“¡Ahí está! ¡Ahí está! ¿La ves?”, exclama entusiasmada. Casi todas las noches, una persona a la que quiero mucho, se asoma a la ventana para ver una estrella en particular. Ella ha tenido que enfrentar muchas situaciones difíciles en su vida, y esa estrella como que la conecta con un ser superior que le trae calma y consuelo. Muchas veces le dice a alguno de sus familiares y amigos: “Te doy de regalo mi estrella, más bien, te la presto”, ”¡Disfruten todo lo que puedan!” Éstas son pequeñas expresiones de amor, y de un anhelo profundo de vivir en paz.
Los Reyes Magos del Oriente, percibiendo la Ilegada del Mesías, observaron la estrella que los guiaría a donde estaba el niño. Para mí, ese niño hecho hombre, Cristo Jesús, es la verdadera estrella que nos guía hacia la realidad de todas las cosas, y el Consolador que él prometió se manifestó, finalmente, como la Ciencia del Cristianismo o Ciencia Cristiana, diecinueve siglos después.
Ahora bien, esta Ciencia no es una religión más, es la revelación final de la existencia, de Dios y Su creación; es la declaración científica de que todo lo que nos presentan los sentidos materiales es tan solo una ilusión del pensamiento mortal, por más real y palpable que parezca. El Apóstol Pablo escribió a los Corintios: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”. 1 Corintios 2:14.
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