El palacio del rey brillaba con el sol del atardecer. Adentro, la gente corría de un lado a otro haciendo lo que el rey les ordenaba.
Una de esas personas era un hombre llamado Daniel. El rey Darío le había dado a Daniel mucho poder en su reino. Él confiaba en Daniel. Daniel no sólo trabajaba mucho, sino que también era un buen amigo.
Daniel era diferente a la mayoría de los hombres que trabajaban para el rey. No le importaba tanto todo el poder que tenía. Lo que más le importaba era Dios. Daniel amaba tanto a Dios que oraba tres veces al día para agradecerle todas las cosas buenas que le había dado.
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