La medicina moderna es una industria mundial de trillones de dólares. De una forma u otra, ya sea a través del tratamiento, la capacitación, los impuestos, la televisión y otros medios, toca a casi todas las personas en las naciones industrializadas, y a la mayoría en los países en desarrollo. Para bien o para mal, es uno de los motores sociales y económicos de mayor influencia en el mundo. Afortunadamente, muchos concuerdan con que la mayoría de las personas que forman parte de esta monumental presencia, se dedican con extrema abnegación a aliviar el sufrimiento humano.
Lamentablemente, no todos actúan así. Como muchas personas saben, algunos individuos e incluso un porcentaje considerable de algunos sectores de la industria de la atención a la salud, han caído en prácticas en extremo cuestionables. También es muy triste tener que admitir que, con frecuencia, hay incluso casos de mala práctica médica.
Pero en este número del Heraldo queremos concentrarnos en una práctica tan difundida que afecta, diariamente, a millones, quizás, miles de millones de personas. Me refiero a los esfuerzos que realizan algunos en el campo de la atención a la salud para "vender la enfermedad". Es decir, a medida que surgen nuevos padecimientos, síndromes, quejas y condiciones, "necesitan" novedosos y más potentes medicamentos.
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