Cuando uno se para en la cima del Monte San Jacinto de más De 3000 metros, en el sur de California, a veces puede ver de cerca a las águilas doradas cruzando el cielo con toda libertad. La misma corriente de aire fresco que las hace avanzar lo envuelve a uno, renovando nuestras fuerzas después del largo ascenso hasta la cima.
Ese vuelo águila y el paso del viento sugieren algo maravilloso. Sugieren algo más que la grandeza de la naturaleza; algo que va más allá de las alas, la corriente y las alturas. Dan una idea del impulso del Cristo, el mensaje del amor que Dios tiene por la humanidad. El paso de este Cristo es renovador e inigualable.
Pero, si bien el águila y la brisa sólo pasan velozmente por el espacio, el Cristo atraviesa el espacio y el tiempo para llegar a la gente que necesita ayuda allí donde se encuentre, sea el momento que fuere. El Cristo es la idea inmortal de Dios, la verdad intemporal que Jesús representó y que tan brillantemente demostró en su ministerio sanador. Sin embargo, esa idea de Dios no estaba confinada a Jesús. No podría haberlo estado, puesto que el Cristo está siempre presente y activo, sanando, salvando y redimiendo perpetuamente a la humanidad.
Cientos de años antes del ministerio de Jesús, el profeta Elías, viéndose frente a un niño que acababa de morir, respondió al trágico problema por medio de la oración, experimentó en cierta medida la idea inmortal de Dios, vio que el niño se renovó y restauró, y se lo devolvió a su madre. El Cristo estaba allí presente. Poco después de la ascensión de Jesús, el Apóstol Pablo recibió la mordedura aparentemente fatal de una culebra ponzoñosa. Pero él desafió y eliminó el temor de quienes lo rodeaban, librándose de la culebra, y evidentemente, librando, al mismo tiempo, del horror a los que estaban con él y esperaban lo peor. Sin sufrir daño alguno, continuó su labor, con renovada confianza en Dios. El Cristo estaba allí presente. Hoy en día, de hecho en este número del Heraldo, personas de distintas partes del mundo, como México, Perú y Uruguay, relatan cómo superaron condiciones muy difíciles gracias a la indisputable presencia de Dios. La renovación y la curación alborearon en su pensamiento. El Cristo está siempre allí presente con ellos.
El Cristo está siempre allí y aquí, porque actúa con prontitud. La idea inmortal, que viene de Dios a la conciencia humana, al igual que la salida del sol, no puede ser demorada ni desviada. El paso veloz e imparable del Cristo significa que dondequiera que parezca haber un vacío — ya sea de amor en un corazón sufriente, o de comida en un estómago hambriento — la idea de Dios está presente para llenar ese vacío, y responder a esas necesidades de una manera práctica. Siempre que parece haber un fallo — ya sea una interrupción en el funcionamiento de un órgano del cuerpo, o el fracaso de las negociaciones para reducir la emisión de gases nocivos— la verdadera idea de la presencia y del poder de Dios está a la mano para restaurar el buen funcionamiento y restablecer la comunicación productiva. Actúa en el momento exacto en que se necesita, en el preciso lugar que se requiere, de la manera que produce una diferencia sanadora.
Examinemos lo que dijo Jesús: "Antes que Abraham fuese, yo soy", Juan 8:58. y "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". Mateo 28:20. Esto destaca la eterna presencia del Cristo, la idea inmortal de Dios que Jesús sabía que estaba presente en la época de Abraham, en la suya y en la nuestra. Este hecho absoluto y eterno de la presencia del Cristo está entretejido, sin costura alguna, con el registro histórico de las curaciones que realizó Jesús. Este registro nos muestra el efecto sanador que puede tener hoy en día la presencia del Cristo, particularmente a medida que percibimos esa presencia, en nuestra oración. En otras palabras, el paso majestuoso del Cristo no se puede desactivar ni marginar como si fuera una teoría abstracta. Participa de manera vibrante y activa en la acción práctica de desplazar las falsas nociones y reemplazarlas con la idea verdadera. Y puesto que la experiencia humana es modelada por el pensamiento, esto quiere decir que — al dejar de lado las creencias falsas y reconocer la presencia de la idea verdadera— la gente sana de enfermedades, se salva del pecado y es redimida de su tristeza, tal como Jesús lo demostró una y otra vez. La acción sanadora del Cristo continúa inevitablemente.
Toda vislumbre del Cristo nos ayuda a liberarnos del temor.
