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Tan fácil como andar en bici

Del número de enero de 2002 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


—¿Estás lista? — me preguntó Papá.

Me aferré bien fuerte a las empuñaduras plateadas de la bicicleta y traté de mantener el equilibrio sobre el asiento de resortes.

— No voy a poder — dije con voz temblorosa. Ante mí se extendía un prado lleno de pozos, de subidas y bajadas. Debajo de mí, una bici sin rueditas de seguridad se movía como una culebra. Esto no me gustaba para nada.

— Claro que puedes — me alentó papá—. Tienes todo lo necesario. Sólo debes intentarlo.

Yo no quería que otros me vieran haciendo esto. Otros niños del vecindario ya habían aprendido a andar en bicicleta.

Pero ¿cómo iba a hacer para que las ruedas dejaran de moverse de un lado para el otro? ¿Cómo iba a hacer para andar sin caerme?

— Ya verás –dijo mi papá—. Las ruedas dejarán de sacudirse tan pronto empieces a avanzar.

Eso me parecía imposible.

De pronto, mi papá empezó a empujar la bicicleta hacia adelante. — Sigue pedaleando — me dijo con voz suave.

—¡No la sueltes! –le grité mientras la bici avanzaba.

—¡No la sueltes! –grité al tomar velocidad por el césped.

—¡Poooor favoooor, no la sueltes! –mientras avanzaba a toda velocidad por el prado.

Pedaleé por todo el jardín.

Pedaleé por encima de los narcisos de mi mamá.

Y pedaleé pasando junto a mis hermanas, que gritaban y daban hurras.

Cuando finalmente me bajé y miré hacia atrás, mi papá estaba parado del otro lado del prado, sonriendo y saludando con la mano. Todo ese tiempo, él no había sostenido la bicicleta. Yo había pedaleado sola y todo había salido bien. Después de eso, di 50 vueltas alrededor del prado. ¡Era tan fácil!

“No la sueltes” se ha transformado en un dicho famoso en nuestra familia. Las palabras nos recuerdan que incluso cuando tenemos miedo, Dios ya está cuidando de nosotros. Nos mantiene a salvo y nos da todo lo que necesitamos.

Cuando empiezo a preocuparme por lo que podría ocurrir, me detengo y recuerdo. ¿Acaso no es como gritar “No la sueltes”, cuando ya estoy pedaleando velozmente por el prado? Dios me hizo perfecta, de manera que tengo todo lo que necesito para rodar a lo largo del día. Dios me sostiene y me mantiene a salvo y firme, aunque yo misma no lo crea. Lo único que tengo que hacer es “seguir pedaleando” y avanzar con confianza en el cuidado de Dios. Es tan fácil como andar en bicicleta.

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