¿Ha tenido alguna vez que ayudar a restaurar el orden en medio del caos, o se ha sentido agobiado por tener que hacer frente a demandas que superaban su capacidad, o tal vez, ha anhelado “Paz, paz; y no hay paz”? Jeremías 8:11. En un mundo que se mueve a tan alta velocidad y donde todo tiene que planearse de la noche a la mañana, puede que a veces la tranquilidad y el orden parezcan eludirnos y ser imposibles de alcanzar, Puede que incluso nos desesperemos y digamos: “¡Ya no puedo más!”
Pero no podemos dejarnos vencer por la desesperación cuando la situación se toma difícil. Nunca estamos solos. El poder sanador de Dios está siempre con nosotros y puede restaurar el orden y mantener la paz. Y para ver en qué medida ésta es una verdad que podemos demostrar, basta con recurrir a la vida y enseñanzas de Cristo Jesús.
Isaías, profeta del Antiguo Testamento, escribió: “Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se Ilamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz”. Isaías 9:6. Jesús era el Príncipe de Paz del que habla la profecía, y cuando fue adulto, demostró lo cercano que está el poder sanador de Dios, al destruir rápida y categóricamente el pecado, la enfermedad e incluso la muerte. Él restauró la paz, la salud y el bienestar a una multitud de personas sufrientes mediante su comprensión del poder de Dios. Superó toda forma de mal en su propia experiencia y prometió que nosotros también podríamos encontrar paz y curación ante la discordancia, si creíamos en él, en sus enseñanzas. Véase Juan 14:12.
Recuerdo una experiencia en la que estuve desesperado por encontrar esa paz que Jesús prometió. En esa oportunidad me hallaba exhausto. Mi mente parecía un huracán de categoría cinco, y no lograba tranquilizarme. Necesitaba descansar antes de una importante presentación que tenía que hacer. Había estado orando en busca de alivio, pero la tensión y presión sólo se habían intensificado. Abrumado por la desesperación, y al ver que mis esfuerzos por tranquilizarme no daban resultado, busqué ayuda fuera de mí mismo. Recurrí al Príncipe de Paz en busca de guía, y recordé las palabras de Jesús: “No puedo yo hacer nada por mí mismo”. Juan 5:30. Me di cuenta de que no necesitaba resolverlo todo solo. Así como Jesús confiaba en que Dios cuidaba de él, yo podía confiar en que Dios cuidaba de mí. Le cedí el control a lo divino y afirmé: “Dios mío, me doy por vencido. ¡Soy todo tuyo! Ordena mis pensamientos y dame tranquilidad”. En pocos momentos, la tormenta mental que estaba sufriendo desapareció, mi cuerpo se relajó, y me dormí. Lo que yo no había podido hacer humanamente, Dios lo hizo espiritualmente. Gracias al ejemplo que había encontrado en las palabras de Jesús —dejar de lado la voluntad propia—pude orar con más eficacia y encontrar descanso.
Jesús era el Príncipe de Paz, pero no era la cabeza real de una dinastía humana ni un funcionario militar, como el título de príncipe comúnmente implica. Él era el Hijo de Dios, enviado a indicar el camino hacia la paz celestial para toda la humanidad. Tanto a nivel político como social, un príncipe es un miembro de alto rango de una familia real. Es el funcionario principal con autoridad sobre los sirvientes del rey. Un rey puede usar al príncipe como embajador de su pueblo, como funcionario ante su ejército, como gobernador de una provincia, como pacificador en tiempos de conflicto, como comandante para emitir órdenes, como juez para interpretar la ley, como autoridad para hacer que ésta se cumpla, o cualquier otra función gubernamental que el soberano considere necesaria para gobernar eficazmente su tierra. El príncipe recibe el poder de su rey, y tiene el respaldo del monarca al realizar el trabajo que debe hacer para gobernar la nación.
Por ser el Hijo obediente de Dios y el exponente de la Verdad divina, Jesús realmente fue un príncipe para la humanidad, al establecer el orden divino, vencer el mal, afirmar la ley de Dios e indicar el camino hacia la perfección espiritual. Él echó fuera demonios, enderezó cuerpos encorvados, perdonó culpables, alimentó a gente hambrienta, encontró dinero para pagar impuestos y resucitó muertos. Como el Mesías que la profecía había anunciado, hizo cumplir la justicia, declaró la voluntad divina y Ilevó a cabo el plan de salvación que tenía el Padre para beneficio de la humanidad. Jesús fue el Salvador encargado de rescatar a la humanidad del pecado e indicar el camino hacia el cielo.
