Hace unos ocho años, al fallecer mi esposo encontré que estaba envuelta en muchas deudas. Como le debía gran cantidad de dinero al hospital, pedí una entrevista con el departamento de cuentas por cobrar y llevé conmigo documentos para probar mis ingresos, además de la libreta de ahorros. En vez de conversar sobre esta deuda con la señora que me atendió, mi deseo fue expresarle mi gratitud por el cuidado amoroso que le habían brindado a mi esposo. Esta actitud le asombró y me dijo que en los muchos años que llevaba trabajando en ese departamento, nadie le había agradecido después que un familiar falleciera, sino que más bien se lamentaban. Yo realmente me sentía muy agradecida por el afecto que él había recibido allí. Luego le mostré lo que quedaba de mi capital, unos 5.000 dólares. Todo se había ido en gastos de internación. Ella no quiso que le dejara ese dinero y me dijo que me volvería a llamar.
La deuda con el hospital llegaba a cuatro veces mi entrada anual. Así que en un momento de desesperación, hablé con una amiga muy querida y cuando le dije que me parecía que iba a tener que declararme en bancarrota, me alentó grandemente ayudándome a recordar cómo yo había demostrado en otras ocasiones el poder de Dios en situaciones como ésta. Claro que las otras situaciones no tenían la magnitud financiera que tenía esta experiencia, pero sí había probado en años anteriores que Dios es siempre una ayuda continua y perpetua. Además, había salido airosa de estas experiencias porque siempre había tenido un sentido de gratitud. Y ahora pensé que nuevamente debía sentir gratitud hasta por la más pequeña expresión de bien que venía a mí.
Un par de días después, me llamaron de otro departamento en el lugar donde yo trabajaba, completamente independiente del mío, para decirme que tenían una urgencia de trabajo y me preguntaron si yo los podía ayudar. Acepté y colaboré con ellos a la salida de mi trabajo por cuatro o cinco horas. Sentía mucha gratitud por ese bien que iba a venir a mi vida. Luego, la voz se corrió y otros departamentos que tenían otras emergencias también comenzaron a llamarme para pedirme que los ayudara. Trabajaba de día y de noche. Venía a la casa, dormía una siesta y me iba al otro departamento a continuar trabajando. Ese año pude duplicar mi salario, lo que me permitió continuar viviendo en el mismo lugar.
El estudio de la Biblia me había enseñado que, como dice el profeta Isaías, “[Mi] marido es [mi] Hacedor”. Isaías 54:5. Esto me hizo ver que no tenía que aceptar pérdida alguna en mi vida. Dios es y siempre había sido mi fuente de apoyo y por esto me sentía muy agradecida. Expresar gratitud constante nos ayuda a dejar todo temor de lado y esta gratitud se vuelve en sí misma una oración.
Ese año pude duplicar mi salario, y así pagar casi todas mis deudas.
El libro Ciencia y Salud también me ayudó a encontrar soluciones por medios espirituales con ideas como ésta: “La Mente divina que creó al hombre, mantiene Su propia imagen y semejanza”.Ciencia y Salud, pág. 151.
Finalmente, un par de meses más tarde, me llamaron del hospital para decirme que habían decidido perdonar la cantidad total que les debía. Mi corazón cantaba de gratitud.
Sin embargo, después de haber recibido esta noticia me di cuenta de que aún quedaba un 20% de la deuda por resolver. Yo había terminado mis estudios universitarios el año anterior, y tenía que pagar el préstamo que había solicitado a una institución, para tal fin. Aunque ellos me ofrecían la posibilidad de pagar en varios años, pensé que mi vida tenía que empezar de nuevo, sin deudas. Además, si yo había recibido ese beneficio, tenía que devolver ese dinero para que otra persona sacara provecho al igual que yo.
Hay una historia bíblica que me fue de particular ayuda. Ésta relata que una viuda se acerca al profeta Eliseo, diciéndole: “Tu siervo, mi marido, ha muerto, y tú sabes que tu siervo era temeroso de Jehová y ha venido el acreedor para tomarse dos hijos míos por siervos”. Y Eliseo le dice: “¿Qué te haré yo? Declárame qué tienes en casa”. Esa frase, “Declárame qué tienes en casa” fue como un llamado en mi pensamiento. Allí me di cuenta de que tenía muchas cosas en mi casa, signos de la abundancia de que gozaba. Entonces pensé en vender la mayor parte de esos objetos y usar ese dinero para pagar mi deuda. Así lo hice. Me deshice del auto, del piano, de pinturas, de muebles, de vajilla, de todo lo que yo sentía que era en exceso.
Con ese dinero, al cabo de tres meses, poco antes de Navidad, pude pagar toda mi deuda. En aquel momento, pensé en lo que el poeta inglés Robert Browning una vez escribió: “En la tierra, los arcos rotos, en el cielo, un círculo perfecto”. Ciertamente, esta abundancia que había experimentado era mi círculo completo. Me llevó unos cuantos años darme cuenta de que el círculo completo no había sido el no tener estas deudas, sino recuperar todas las cosas que yo dejé ir, de una manera nueva y sin tener que incurrir nuevamente en deudas. Tiempo después decidí mudarme a una zona más cálida del país y todo me fue restituido. El auto, las cosas para mi hogar, todo volvió a mí. Siento que se cumplió lo que dice el libro de Joel en el Antiguo Testamento: “Jehová restituirá los años que se comió la langosta”. Véase Joel 2:25.
En Ciencia y Salud había leído: “Las pruebas enseñan a los mortales a no apoyarse en báculo material, en caña rota que traspasa el corazón”.Ciencia y Salud, pág. 66. Ese báculo material hubiera sido creer que mi esposo era el centro de nuestro hogar, el proveedor principal. Pero yo había aprendido que lo único que necesitaba era apoyarme en Dios porque Él siempre me había estado cuidando.
Cada vez siento con mayor firmeza que mi vida es completa, y sigo encontrando nuevas oportunidades de crecimiento espiritual. Hoy entiendo que mi única deuda es amar a Dios y a mi prójimo.