El Heraldo entrevistó a pintora muralista y retratista mexicana de conocida y larga trayectoria.
¿Cómo es que te dedicaste al arte?
Se podría decir que fue algo que fluía naturalmente en mí. Era lo que desde pequeña me gustaba hacer, una segunda naturaleza, mi manera de expresar mis sentimientos, mis ideas, mis emociones. Por ello mi madre desde los nueve años me llevó a clases particulares de pintura. A los doce, mi segundo maestro le dijo a mi madre que yo era “un genio” y a partir de la segunda semana de asistir a sus clases, me adoptó como su ayudante para colaborar en la elaboración de unos murales enormes en la antigua iglesia de San Francisco, en una tradicional calle del Centro de la Ciudad de México.
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