Cuando oramos sin obtener rápido la respuesta anhelada, puede que nos invada el desaliento y desistamos en nuestra búsqueda. Incluso, puede que Le preguntemos a Dios como el Salmista: "¿Por qué escondes tu rostro...?" Salmo 44:24. Es, entonces, cuando se hace más necesario persistir en la oración y profundizar en el conocimiento de lo espiritual y verdadero.
En todas las etapas y retos del vivir, la constancia y la paciencia — como las tendría un alpinista— son las cualidades que conquistan cúspides. También al esforzarnos por sanar mediante la oración, la persistencia es elemento valioso.
En el libro Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy menciona al general Grant, que hablaba así de su campaña: "'Me propongo mantenerme en esta línea hasta terminar la contienda aunque tome todo el verano'. La Ciencia dice: 'Todo es Mente e idea de la Mente. Tenéis que manteneros en esa línea hasta terminar la contienda. La materia no os puede dar ayuda alguna'". Ciencia y Salud, pág. 492.
Hace varios años sufrí una postración nerviosa y llegué a sentir mucho desaliento porque la curación no se producía tan rápido como quería. También comprobé que la materia no me podía ayudar. Como los peores síntomas que tenía eran insomnio y debilidad extremos, algunas noches decidí tomar un somnífero. Pensaba que si lograba dormir bien, al día siguiente podría tener fuerzas para atender a mi bebé de pocos meses. Pero como el efecto de esto era peor que la enfermedad, lo deseché. Tuve que dejar de atender a mi familia con tres niños pequeños, y de compartir socialmente. Incluso había perdido todo interés en el arreglo personal. Lo único que podía hacer era leer, sola, recostada en la cama o tendida sobre el césped de mi jardín. Forzosamente dediqué ocho meses (más de un verano), a hundirme en este océano de verdades espirituales que encontraba en las páginas de Ciencia y Salud, con el anhelo de saber más de sus premisas y conclusiones acerca de Dios y Su idea, el hombre.
También recurrí a la Biblia donde encontré en sus personajes un grupo de buenos amigos que me ayudaron y consolaron. Su temple espiritual y su enorme confianza en Dios me decían: "Sé valiente tú también, puesto que el Padre-Madre, que es Amor, no te ama menos a ti que a Pablo y Silas cuando estaban atados al cepo, o a José en prisión, o a Daniel en el foso de leones". Oraba con las ideas del Salmo 40: "Pacientemente esperé a Jehová, y se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre peña, y enderezó mis pasos. Puso luego en mi boca cántico nuevo, alabanza a nuestro Dios". Salmo 40:1-3.
Muy pronto, sentí el deseo de compartir con todos el poder sanador de Dios y también volví a ocuparme del diseño y confección de modas y de la decoración de interiores, actividades en que esporádicamente me había ocupado.
Esta nueva luz trajo a mi mente y a mi corazón una gran paz. La inquietud, el miedo y la obsesión por sentirme bien fueron cediendo paulatinamente. Ya no me importaba tanto sanar físicamente como ir más allá en el descubrimiento de las maravillas del Alma que se me iban revelando. Hasta que, finalmente, fui recuperando alegría, apetito, peso, cabello, estabilidad y fuerza.
¡Qué dicha fue sentir que el llanto daba paso a la sonrisa!, constatando poco a poco que era tan imposible para el hombre, la manifestación del Amor infinito, estar débil, temeroso o angustiado, como lo es para Dios, el Amor.
La gran lección que aprendí fue que la salud no es un estado del cuerpo, sino del pensamiento. Que no me gobernaban los nervios, sino la Mente, Dios, que es la fuente única de fortaleza. Y que la obediencia a esta verdad del ser, y la persistencia, que son cualidades espirituales, aseguran progreso y bienestar a todo aquel que es constante.
