Hace unos años, comencé a tener fuertes dolores de cabeza, junto con un estado de desánimo y apatía, y de una gran depresión. Lo único que quería era estar en mi cama, a oscuras, sin hablar con nadie. Apenas podía leer, porque el dolor no me dejaba pensar. Eran períodos que a veces duraban hasta un día entero. Luego esos dolores se iban y pasaban varios días sin molestias, para después volver.
Esto provocaba algunas discordias en la familia, y afectaba tremendamente mi trabajo. Yo soy escribano y abogado, y en esos momentos me sentía un inútil. No quería hacer absolutamente nada; no quería dedicarme a temas de trabajo, ni de familia, ni hacer tarea alguna en la casa. Estaba anulado por la situación.
Recurría a la oración en busca de nuevas ideas que me ayudaran a superar ese estado. Si bien buscaba a Dios porque sabía que en Él estaba la respuesta y podía ayudarme, me sentía como dominado por las circunstancias y no lograba sentir Su presencia. Era una lucha interior. Hubo un pensamiento guiador que se me presentaba y que me sostuvo a lo largo de esta experiencia, el pensamiento de que en Dios está mi ser perfecto y que había una respuesta para mí y que iba a descubrirla si continuaba buscándola. Entonces me esforzaba por aplicar esa idea y escuchar los pensamientos espirituales porque yo sentía que esos pensamientos buenos me iban a traer la respuesta que necesitaba.
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