Años atrás, los médicos me diagnosticaron que tenía bronquitis asmatiforme. Me dieron ataques tres años consecutivos con cada cambio de clima. A pesar de todos los medicamentos que tomaba no mejoraba, sino que empeoraba cada vez más. Recuerdo bien la última cita que tuve con el especialista, porque me dio medicamentos e inhaladores y yo salí molesta del consultorio. No estaba enojada con mi mamá ni con el médico, pero algo me molestaba. Entonces cuando llegué a casa, fui a mi cuarto, cerré la puerta y me arrodillé a orar. Lo único que dije fue: “Dios, tú no me das esto. Yo no creo que Tú me estés enviando esto”. No aceptaba esta enfermedad.
En esa oportunidad tomé los medicamentos por un día y medio y después los dejé. Entre ellos había corticoides, que me afectaban adversamente. Para los tratamientos anteriores también me habían dado una cantidad inmensa de pastillas, pero yo las había ido dejando.
Poco después, conocí la iglesia de la Christian Science. Allí aprendí que las ideas que ofrece sobre la salud son una ley para nosotros y que la enfermedad no pertenece al hijo de Dios. Yo estaba de acuerdo con esto, así que me esforzaba por estudiar Ciencia y Salud, y aferrarme a sus enseñanzas, como la que instruye: “Si decidís que cierto clima o ambiente es malsano, así lo será para vosotros. Vuestras decisiones os dominarán, sea cual fuere el rumbo que tomaren”. (pág. 392) Por donde yo vivo se habla mucho de la humedad y de cómo afecta la salud de los niños. Pero una de las cosas más hermosas que aprendí con este estudio fue que si Dios hizo todo, el clima es parte de Su creación y no puede afectarnos.
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