Es importante comprender que el poder que Jesús ejerció no fue temporal.
Para comprender la importancia actual que tiene el Príncipe de Paz, es muy útil entender que el poder que Jesús ejerció no fue temporal. Era el poder divino que existió antes de que Jesús naciera y permaneció después de que él dejara esta tierra. Como él mismo les dijo a sus seguidores antes de ascender: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Mateo 28:20. No quiso decir que estaría con nosotros físicamente para siempre, sino que el poder del Cristo que él manifestaba estaría siempre presente, restaurando vidas e impartiendo paz.
Mary Baker Eddy escribió en Ciencia y Salud: “El advenimiento de Jesús de Nazaret marcó el primer siglo de la era cristiana, pero el Cristo no tiene principio de años ni fin de días. A través de todas las generaciones, tanto antes como después de la era cristiana, el Cristo, como idea espiritual —reflejo de Dios— ha venido con cierta medida de poder y gracia a todos los que estaban preparados para recibir al Cristo, la Verdad”. Ciencia y Salud, pág. 333. El Cristo era el poder y la presencia de Dios que vivificaba y daba poder a Jesús. El poder del Cristo que Jesús de Nazaret ejercía no era un fenómeno de breve duración, sino una realidad eterna, y continúa con nosotros hoy.
Respecto al título Príncipe de Paz, se podría decir que Jesús era el Príncipe y el Cristo es la Paz. Los dos son inseparables, aunque el príncipe—Jesús como ser humano— ya no camina sobre la tierra, en cambio la paz del Cristo que él enseñó y vivió está presente para siempre.
Mucho antes del nacimiento de Jesús encontramos en la Biblia un ejemplo del poder del Cristo eterno que rescató a una persona de la confusión y el sufrimiento. Jacob, hijo del patriarca Isaac, había tratado a su hermano Esaú muy injustamente. Cuando se entera de que Esaú quizá estuviere de camino en busca de venganza, Jacob—temiendo grandemente por su propia vida y la de su familia— se esfuerza por saber cómo resolver la situación. Después de luchar espiritualmente durante toda la noche con un ángel, este hombre cambia radicalmente y se arrepiente. Tanto es así, que la voz divina le declara: “No se dirá más tu nombre Jacob, sino Israel; porque has luchado con Dios y con los hombres, y has vencido”. Génesis 32:28. Jacob luchó con un sentido material y pecaminoso de sí mismo, luego cedió a su ser espiritual —a su pureza e integridad como hijo de Dios— y obtuvo poder, libertad y paz espirituales. Como un príncipe, Jacob había prevalecido porque se puso en armonía con su individualidad espiritual en el Cristo. Muy pronto se reconcilió con Esaú y dejó atrás los errores del pasado.
Nosotros también podemos prevalecer como príncipes cuando vivimos de acuerdo con nuestro ser espiritual como hizo Jacob, y como Jesús ejemplificó tan plenamente. La naturaleza del Cristo está en cada uno de nosotros, y a medida que cedemos a su influencia espiritual, podemos ejercer autoridad sobre el mal, echar fuera el pecado y encontrar tranquilidad celestial.
La vida y enseñanzas de Cristo Jesús han sido una ayuda enorme para mí a lo largo de los años para superar problemas y encontrar salud y paz. Y sé que estas enseñanzas sagradas también han ayudado a millones de personas. El efecto que la verdad divina que Jesús predicó y practicó tiene para remediar situaciones continuará creciendo en poder y en su influencia sobre toda la humanidad. Y esto es porque, como declara Isaías, “Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre”. Isaías 9:7
Es irónico que para muchas personas la temporada de Navidad sea una de las épocas de más ajetreo y Ilenas de tensión del año. Sin embargo, puede ser una de las más tranquilas y pacíficas si concentramos nuestra atención en el propósito espiritual de esa ocasión, es decir, en honrar el nacimiento de Cristo Jesús y el mensaje de armonía espiritual que trajo a la humanidad. El Cristo está aquí ahora. El poder divino del Príncipe de Paz reina, y sus bendiciones están al alcance de todos, no sólo en la Navidad, sino durante todo el año.