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Sana de grave infección en la cara

Del número de noviembre de 2005 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace aproximadamente dos años tuve la oportunidad de comprobar y entender mejor lo que dice Mary Baker Eddy en su libro Ciencia y Salud: "Tomad posesión de vuestro cuerpo y regid sus sensaciones y funciones" (pág. 393).

Regularmente, muchos tratamos que nuestro cuerpo funcione y se vea lo mejor posible: lo bañamos, lo arreglamos, lo vestimos. Pero, ¿qué podemos hacer cuando se presenta una agresión, un desafío, o una sugestión que parece salir de nuestro control? Tuve que hacerme esta pregunta y contestarla, y esto me llevó a comprender que sólo había una salida infalible, recurrir al poder espiritual de Dios.

Así lo hice, pero no fue fácil. Tuve que orar con mucha persistencia porque la agresión fue en una parte muy visible del cuerpo: mi cara. Nunca supe si fue una picadura de insecto ponzoñoso o una infección, pero las ampollas que se levantaban en mi frente, en el cuero cabelludo y en el párpado izquierdo, al reventar me provocaban un intenso dolor y ardor, dejando costras y cicatrices. La infección era tan agresiva, que humanamente mi cara parecía ser una réplica del ¡Cuasimodo de Notre-Dame! Esto me obligó a recluirme en casa por más de quince días.

En ese lapso, estudié la cita que mencioné acerca del cuerpo, el dolor y la sensación. También encontré otra que fue muy clara: "Dices que un divieso es doloroso; pero esto es imposible, porque la materia sin la mente no es dolorosa. El divieso manifiesta, mediante la inflamación e hinchazón, sólo una creencia en el dolor, y esa creencia es llamada divieso. El hecho de que el dolor no puede existir donde no haya mente mortal que lo sienta, es prueba de que esa llamada mente produce su propio dolor — es decir, su propia creencia en el dolor... pero la mente mortal, no la materia, lleva en sí la infección y la comunica" (Ciencia y Salud, pág. 153).

Tenía que entender esa verdad y aferrarme a ella. Una amiga mía me comentó que cada declaración de estas verdades que yo hiciera y comprendiera me harían avanzar en el camino a la curación, lo que me alentó a buscar más verdades y hacerlas mías.

Encontré estas dos que me ayudaron mucho: "Ninguna mente mortal tiene el poder o el derecho o la sabiduría para crear o destruir" (ibíd., pág. 544); y "Puesto que Dios es el bien y la fuente de todo el ser, Él no produce deformidad moral o física; por tanto, tal deformidad no es real, sino ilusión, el espejismo del error" (ibíd., pág. 243-244).

Tuve que esforzarme por comprender que la deformidad era irreal, y ver que nada podía salir del control bendito de Dios. Pero sobre todo tenía que sanar del temor de llegar a perder una llamada belleza física, pues Dios no me había dado "espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio", según encontré en 2° Timoteo (1:7). Entonces, al ver que lo que se presentaba como infección no cedía, tuve que hablar con autoridad cristiana y decir: "Hasta aquí, y no más" (Ciencia y Salud, pág. 124). Me negué a aceptar que esa enfermedad existiera y pudiera seguir avanzando. Me aferré firmemente a lo que sabía acerca de mí misma como hija de Dios.

En ese momento, la infección dejó de avanzar y comenzó a sanar; la curación ha sido definitiva. Así fue como comprendí claramente por qué Mary Baker Eddy insta en su libro a tomar posesión de nuestro "cuerpo y regir sus sensaciones y funciones".

Me di cuenta de que la curación se produjo porque, como ella nos indica, hablé con autoridad a la enfermedad. Es una autoridad que Dios nos da y que está respaldada por Cristo Jesús y las enseñanzas de la Christian Science presentadas en Ciencia y Salud. Y, como nos dice su autora, si una sola de las declaraciones de este libro es verdad, todas tienen que ser verdad. Y esto es cierto. Lo he comprobado muchísimas veces.

No tengo palabras para expresar lo agradecida que estoy a Dios y las enseñanzas de M. B. Eddy por esta curación. Es hermoso comprobar que estas enseñanzas son ciertas y que sólo es menester practicarlas con entendimiento y confianza. Lo maravilloso es que son para toda la humanidad y están al alcance de todos. Ésta ha sido otra oportunidad para comprobar que estoy en el camino correcto, el de la Verdad divina.


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