Como un amanecer a principios de la primavera que silenciosamente transforma el paisaje invernal en un refugio y trae esperanza al gorrión solitario, que en vez de migrar se quedó y soportó las duras tormentas de nieve, el poder renovador de Dios tiene un impacto enorme tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. El Salmista sugiere lo mismo cuando dice: “[Tú] renuevas la faz de la tierra”. Salmo 104:30. En una escala muy diferente también ora diciendo: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio”. Salmo 51:10. El poder renovador de Dios tiene una manera de resolver problemas tan grandes como nuestro planeta y tan pequeños como un gorrión.
Es bueno saber esto porque a medida que avance el siglo XXI es muy probable que las necesidades de la humanidad surjan en ambas medidas. Por un lado, la infraestructura de toda una nación —sus caminos y puentes, represas y diques para prevenir inundaciones, y demás— puede estar tan abandonada que requiera de reparaciones y reemplazos. Por el otro, una persona sola —que tal vez tenga un órgano que no funciona bien— puede que se sienta abrumada por el temor y esté luchando por sobrevivir. El poder renovador de Dios ofrece ayuda en ambos casos y puede traer soluciones donde no parece haber ninguna.
El Alma inmortal nos percibe a cada uno como una idea en constante renovación.
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