El Cristo y usted
Si bien ante toda urgencia la venida del Cristo es inevitable, no es automática. Nosotros tenemos una función que cumplir, algo indispensable que hacer para que se produzca la curación. Dios nos llama. No importa si la comprensión que tenemos de la presencia y del poder del Cristo, es grande o pequeña, debemos nutrirla. Necesitamos que eche raíces y amplíe su alcance. ¿Por qué? Porque, si bien la idea de la presencia y del poder de Dios siempre viene a nosotros cuando y donde la necesitamos, una comprensión más amplia y profunda contribuye a que estemos mentalmente preparados para aceptar el mensaje del Cristo. Tiende a mantenernos conscientes y alertas a su llegada. Es decir, nuestra función es darnos vuelta y enfrentar el viento, por así decirlo, a fin de que el Cristo llegue a nosotros de frente. Entonces lo aceptamos plenamente. No obstante, es muy reconfortante recordar que incluso la exigencia de recurrir al Cristo es impulsada por el Cristo mismo. No necesitamos ponernos de frente ni fabricar esa comprensión más profunda por nuestra cuenta.
La Christian Science amplía nuestra compresión espiritual y revela más de la naturaleza de Dios y de la acción de Su Cristo. A medida que reflexionamos más sobre estos conceptos, experimentamos sus buenos efectos en nuestra vida con más regularidad. Ciencia y Salud agudamente observa: "La idea inmortal de la Verdad recorre los siglos, cobijando bajo sus alas a enfermos y pecadores... La hora de la reaparición de la curación divina se presenta en todo tiempo; y quienquiera que ponga su todo terrenal sobre el altar de la Ciencia divina, bebe ahora de la copa del Cristo y es dotado del espíritu y del poder de la curación cristiana". Ciencia y Salud, pág. 55.
Cuando vemos un águila dorada cruzando el firmamento, probablemente pensemos en su incomparable majestuosidad. Luego observamos la misma águila en su nido, cubriendo sus polluelos bajo sus alas, y puede que pensemos en su ternura. Estos dos aspectos son reales y necesarios.
El Cristo incontestable es también el Cristo tierno, que nos asegura que la curación espiritual — ya sea de enfermedades físicas, problemas económicos, heridas emocionales, deslices pecaminosos— está a nuestro alcance, por más deprimidos que nos sintamos. El Cristo ha recorrido el espacio, a lo largo de los años, y está en nuestra consciencia ahora mismo. El polluelo en la seguridad de su nido mira hacia arriba y ve a un padre brindándole atentamente todo lo necesario a sus crías. Al recurrir a tu Padre-Madre Dios, encuentras que Él/Ella, te ha provisto de la verdadera idea de Dios, la cual contrarresta toda idea falsa, todo temor e incertidumbre. No es de sorprender que entonces cada vislumbre del Cristo nos nutra y renueve.
El Cristo contrarresta las falsas imitaciones
Sin embargo, la venida del Cristo no es algo que se manifieste a algunas personas aisladamente. No se trata de un hecho privado de algunos elegidos. Cualquiera que mira hacia arriba al ver un águila volar majestuosa, percibe la visión y se siente inspirado.
A medida que avance el siglo XXI, los desafíos que enfrente la humanidad continuarán teniendo un impacto en la gente de manera muy personal. No obstante, puede que los desafíos mismos tengan cada vez más consecuencias a nivel mundial. Veamos sólo tres de los temores más grandes sobre el futuro que hoy se ven en las noticias: Una pandemia de gripe que afecte no solo a una región o continente, sino a todo el planeta. Una pesadilla nuclear que destruya un enorme segmento de la civilización. Un cambio de clima inducido, quizás, por el comportamiento humano, que afecte nuestra aldea global y provoque devastaciones previstas e imprevistas.
¿Puede acaso el toque del Cristo contrarrestar preocupaciones tan colosales en su alcance? Sí, definitivamente. Dios, la Mente infinita y única, es la fuente de Su idea, Su expresión infinita y eterna. La Mente no tiene opuesto y no hay otra fuente verdadera aparte de la Mente divina. Tampoco existe ninguna acción real ni nada que nos pueda separar del Cristo que, como lo define Mary Baker Eddy, es: "La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado". ibíd., pág. 583. El Cristo es la acción real que procede de la fuente verdadera. La salud, la paz, el ambiente estable, son una evidencia verdadera.
El Cristo está siempre presente y activo, refutando todo tipo de mal.
