El palacio del rey brillaba con el sol del atardecer. Adentro, la gente corría de un lado a otro haciendo lo que el rey les ordenaba.
Una de esas personas era un hombre llamado Daniel. El rey Darío le había dado a Daniel mucho poder en su reino. Él confiaba en Daniel. Daniel no sólo trabajaba mucho, sino que también era un buen amigo.
Daniel era diferente a la mayoría de los hombres que trabajaban para el rey. No le importaba tanto todo el poder que tenía. Lo que más le importaba era Dios. Daniel amaba tanto a Dios que oraba tres veces al día para agradecerle todas las cosas buenas que le había dado.
Algunas de las personas que trabajaban para el rey no querían a Daniel. Estaban celosos del poder que tenía y de que fuera amigo del rey. Entonces decidieron encontrar alguna forma de librarse de Daniel.
Ellos pensaron, y pensaron, y pensaron.
¡Ah! — dijo finalmente uno de ellos —. Yo sé exactamente lo que podemos hacer. Y al día siguiente fueron a ver al rey.
Oh, Rey Darío — le dijeron — eres tan grande, que a ninguna persona debería permitírsele adorar a nadie sino a ti. Debe haber una nueva ley que diga que toda persona de tu reino que adore a alguien aparte de ti, sea arrojado al foso de los leones. Nosotros hemos escrito esta ley. ¿No la firmarías?
Al rey le pareció una buena idea. De modo que el rey Darío tomó su pluma real y firmó su nombre en el documento. El reino ahora tenía una nueva ley.
Los hombres estaban muy contentos. Estaban seguros de que ahora podrían encontrar algo con que culpar a Daniel.
Por supuesto que Daniel se había enterado de la nueva ley. Pero, ¿acaso eso le impidió orar a Dios como siempre lo hacía? ¡Por supuesto que no!
Daniel incluso oraba con sus ventanas abiertas de par en par. No tenía nada que ocultar. Pero, con las ventanas abiertas, a los hombres les resultaba muy fácil ver a Daniel orando.
Los hombres entonces fueron nuevamente a ver al rey.
—¡Hemos visto que Daniel ora a Dios en lugar de a ti! — dijo uno de los hombres.
— Debes arrojarlo al foso de leones — dijo otro. El Rey Darío se molestó mucho al oír esto. Él estaba ante todo enojado consigo mismo. Ahora se daba cuenta de que lo habían engañado para que firmara la ley. Además, el rey amaba a Daniel, y trató por todos los medios de salvarlo. Pero aunque el rey pensó y pensó, no pude encontrar forma alguna de no cumplir con la ley que él mismo había firmado.
Entonces hizo lo que mandaba la ley. “Arrojen a Daniel a foso de los leones”, ordenó.
Arrojaron entonces a Daniel a la cueva con leones hambrientos, e hicieron rodar una piedra bien grande para que no pudiera escapar. Los hombres estaban seguros de que no volverían a ver a Daniel vivo otra vez. Y eso también pensaba el rey. Estaba tan preocupado que no pudo dormir en toda la noche.
Muy temprano por la mañana, el Rey Darío corrió a la cueva y llamó a Daniel. “¡Daniel! ¡Daniel! ¿Estás vivo? ¿Pudo tu Dios salvarte de los leones?”
El rey esperó ansioso. Entonces escuchó la voz de Daniel. “Buen rey Darío, no temas”, dijo Daniel. “Dios está aquí conmigo en el foso de los leones. Él cerró la boca de los leones para que no pudieran hacerme daño, porque yo no he hecho nada malo”.
Entonces el rey dio un grito de alegría. Y llamó a sus sirvientes para que ayudaran a Daniel a salir del foso de los leones. El Rey Darío le dio a Daniel un gran abrazo. ¡Estaba tan contento de que Daniel estuviera vivo!
Y lo mejor de todo fue que el Rey Darío empezó a querer a Dios también. Se dio cuenta de que existe un solo Dios, un Dios bueno y amoroso. Y quería que todos supieran de Él. El Rey Darío se deshizo de la vieja ley y escribió una nueva.
“Todos deberán adorar al Dios de Daniel, porque Él es el único Dios y Él es bueno!” — dijo.
Daniel estaba muy contento con esa ley. Le daba gusto que todos pudieran aprender acerca del amor de Dios, tanto como él. Especialmente el rey.