¿Puedes acaso volver nuevamente a Dios, al Dios que conociste de niño? ¿Volver a los brazos de Aquel a quien te tornabas con tanta confianza? ¿Sigue estando Dios allí para ayudarte? ¿Aún te ama?
Si te has sentido lejos de Dios, o si durante años has estado tan ocupado que te olvidaste de Él, ¿significa acaso que Dios ya no está más allí?
A lo largo de los años, al orar por la gente he visto infinidad de veces señales de la presencia constante de Dios.
Ya sea que la aparente separación de Él se haya presentado en forma de enfermedad, pérdida, adicción o maltrato, he visto cómo cada curación confirmaba que Dios nunca se aleja de nadie, ni por un instante. Aunque jamás hayas estado consciente de esto, tú no sólo has estado cerca de Dios, sino que has sido uno con tu Padre-Madre.
Es la presencia de Dios lo que hace que seas quien eres. De hecho, tu existencia misma, es el resultando de que Dios está siempre en acción. “En él vivimos, y nos movemos, y somos”, dice la Biblia. Hechos 17:28.
Sin duda, con el correr de los siglos, las ideas que el mundo tiene de Dios han ido avanzando. Aunque no existe un consenso general respecto a Su naturaleza, muchos de los tan trillados conceptos—como es el que describe a Dios como un anciano de barba blanca, sentado en una nube—han ido cediendo para dar lugar a la opinión de que Dios es una fuerza gobernante, siempre presente para bien en el universo, una fuente de entendimiento y fortaleza que está constantemente a nuestro alcance.
No obstante, persiste la percepción religiosa equivocada que afirma que Dios es un juez cruel y castigador. Que Dios vigila cada uno de nuestros actos y está pronto para aplicar en el futuro algún castigo o recompensa. Esta descripción de Dios, sin duda, no forma parte del cristianismo original.
Jesús en una ocasión relató una parábola que me resulta muy útil para determinar lo que Dios siente por nosotros. El relato se encuentra en el Evangelio según Lucas y comienza así: “Un hombre tenía dos hijos”? Véase Lucas 15. Uno de ellos decide pedir su herencia antes de tiempo. Quiere irse de su casa y gastar todo lo que tiene en lo que considera, por el momento, que lo hará feliz. Se lo conoce como “el hijo pródigo”, si bien en la parábola sólo se lo describe como el hijo más joven. "Prodigar" significa "disipar, gastar sin moderación", y es así como él actúa: desperdicia todo lo que se le ha dado en lo que se describe como vivir "perdidamente".
Cuando se le agota el dinero y no tiene nada que comer, comienza a tomar conciencia de la situación. Ya no se siente tan bien consigo mismo. Incluso se refiere a su persona como alguien muy bajo, como un pecador. Conmovido por esta opinión de sí mismo, decide hacer algo: "Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros". Lucas 15:18, 19.
En esta parábola, el padre representa a Dios, y me gusta pensar que los dos hijos representan a la gente en general, como tú y yo. Si Dios fuera en verdad un juez cruel y castigador—uno que está siempre viendo lo que hacemos para preparar algún castigo futuro—sin duda, Jesús en la parábola habría representado a Dios como alguien cruel, que no podría hacer otra cosa más que juzgar con frialdad a este hijo pródigo.
No obstante, no es eso lo que ocurre. El padre se siente tan feliz de ver que su hijo ha vuelto que organiza una gran fiesta. No lo juzga. No le dice: "Te lo dije"; ni tampoco "¿Por qué lo hiciste?", o "¿Cómo pudiste hacer algo así?" El padre simplemente ama, ama, ama.
La Biblia describe con certeza a Dios cuando lo presenta como Amor. Véase 1 Juan 4:16. Dios es mucho más que afectuoso. Dios es el Amor mismo, todopoderoso y siempre presente. Es el Amor más brillante, puro e incondicional que uno pueda imaginar. No importa qué haya ocurrido en nuestro pasado, Dios sólo tiene para brindarnos esta bondad y este amor.
Entonces, ¿qué es lo que nos corrige? ¿Qué nos hace avanzar por el camino de progreso? Hasta la más pequeña trasgresión se hace dura e indeseable, cuando la presencia ineludible y la luz espiritual del Amor divino y omnipotente la pone al descubierto. El amor de Dios es tan completo, puro y maravilloso, que trae a la superficie cada aspecto del pecado y sus consecuencias.
La espléndida bondad del Amor divino contrasta notablemente con el materialismo. Dios no castiga; más bien, es la atracción hacia el materialismo, a la cual respondemos, lo que produce el sufrimiento. Dios no envía ningún castigo. Es la pureza del Amor divino lo que pone al descubierto la fealdad del pecado y el materialismo por lo que son, de manera que podamos renunciar a ellos.