No obstante, si esto describe la verdad indisputable, parece haber una falsedad flagrante y malévola; una mentalidad supuestamente material, que las Escrituras llaman mente carnal. Esta se manifiesta como una fuente falsa, el opuesto exacto de la Mente divina. Dicha mente carnal parece generar una acción falsa, que M. B. Eddy llama magnetismo animal, el cual, es el opuesto exacto del Cristo. El magnetismo animal ejerce, supuestamente, una atracción destructiva e hipnótica, que parece tener como resultado una evidencia falsa, como son el contagio, la falta de armonía y los desastres naturales.
Nunca es necesario mejorar lo que es falso, sino más bien revertirlo por completo y eliminarlo, reemplazándolo con lo que es espiritualmente genuino. Por ejemplo, consideremos uno de esos tres temores: una pandemia que recorra el globo. En su sentido más profundo, no se trata de un fenómeno físico, sino solamente de una fase del magnetismo animal — la supuesta acción de la mente mortal— tratando de entrar a través de la consciencia humana, inmovilizarla de temor y hundir hasta el fondo todo intento de liberarnos del miedo.
Pero, ¡un momentito! Se trata de una falsedad, es ilegítima y es necesario oponerse a ella. Comprendamos esto: la Mente divina es la única que lo sabe todo, es la única causa, la única fuente. Mientras que el Cristo es la única acción verdadera. Allí mismo donde parece haber una condición alarmante que está recorriendo el planeta, se está manifestando el irrefutable toque del Cristo. Su acción elimina el temor, la incertidumbre, toda noción de que pueda existir un poder aparte de Dios.
El Cristo barre con la atracción mesmérica del magnetismo animal, y al eliminar esa acción falsa, la consciencia humana recupera su elasticidad y vigor. Y no es de sorprender entonces que la evidencia de un Dios bueno y de Su Cristo siempre activo tome control de la situación. Como resultado, el dominio de una supuesta mentalidad y sus erróneos intentos de actuar — o sea, el magnetismo animal— cede y desaparece. La amenaza de una pandemia retrocede, y el poder y la presencia irresistibles de Dios — una vez más— prueban que no tienen oposición alguna.
"De tal manera amó Dios al mundo"
A medida que la humanidad se esfuerce por avanzar, buscando respuestas a sus preocupaciones más grandes, el amor será un propulsor esencial. Para responder a las preocupaciones más grandes de la vida, es necesario expresar un amor desinteresado. Sólo mediante el amor uno logra que el esfuerzo individual tenga como meta alcanzar un beneficio colectivo. Se requiere del esfuerzo individual — tal como el de una persona que altera sus hábitos al manejar, al elegir su vehículo y las fuentes de energía para su casa— multiplicado por millones y millones de veces, para disminuir considerablemente el impacto negativo que nuestro proceder tiene en el ambiente. A menudo las personas que hacen esos esfuerzos sólo reciben el beneficio indirectamente, pero el Amor es el motor que las mueve a actuar.
En muchos sentidos esto ya está ocurriendo. Si bien el registro no es uniforme, es sorprendentemente alentador. Innumerables personas están tomando conciencia de la situación y respondiendo a ella. Y esto no habla tanto de lo difundida que está la bondad humana, como de la universalidad del Cristo. El Cristo viene repetida, constante y perpetuamente a toda consciencia humana. No importa que una persona se considere a sí misma cristiana o no. El Cristo hable. ¿Por qué lo hace y por qué siquiera existe? La respuesta es el Amor.
"De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito..." Juan 3:16. dice la Biblia. Tenemos al Cristo gracias a que Dios ama al mundo. Debido al amor que Él tiene por Su linaje es que el Cristo interviene con prontitud, leudando la consciencia humana con el amor del Amor divino, impulsando a las personas individualmente y a la humanidad en general, a dar, amorosamente, los pasos previsores y generosos para que se manifiesten las soluciones. El terror, una atmósfera devastadora, el contagio rampante, y otras amenazas, no se comparan con el amor de Dios, que se evidencia en la manifestación de Su Cristo, que viene al rescate cuando y donde la necesidad es más urgente. En el Antiguo Testamento, el profeta Malaquías emplea una frase muy poética para representar al Cristo. Dios dice: "A vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación". Malaquías 4:2. Eso ya está ocurriendo. Como siempre se ha estado manifestando. Como siempre ocurrirá. Es una promesa, para toda la eternidad.
