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EL LLAMADO DEL CRISTO

Del número de mayo de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Biblia nos cuenta en el Evangelio según Mateo, Mateo 4:21. que poco después de iniciado su ministerio, Cristo Jesús se dirige a Simón y Andrés, y luego a Jacobo y Juan, que estaban junto a su padre sus redes, y les dice: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres". Se relata que ellos, al instante, abandonaron todo y lo siguieron.

El Cristo, como la manifestación espiritual de Dios, se está dirigiendo constantemente a nuestro pensamiento para darnos perspectivas verdaderas de la naturaleza de Dios y la relación que todos tenemos con Él. El Cristo nos enseña el camino que nos lleva fuera de los intereses personales para encontrar satisfacción en el bien de los demás.

Tal como hicieron estos pescadores al escuchar el llamado de Jesús, nosotros también podemos obedecer el mandato del Cristo y seguirlo. ¿Estamos dispuestos a hacerlo? Quizá esto signifique abandonar un falso concepto acerca de nosotros mismos o de los que nos rodean. Ese falso concepto que nos dice que somos mortales, que estamos expuestos a toda clase de calamidades y que nada podemos hacer para evitarlo. Jesús prometió que aquellos que lo siguieran a él obtendrían cien veces más (obtendrían la idea correcta acerca de todo) y heredarían la vida eterna; Mateo 19:29. la idea correcta de que somos creados por el Espíritu, y que por lo tanto somos espirituales, plenos y perfectos; que no estamos sujetos al azar y los cambios, sino que por siempre estamos sostenidos y amados por el Creador, Dios. Al dejar las redes de los conceptos equivocados, se logra la verdadera idea acerca de todo lo que existe, y eso es seguir al Cristo.

La mente mortal, la supuesta mentalidad que desconoce y se opone a Dios, quisiera sugerirnos constantemente que somos seres creados por la materia y que estamos sometidos a ella hasta su fin. Pero tanto la Biblia como los escritos de Mary Baker Eddy enseñan un Creador que es el Espíritu y una creación espiritual y perfecta, y comprender esta verdad hace desaparecer la ignorancia acerca de Dios que se opone a este hecho innegable y que trata de hacernos creer en un poder opuesto al Todo-poder, Dios.

Hace cuatro años, tuve que razonar profundamente sobre este aparente conflicto entre el testimonio del sentido material y la evidencia del sentido espiritual, que describió la Sra. Eddy en Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras. Ciencia y Salud, pág. 288. Una serie de manchas en mi cuerpo fueron transformándose en algo mucho más agresivo, al punto que me impedía caminar o estar sentada, y la única posición en la que me encontraba ligeramente cómoda era acostada. Constantemente me sentía invadida por un sueño profundo, y apenas lograba permanecer despierta para comer o bañarme, cosa que me resultaba por demás dolorosa. Durante ese tiempo, pedí ayuda mediante la oración a una practicista, y a pesar de los cuidados de mi familia más cercana y el trabajo dedicado de la persona que estaba orando por mí, no conseguía salir del problema.

Cuando intentaba aplicar lo que había aprendido a través de los años de estudio de la Ciencia Cristiana, parecía como si una pared invisible me lo impidiera. Lo único que experimentaba era una sensación de dolor y de impotencia, mezclada muchas veces con una indiferencia por todo lo que me rodeaba, algo completamente apartado de mi habitual manera de ser. Yo no deseaba confiar en nadie más que en Dios para mi curación, y aunque algunas veces llegó a asaltarme el pensamiento de consultar a un médico, me resistí a hacerlo. Fue éste un momento decisivo en mi vida. ¿Debía abandonar todo lo aprendido acerca de Dios como el único Médico, o continuar apoyándome en la oración? Las preguntas se me hacían difíciles de responder debido a la apatía en que me sentía sumida la mayor parte del tiempo, pero de alguna manera supe que debía persistir con la oración.

