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La curación metafisica

Cada día es una nueva oportunidad

Del número de marzo de 2003 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


SIEMPRE he reflexionado sobre el significado de la vida, y cómo crecer mejor espiritualmente. La crianza de mis hijos me ha ayudado en mi crecimiento espiritual y a estar más consciente de las necesidades de los demás. Y los alumbramientos fueron los que me dieron la mejor enseñanza. Tengo tres hijos. Samuel tiene seis años y medio, Sara casi cinco y Sonia tres.

He descubierto con frecuencia que las cosas muy rara vez funcionan de la manera que uno las planea, y que es finalmente el plan de Dios el que se cumple. Yo siempre había deseado tener mis hijos en casa. Cuando nació Samuel, vivíamos en Italia. La opinión más generalizada, tanto allí como en otros lugares, es que los niños deben nacer en un hospital. Sin embargo, existe en aquel país un grupo de parteras que ofrecen este tipo de servicio. Cuando comenzamos a averiguar, vimos claramente que era el plan de Dios el que se estaba desarrollando y no el nuestro. En esa época, sólo dos parteras trabajaban en el grupo, y las dos eran necesarias para tener el parto en casa. Ocurrió que una de ellas no estaba disponible el día que nació Samuel, de modo que tuvimos que ir al hospital. No obstante, solicitamos los servicios de la partera que estaba disponible, y ella se quedó con nosotros en casa hasta que llegó el momento de ir al hospital, y en un par de horas se produjo el nacimiento.

Como Científica Cristiana, yo siempre había considerado que ir al hospital era tabú. Siempre había sentido antipatía por el sistema médico. Pero tenía que aprender que Dios también realiza Su obra allí. Cuando visité el hospital para mi atención prenatal, tuve una vislumbre de que mi experiencia allí estaría llena de luz. Samuel era un poco pequeño cuando nació, y los médicos estaban preocupados. Primero pensé que tenía que regresar a casa cuanto antes. Pero me di cuenta de que no sería bueno irme y permitir que los médicos se quedaran con ese temor. Decidí quedarme hasta que sus temores desaparecieran. Oré de todo corazón, leyendo muchas veces un artículo que se llama “La ley de Dios que todo lo ajusta”, y mis oraciones fueron prontamente contestadas. Empecé a ver el profundo amor que ponían los médicos y enfermeras en el cuidado de los niños, en particular en la sala especial donde se encontraba Samuel. Pude ver las cosas desde una perspectiva muy diferente. Después de tan solo un par de días, en lugar de una semana o más, el pediatra me permitió ir a casa porque vio que yo cuidaría muy bien del bebé. El punto de vista del pediatra había cambiado por completo.

Pocos días después, cuando lo llevé al médico para que lo revisara como me habían pedido, me enteré de que ya no habían llegado más recién nacidos con problemas a esa sala especial, y el que había tenido un problema serio y necesitado una operación estaba mucho mejor. Su familia también pareció estar muy aliviada. Yo aprendí que no hay lugar donde no se pueda sentir el amor de Dios.

Los siguientes dos partos fueron muy diferentes, pero de ambos aprendí algo y estuvieron llenos de bendiciones. Sara, nació en un centro maternal, y Sonia nació, finalmente, en casa. Los cuadros de temor que con frecuencia rodean el parto desaparecieron y pudimos desarrollar una relación muy buena con las parteras.

Criar hijos no es tarea fácil. Pero he descubierto que cuantos más hijos uno tiene, menos tiempo puede dedicar a cada uno de ellos y a los detalles. Decidí que no tendría una serie de reglas para seguir ciegamente. Cada día nos ofrecería una nueva oportunidad. Cuando se tiene el primer niño, uno todavía tiene que aprender a incluirlo en la organización de la casa. Orando al respecto, mi esposo y yo descubrimos mejores maneras de ser consecuentes y firmes, pero amorosos. Nos dimos cuenta de que necesitábamos comprender un principio general que funcionara en cada situación en particular, y que nos sirviera de guía, para lograr que los niños tuvieran algunas expectativas correctas, sin que nos esclavizaran. Y descubrimos que el Amor es el aspecto más importante de la disciplina.

Este enfoque espiritual también me ayudó cuando fue necesario orar para sanar. Cuando vivíamos en Norwood, Massachusetts, Samuel tenía unos amigos en el edificio en que vivíamos. Manteníamos una buena relación con esta familia de la India. Ellos nos habían ayudado mucho con el cuidado de los niños. La mamá sabía que yo era Científica Cristiana, pero no podía entender exactemente de qué se trataba la Christian Science. Estaba siempre preocupada de que algo malo le ocurriera a mis hijos. Un día, noté que Samuel cojeba. Mi vecina estaba muy preocupada. Y a mí me preocupaba que ella pensara que teníamos que llevarlo al médico, y que si no lo hacíamos, nos denunciara a las autoridades.

Empecé a orar con diligencia. Lo más notable era que Samuel estaba siempre feliz. Era obvio que la cojera no formaba parte de él. Era como si me dijera: “Mami, no te preocupes”. Durante todo un día estuve pensando en su perfección y que Dios lo amaba a él y a todos, y que nadie estaba excluido de Su amor. Y Samuel estaba mostrándome eso muy claramente a través de su felicidad. Le expliqué a mi vecina que yo estaba orando por él, y un poco para mi sorpresa, ella lo aceptó. Al final del día, sentí que había hecho un buen trabajo de oración. No obstante Samuel seguía cojeando. Me pregunté qué estaba ocurriendo. Fue entonces que comprendí que si yo había llegado a las conclusiones correctas, ya no tenía que preocuparme por él.

Al día siguiente fuimos a visitar a unos parientes. Lo pasamos tan bien que me olvidé por completo del problema. Al final del día me acordé de la cojera y me di cuenta de que Samuel no había estado cojeando en todo el día, y comprendí que le había estado prestando demasiada atención al problema. La curación ocurrió básicamente cuando desapareció por completo de mi pensamiento y fue entonces eliminado. Lo que me pareció muy importante fue que Samuel con su felicidad contribuyó mucho a la curación. Además, mi vecina pudo ser testigo del poder sanador de Dios.

Cuando Samuel comenzó el jardín de infantes, yo no estaba segura de que fuera bueno para él. Me preocupaban las creencias que la maestra pudiera transmitirle involuntariamente. Tal como: “Si comes demasiado, te va a doler el estómago”, y cosas así. Yo tenía que asegurarme de hacerle comprender que él no necesitaba creer en todo lo que la gente le dice. Pero Samuel se comportó muy bien al escuchar y determinar lo que era bueno para él. Siempre reflexionaba sobre lo que escuchaba y decidía por sí mismo lo que pensaba que era correcto, y luego nos pedía nuestra opinión. Al principio, cuando era más pequeño, me parecía que era un problema que estuviera tan envuelto en su propio mundo. Sin embargo, esto resultó ser una buena cualidad, porque le impide seguir a otras personas ciegamente.

Estoy muy agradecida por todas estas experiencias que me ayudaron a crecer espiritualmente y a ver que Dios siempre está trabajando, siempre haciendo el bien. Sólo tenemos que reconocerlo.

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