La Navidad del año pasado me trajo un sentido renovado de lo que significa celebrar estas fechas. Sucedió que mi hija trajo una tarea a casa donde se le pedía escribir sobre alguna tradición navideña de nuestra familia. Cuando nos sentamos a pensar cuáles eran nuestras tradiciones al principio lo único que me venía a la mente eran dos cosas. Número uno: gastar mucho dinero en regalitos; y número dos: comer demasiado. Pero me di cuenta de que el maestro estaba buscando una descripción de tradiciones culturales, como los pesebres, los arbolitos de Navidad, las decoraciones con luces y adornos propios de la época.
Como es natural, nuestra familia también celebra estas fiestas con esas tradiciones, pero pronto percibí que hacía ya muchos años que estábamos tratando de profundizar, o sea, espiritualizar nuestro concepto de la Navidad. Habíamos refrenado el impulso de entrar en un estado de frenesí con las tiendas y el tráfico, o en la casa. Ya no estábamos tan interesados en participar de las cosas que caracterizan la época navideña en la actualidad. Habíamos empezado a celebrarla cada vez más espiritualmente. Siempre teniendo en cuenta cuál era la misión de Cristo Jesús, y también haciéndonos la pregunta: ¿qué debería hacer yo en estas navidades para sinceramente merecerme el gran privilegio de llamarme cristiana?
Aquella noche en mi hogar esa muchacha pudo sentir cómo el Cristo bendice al hombre.
La Biblia dice en el Evangelio según San Mateo que Jesús habló así a sus discípulos y seguidores: "Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa".
Aquí tenía yo mi respuesta. Pero eso no es todo. Después Jesús nos da un mandato que dice: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". Mateo 5:14—16. Esto para mí significaba no permitir que el estrés, la ansiedad, la vanidad, y todas esas cosas fueran parte de mi tradición navideña, y que la bondad, la paciencia, la ternura, la paz, la compasión, la hermandad y la oración, fueran lo que estaba realmente yo viviendo.
De repente vi que, juntos con mi esposo, ya estábamos reflejando esa luz. Ocurre que desde hace algunos años, cada Navidad algún extraño llega a nuestra casa y comparte con nosotros no sólo la cena sino también la luz del Cristo. Le ofrecemos un mejor entendimiento del amor que es Dios, reflejado en hermandad, compasión, compañía, paz.
Por ejemplo, una Navidad mi esposo venía del trabajo en la madrugada cuando se dio cuenta de que su auto tenía un problema. Pudo llegar a un mercado que estaba abierto las 24 horas y una empleada se le acercó para ayudarlo a encontrar lo que necesitaba. Esta joven era una emigrante rusa y mi esposo, conversando un poco con ella sobre la situación de su país, fue llevado a invitarla a cenar a casa. Ella aceptó con mucho agradecimiento, ya que estaba completamente sola en este país; no tenía familia alguna. La gente con quien vivía la maltrataba, e incluso tenía que dormir en el piso. No tenía un buen empleo, no tenía medio de transporte, la visa de visitante estaba a punto de expirar y no le alcanzaba el dinero para vivir. Muchas veces algunos hombres le ofrecían ayuda pero bajo condiciones inmorales.
Aquella noche en mi hogar, esa muchacha pudo sentir por primera vez en su corazón cómo el Cristo bendice al hombre. Ella nos preguntó: ¿Qué clase de gente son ustedes que invitan a un extraño a su casa sin ningún interés más que bendecir?
Ésta fue para nosotros una oportunidad para explicarle que simplemente estábamos haciendo lo que Cristo Jesús nos encargó.
Nuestra relación con esta chica rusa creció a la par que su curiosidad por la religión que practicábamos, y poco después le obsequiamos una Biblia y un ejemplar del libro Ciencia y Salud, y ella sola, con un gran deseo de conocer a Dios, empezó a estudiar estos libros.
Muy pronto estaba demostrando por sí misma cómo la luz del Cristo ilumina la conciencia del hombre, dándole ideas espirituales y útiles para resolver problemas y sanar toda enfermedad. En muy poco tiempo, encontró un lugar donde vivir en la casa de unos amigos de nosotros donde el ambiente era puro y limpio, además de tratarla con cariño y respeto. Después pudo aprender a manejar y le regalamos un automóvil. También encontró un buen empleo que ofrecía más dinero. Hoy en día ella ha sanado, por medio de la oración espiritual, de muchos malestares físicos. Aprendió a hablar inglés y calificó para matricularse en el sistema escolar de los Estados Unidos. Pero las bendiciones no quedaron allí, este año obtuvo una beca para estudiar en una prestigiosa universidad de este país y sus problemas con inmigración han sido resueltos.
Realmente, haber sido testigos de cómo la luz del Cristo iluminó el entendimiento de esta joven ha sido para nuestra familia una gran demostración de que el "Emmanuel" realmente significa "Dios con nosotros".