo docente especializado en materias tales como “Mujeres en el ministerio religioso”, “Teologías de liberación femenina” y otras por el estilo, además de estudios teológicos que comprenden a la mujer. Si bien ninguno de estos cursos tiene un título bíblico, han comenzado a aparecer libros sobre temas relacionados con la Biblia y la mujer.
¿Por qué demoraron tanto en aparecer? Porque desde el comienzo la Biblia, sus referencias acerca de la vida, la vida religiosa y la vida eclesiástica, han sido interpretadas desde una perspectiva masculina. La perspectiva femenina fue mantenida en silencio. Las funciones que cumple la mujer en la sociedad, en el área profesional y en la iglesia, han sido modeladas en base a una interpretación masculina de lo que dice la Biblia sobre esos temas. Ése punto de vista masculino influyó también en la interpretación teológica. En consecuencia, muchas mujeres se han sentido al margen, y han carecido de una teología bíblica que les hablara al corazón. Consideremos ahora cuáles han sido algunos de sus efectos.
(A los hombres les pedimos que se queden tranquilos. No los hacemos responsables. Ellos también han sufrido debido a esta interpretación masculina.)
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