Como un amanecer a principios de la primavera que silenciosamente transforma el paisaje invernal en un refugio y trae esperanza al gorrión solitario, que en vez de migrar se quedó y soportó las duras tormentas de nieve, el poder renovador de Dios tiene un impacto enorme tanto en las cosas grandes como en las pequeñas. El Salmista sugiere lo mismo cuando dice: “[Tú] renuevas la faz de la tierra”.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!