Al llegar a ese punto, mi esposo, que también había estado orando para ver la solución al problema, sintió la inspiración de sacarme del estado mental en que me encontraba en ese momento. Para lograrlo, me invitó a ir con él a una ciudad bastante alejada del lugar donde vivimos. Al principio, me pareció algo absurdo que intentara hacerme viajar en momentos en que estaba completamente incómoda en cualquier lugar o posición, pero fue tanta su insistencia que finalmente accedí a acompañarlo. Fue realmente una bendición que lo hiciera ya que en el transcurso del viaje y durante nuestra estadía en esa ciudad, fui adquiriendo la comprensión necesaria para entender que nada había por sanar en mí, pero sí mucho por revelar acerca de mi ser espiritual y perfecto. Fue un tiempo de estudio, de conversaciones acerca de Dios, de nuestro ser verdadero y de las innumerables veces en que ambos habíamos encontrado respuesta a nuestras oraciones. Aunque regresé a casa sintiéndome todavía físicamente mal, tenía una sensación de libertad que no había experimentado en varios meses. De algún modo, la hipotética lucha que menciona Ciencia y Salud se estaba librando en mi conciencia, y yo comenzaba a aceptar la evidencia de los sentidos espirituales acerca de la verdad espiritual de mi ser, que es siempre pura y perfecta.

No había nada que sanar en la semejanza de Dios, en lo que yo soy verdaderamente.

Meses después, mi esposo me dijo que mucho antes de que se manifestara la curación, él había sentido que yo ya estaba libre de la enfermedad. Y así fue. A medida que iba aceptando el concepto verdadero acerca de mí misma, y por consiguiente acerca de las personas que me rodeaban, se evidenció la curación de mi cuerpo. Comenzaba a descubrir que nada había que mejorar en la imagen de Dios, en Su semejanza, en lo que yo soy verdaderamente, tal como nos enseña el primer capítulo del Génesis. Recuperé mi alegría y mi buen ánimo habituales, aunque esta vez basados en algo más profundo que en rasgos de carácter, ya que fui comprendiendo que esas cualidades me pertenecen porque son parte integral de mi existencia. Son las ideas correctas que conforman la idea compuesta que Dios creó. Dejar las viejas creencias materiales acerca de quién soy yo y quién es mi prójimo, fue como abandonar las viejas redes de los conceptos erróneos, y eso significó para mí obedecer el llamado del Cristo.

Durante algún tiempo, luego de pasar por esta experiencia de aprendizaje, las palabras de un poema de M. B. Eddy, actualmente el himno 253 del Himnario de la Ciencia Cristiana, me venían al pensamiento: “Es mi oración hacer el bien,/ Por Ti, Señor;/ De Amor ofrenda pura es,/ Do guía Dios”.

Convencida de que estas palabras expresaban mi deseo de obedecer la voz del Cristo, la presencia divina en mi conciencia, poco tiempo después solicité listarme en El Heraldo como practicista de la Ciencia Cristiana, y así dedicarme por entero a orar por los demás. Era mi anhelo que, al igual que yo, todos pudieran experimentar el poder sanador del Cristo, la Verdad, y disfrutar de la libertad que nos ofrece el conocimiento de Dios. Todo esto ha resultado en una bendición mucho mayor de lo que podría haber esperado. Es maravilloso ser testigo del efecto del poder de Dios en las vidas de aquellos que Le confían la solución de sus problemas.

La voz del Cristo hablando constantemente a nuestra conciencia. "Es la 'voz callada y suave' de la Verdad, expresándose", nos dice la Sra. Eddy en Ciencia y Salud. ibíd., pág. 323. Cada uno de nosotros está capacitado, hoy mismo, para escuchar y responder a esa amorosa voz, que nos invita a cambiar los conceptos erróneos sobre nosotros mismos y el mundo, por la idea correcta de un universo creado espiritualmente perfecto.

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