En los Estados Unidos, el día de Acción de Gracias es una de las celebraciones más importantes del año. Si bien sólo un par de países lo celebran oficialmente, cualquiera puede participar y dar gracias.
Recientemente he estado pensando en la relación que existe entre la gratitud y la curación, como así también entre la gratitud y el progreso. Al hacer esto me di cuenta de un detalle muy importante: la gratitud es una fuerza sanadora cuando es reconocida como el poder del Amor divino actuando en nuestra vida. Si creemos que estamos enfermos, solos, alejados del bien que otros parecen tener, o quizás sin los medios económicos para solventar los gastos básicos, expresar gratitud es lo que sana, lo que nos libera de nuestros problemas. Dar gracias es un paso sanador que levanta la niebla mental que oscurece la vida y nos muestra la evidencia de que Dios está obrando para bien en nuestra vida.
Cualesquiera sean los problemas que enfrentemos, ya sea añoranza por el hogar, presiones económicas, enfermedad, discordias en la familia, desilusiones, podemos reducirlos a una sola cosa: al falso argumento de que Dios está ausente. Se nos tienta a creer que Su ley del bien, Su ley que produce el bien, no se está cumpliendo. Esta tentación de creer que algún problema se ha adueñado de nuestra vida — y que no es más que eso, una tentación — es una negación del hecho espiritual de que Dios gobierna nuestra existencia, no de vez en cuando sino permanentemente. Es una tentación que pretende hacernos creer que el amor de Dios se ha tornado negligente o se ha transformado en ira.
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