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LA PAZ DE LA NAVIDAD, HOY Y CADA DÍA

Del número de noviembre de 2005 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Imagínate que abres tu correo electrónico y encuentras este mensaje: “La paz te espera en este mismo momento. Una paz que responderá a todas tus necesidades. Una paz que está al alcance de todos”.

Una noche, hace 2.000 años, mucho antes de las computadoras o del correo electrónico, un pequeño grupo de pastores del Oriente Medio recibió un mensaje como ése. Los pastores estaban de vigilia, cuidando de sus rebaños, cuando los visitó un ángel y les anunció el nacimiento del Salvador del mundo. El Evangelio según Lucas cuenta que, apareció “una multitud de las huestes celestiales” y los bendijo diciendo: “¡en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” Lucas 2:13, 14. Estos dos mensajes angelicales representaban el vínculo especial que existe entre el arribo del Salvador y el establecimiento de la paz para todos los tiempos.

Esta idea de paz no era nueva. Innumerables historias del Antiguo Testamento dan testimonio de la solución de enemistades arraigadas en familias, de la ruptura de cadenas de esclavitud, de la provisión manifestada ante la hambruna, de la protección contra la violencia y la curación de enfermedades. Sin embargo, en la época de los patriarcas del Antiguo Testamento, mucha gente pensaba que la paz de Dios — Su protección y cuidado divinos por Su creación — sólo pertenecía a unos pocos elegidos que disfrutaban de una relación especial con el Creador. Pero este anuncio que llegó a los pastores aquella primera Navidad, cuestionó ese punto de vista excluyente. Decía que el Salvador había venido para traer salvación a todos.

Este anuncio no era un simple llamado para celebrar el nacimiento de un niño; proclamaba la venida, ininterrumpida, de una idea divina a la conciencia. Esta idea divina, el Cristo, que Jesús enseñó y vivió tan plenamente, nos salva de la visión material de la vida y revela nuestra unidad con la divinidad. Jesús luego demostró al mundo que el cielo está en nosotros, en todos nosotros. Todos somos los elegidos. El cumplimiento de la profecía acerca del cuidado que Dios brinda a Su creación — Su gobierno perfecto del universo — se está produciendo ahora, en este mismo momento, para todos.

El Apóstol Pablo percibió la inmediación que existe entre el gobierno de Dios y la paz que resulta de él. Y argumentó que esto era verdad a pesar de la insistente evidencia de lo contrario. Dijo: “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación”. 2 Corintios 6:2. Pablo vio por experiencia propia cómo el Cristo guía y transforma la vida. Y demostró a las personas que Dios las ama y valora, sanándolas de la desesperación, la enfermedad y la deformidad. Los ayudó a sentir paz espiritual, aún estando en medio de turbulencias políticas.

La fundadora de esta revista, Mary Baker Eddy, explicó como nadie antes o desde entonces lo hizo, por qué nuestra paz es inquebrantable, por qué los hijos y las hijas de Dios son, y siempre serán, perfectos. “El hombre es tan perfecto ahora, en lo sucesivo, y por siempre, como cuando por primera vez alabaron todas las estrellas y la creación se unió al grandioso coro del ser armonioso”.Escritos Misceláneos 1883-1896, pág. 188. Estas palabras afirman todo lo que Jesús enseñó, todo lo que él representaba. Nuestra receptividad a las ideas que estas palabras transmiten puede hacernos sentir muy de cerca la actualidad del amor de Dios en nuestra vida, en todo momento.

Recuerdo una ocasión en que mi paz y bienestar parecían pertenecer a un futuro distante. Yo había estado luchando durante días con un dolor interno y me resultaba difícil respirar. Había estado orando durante este tiempo y mis oraciones me habían sostenido. Pero después de pasar muchas noches sin dormir, comencé a sentirme muy agotado y desalentado. No puedo decir que dudé de la bondad de Dios o del poder de la oración para liberarme del malestar, pero sí empecé a cuestionar mi habilidad para orar.

Una noche, mientras trataba de escuchar para recibir nuevas ideas e inspiración, recibí esta respuesta: “Tú no estás solo tratando de hallar una manera de sanar. El Cristo sanador — el mensaje de paz de Dios — está contigo en este mismo momento, como está y siempre ha estado con todos. Es el Cristo eterno el que trae libertad. La curación es tu derecho divino".

Como los pastores de antaño, todos podemos sentir la presencia y el cuidado de Dios.

Me embargó una profunda alegría. Comprendí que yo no estaba solo luchando con el dolor y la discapacidad, sino que estaba ante la presencia de Dios, ante la presencia de una Vida que no depende de factores biológicos, sino de la belleza y perfección de una realidad que es espiritual. Una condición dolorosa no podía ser parte de la Vida divina. En ese mismo momento supe que estaba sano. El dolor fue disminuyendo rápidamente y muy pronto me encontré libre.

Así como los pastores durante aquella primera Navidad sintieron que los rodeaba la presencia de los ángeles de Dios, nosotros también podemos sentir la presencia del Altísimo y el cuidado, amor y curación que la acompañan. Podemos esperar paz en la tierra, dondequiera que nos encontremos, ahí donde esté nuestra necesidad, en este momento. Y esta paz puede extenderse más allá de nosotros mismos. La paz que experimentamos en nuestra propia vida nos muestra la posibilidad de ver a nuestro prójimo en todo el mundo, como hermanos y hermanas. Entonces no querremos para ellos nada menos que poder sentir esa misma paz.

Es cierto que la Navidad se celebra tan solo una vez al año, pero la libertad que brinda su mensaje está aquí presente para enriquecernos cada día de nuestra vida.

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