A veces el proceso de la destrucción del pecado puede ser bastante desagradable. Eso fue lo que le ocurrió al hijo pródigo. Si alguien se aferrara al ancla de un barco que se está hundiendo, sufriría hasta que se viera forzado a soltarse y regresar a la superficie. Lo mismo ocurre cuando cometemos errores en la vida. Si alguien elige algo que no es lo mejor, tarde o temprano tendrá que prepararse para sentirse incómodo. Por eso es importante vigilar atentamente qué deseamos y a qué tememos. A menudo, lo que la gente anhela con desesperación, la lleva por el camino equivocado.
El materialismo promete alegría y bondad, pero no puede cumplir su promesa.
Todo aquello que no es de Dios o de Su creación está en un estado de autodestrucción. Sin embargo, esta autodestrucción no destruye personas, sino que describe qué es realmente el pecado, es decir, una interpretación errónea de la verdad que se destruye a sí misma. En el caso del hijo pródigo, lo único que se destruyó fue el pecado que lo había mantenido sometido. La parábola de Jesús muestra que el proceso para obtener nuestra libertad no siempre es agradable, no obstante, el amor del Padre está allí presente para todos, en todo momento. Es tierno, constante e incondicional. No es de extrañar que a veces tengamos el fuerte deseo de sentir la presencia de Dios.
En el instante en que nos apartamos de las tentaciones materiales y corremos hacia Dios, quien nos ama tiernamente, descubrimos que el Padre nos está esperando con los brazos abiertos. "¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la pone sobre sus hombros gozoso". Lucas 15:4, 5.
No sé si habrá alguien que no se haya sentido perdido alguna vez como esa oveja. Puede que ese sentimiento haya durado apenas unos instantes o toda una vida. Sin embargo, Dios de ninguna manera nos ha visto a ti o a mí perdidos. Dios te ama muchísimo. La verdad es que eres "la niña de [Sus] ojos", como lo expresó un poeta hebreo. Salmo 17:8. Tú mereces ser alzado en los hombros de tu Pastor, el Amor divino, y regocijarte. No sólo una vez en tu vida, sino todo el tiempo. Y eso es justamente lo que está ocurriendo en este momento.
¿Qué sucede cuando estás como observador de la escena del hijo pródigo, y ves que un ser querido tiene una experiencia similar a la de ese muchacho? Es difícil no entristecerse cuando uno ve que otro es atraído hacia lo que parece ser lo peor para él o para ella. Dicha atracción tiene que ser falsa porque implica una promesa falsa, la promesa de un bien futuro en la materia, algo imposible que suceda. El materialismo—que hoy vemos como codicia, adicciones, venganza, obsesión con el ejercicio y la comida, sensualidad y egoísmo, y toda la acción autodestructiva que lo acompaña—promete alegría y bienestar. Pero no puede cumplir esa promesa. La materia no puede ofrecer lo que únicamente el Espíritu puede brindar.
El materialismo es un gran fraude. Observar cómo actúa la atracción falsa puede ser devastador. No obstante, el hombre y la mujer de Dios no tienen la tendencia natural de ser atraídos por algo que no sea Dios. La oración basada en este hecho espiritual es eficaz, útil y liberadora.
Como amigos o padres, tenemos un papel que desempeñar en la jornada de progreso de los demás. Cumplimos dicho papel cuidando de nuestros propios pensamientos. Lo que produce un cambio positivo no son tanto las palabras que decimos, como el amor afectuoso que sentimos del divino Padre, cuando se nos hace claro que Dios es la fuente de todo lo que es realmente bueno en la vida de un amigo o de un hijo. Y la totalidad del Amor es instantánea. No toma tiempo llegar a un ser querido. El Amor imparte constantemente integridad y dirección a cada uno de sus niños.
La gente decide aprender de maneras muy diferentes. El hijo pródigo optó por aprender de una manera que la mayoría de la gente cuestionaría. No obstante, su padre, aunque sabía a dónde había ido su hijo, no fue tras él. Simplemente lo amó, dejando que su hijo tuviera su propia experiencia, guiado por el Pastor. Hacer esto es una oración poderosa. Requiere de confianza, pero vale la pena hacerlo. Dios es el Pastor de todos y está con nosotros constantemente.
Percibir calladamente en oración el amor y la guía del Pastor en el corazón de cada uno, nos permite regocijarnos en lo que Mary Baker Eddy llamó “un inestimable sentido de la bondad del amado Padre”. Ciencia y Salud, pág. 366. A mí me encanta orar empezando por discernir el reino de los cielos dentro de cada persona con quien me encuentro. Hay un poder muy grande en el hecho de sentir simplemente que “el reino”—las cualidades tiernas, expansivas y equilibradas de Dios—está presente en tu prójimo y en ti mismo.
En cualquier situación, aunque seas el único que reconozca que la creación de Dios está dentro de alguien, es suficiente. El amor de Dios es el sello y la fuerza que dirige toda nuestra existencia. El Amor es el Dios que has conocido y en el que has confiado, siempre.
Dale la bienvenida al Dios que te ama de tal manera que te ha creado cien por cien espiritual y perfecto. Dale la bienvenida al Dios que siempre será tu compañero y tu más grande admirador; al Dios que nunca te conoció como un mortal fracasado, y que expresa para siempre en ti Su naturaleza pura y eterna. Bienvenido a casa.
