Hace unos años, comencé a tener fuertes dolores de cabeza, junto con un estado de desánimo y apatía, y de una gran depresión. Lo único que quería era estar en mi cama, a oscuras, sin hablar con nadie. Apenas podía leer, porque el dolor no me dejaba pensar. Eran períodos que a veces duraban hasta un día entero. Luego esos dolores se iban y pasaban varios días sin molestias, para después volver.
Esto provocaba algunas discordias en la familia, y afectaba tremendamente mi trabajo. Yo soy escribano y abogado, y en esos momentos me sentía un inútil. No quería hacer absolutamente nada; no quería dedicarme a temas de trabajo, ni de familia, ni hacer tarea alguna en la casa. Estaba anulado por la situación.
Recurría a la oración en busca de nuevas ideas que me ayudaran a superar ese estado. Si bien buscaba a Dios porque sabía que en Él estaba la respuesta y podía ayudarme, me sentía como dominado por las circunstancias y no lograba sentir Su presencia. Era una lucha interior. Hubo un pensamiento guiador que se me presentaba y que me sostuvo a lo largo de esta experiencia, el pensamiento de que en Dios está mi ser perfecto y que había una respuesta para mí y que iba a descubrirla si continuaba buscándola. Entonces me esforzaba por aplicar esa idea y escuchar los pensamientos espirituales porque yo sentía que esos pensamientos buenos me iban a traer la respuesta que necesitaba.
Un día, mientras oraba para sanar del dolor de cabeza, me vino un pensamiento que empezó a deshacer el mal; y me llegó en forma de pregunta: ¿Vas a sobreponerte al dolor por medio de la oración, o vas a seguir lamentándote y teniendo lástima de ti mismo? ¿Qué es lo más importante para ti, Dios o la situación que estás viviendo? Entonces me di cuenta de que debía confiar más en Dios, tenía que dejar de sentirme desgraciado, dolorido o molesto, y escuchar ideas nuevas.
Comprendí que debía dejar de tener lástima de mí mismo. Yo sabía que la respuesta estaba en Dios y, por ende, a mi alcance. Ocurrió que pocos minutos después de pensar esto, el dolor comenzó a disminuir hasta que desapareció por completo. Sin embargo, tiempo después volvió a presentarse. Para entonces yo estaba mucho más fuerte espiritualmente, y sabía que podía vencer esa situación de una vez por todas. Percibí que los pensamientos espirituales acerca del hombre como la imagen y semejanza misma de Dios, como dice la Biblia (Génesis 1:26), debían tener más peso en mi interior. Era necesario que reconociera mi identidad espiritual, pura y armoniosa, siempre bajo el gobierno de la Mente infinita.
También vi lo importante que es la oración en mi vida, esa oración en la que uno escucha lo que el Amor divino tiene para decirnos y darnos. Siempre encuentro inspiración en este pasaje de Ciencia y Salud: "El Amor divino siempre ha respondido y siempre responderá a toda necesidad humana" (pág. 494). Aquí puedo ver que las necesidades humanas ya tienen su respuesta, su provisión, en el Amor divino, y esto incluye la curación de cualquier malestar físico. Este fue el pensamiento que me guió—la punta de la madeja, digamos así—que me permitió salir del laberinto en el que me encontraba.
Otro pasaje que me ayudó mucho dice: "El poder de la Ciencia Cristiana y del Amor divino es omnipotente, es de veras adecuado para soltar la presa de la enfermedad, del pecado y de la muerte y destruirlos" (pág. 412). Si bien yo en ese momento parecía estar presa del mal, la verdad de Dios estaba allí presente para liberarme.
Esta condición duró unos dos años. Al principio me dominaba por completo, como expliqué. Pero cuando empecé a aplicar las ideas que mencioné percibí que podía sanarse y así pude rechazar el malestar con más facilidad; entonces se fue presentando en forma cada vez más espaciada, hasta que desapareció por completo. Esto trajo felicidad a todos en mi familia porque recuperé mi vida normal. De esto hace ya unos seis años.
El sanar de esa condición física exclusivamente por medios espirituales, aumentó mi confianza en Dios, y me ha fortalecido muchísimo.
Montevideo, Uruguay
