Pinky, un gato color jengibre, estaba dormitando debajo de un arbusto de lavanda.
Hacía mucho calor. Sus ojos se abrían sólo lo suficiente como para asegurarse de que la abeja que zumbaba a su alrededor no se posara en su movediza cola. Cristina, la hermana mayor de Jorge, se estaba acomodando en el manzano con un nuevo libro en las manos. Jorge estaba panza abajo en el pasto tratando de dirigir una columna de hormigas por un camino diferente hasta su hormiguero. Tenía calor y estaba ¡tan aburrido!
Javier era el problema. Jorge tenía miedo de pasar frente a la casa de Javier al regresar de la escuela. A Javier le gustaba esperar oculto detrás de una pared, y cuando Jorge pasaba, saltaba para asustarlo, diciéndole cosas muy feas. Y Jorge estaba harto. Había dicho que ya no quería ir más a la escuela, y se acabó. Pero a él le gustaba mucho aprender cosas nuevas junto con sus amigos. Así que no sabía qué hacer.
Como las hormigas no querían cambiar su ruta de viaje, Jorge se subió al árbol para sentarse junto a su hermana. Entonces le contó lo que pasaba. Cristina lo escuchó, y cuando Jorge terminó de contarle sus penurias, ella le dijo que tenía una historia que contarle.
“Cuando Pinky era chiquito y era tiempo de que saliera al césped por primera vez, yo le quise hacer una maldad”, dijo ella. “Agarré una vieja regadera de agua toda oxidada y le empecé a echar chorritos de agua fría sobre la cabeza.
"Pinky nunca había visto una regadera ni sentido, ¡j salpicaduras de agua fría. Todo lo que él había conocid['Í desde el día en que nació era Á I J amor. Y ¿qué te parece que hizo? Miró para arriba para ver la regadera, se acostó panza arriba, ronroneó y esperó a que le frotaran la pancita. Para él las gotas de agua no eran frías. La regadera no le daba miedo. No tenía miedo porque no sabía lo que era el temor. Pinky no podía imaginar nada que no fuera amor.
"Jorge, esta historia es como tú y Javier. Dios los ama a ti y a Javier por igual, porque los dos Sus hijos. Los hizo a los dos plenos de amor, sin ningún "pensamiento de maldad o de temor. Dios está vertiendo todo el tiempo amor sobre ti. Y como Dios está en todas partes, Su amor está en todas partes también”.
Jorge pensó en el amor que Dios tenía, tanto por él como por Javier. Imaginó la regadera de agua, bañando de amor a todos los hijos de Dios. Le prometió a Cristina que iría a la escuela día siguiente, aunque temblara de miedo. Dios nunca lo había defraudado. Pensaría que Javier y él estaban “empapados” de amor.
Al día siguiente, dio la vuelta a la esquina frente a la casa de Javier. Pero en lugar de sentir miedo, supo que, como Dios estaba en todas partes, sólo pensamientos amorosos podían venir de la pared de Javier. Miró hacia arriba, y vio a Javier sentado sobre la pared junto a su perro, Ducho. Javier llamó a Jorge para preguntarle si quería ir con él a la laguna a jugar con su barquito nuevo. Jorge se sorprendió porque Javier actuaba muy diferente, se mostraba muy amistoso y tenía una enorme sonrisa. Jorge se puso contento y le gritó a Javier: “Dale, ¡vamos!”
Y se escaparon corriendo, seguidos de Ducho. Era como si hubieran sido amigos toda la vida.