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Artículo de portada

Su plan no admite errores

Del número de mayo de 2009 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Carta Decía: “Aviso de Juicio Hipotecario”. Sentí como una opresión en el pecho. Hacía tres meses que no podía pagar la hipoteca de mi casa, de modo que sabía que la carta llegaría tarde o temprano. No obstante, fue un golpe recibirla.

Había comprado una casa junto con mi hermana y mi madre que era jubilada. Las cosas cambiaron cuando mi hermana se casó y se fue. Mi madre y yo ya no podíamos pagar la deuda, así que pensé que lo más lógico era vender y comprar algo más pequeño. Pero la venta de viviendas en ese momento estaba casi paralizada. Si bien yo estaba orando por esta situación, pienso que realmente le hablaba a Dios en vez de escucharlo.

Pasaron los meses, y no recibía ninguna oferta por la casa. Como si esto fuera poco, comencé a tener fuertes dolores de estómago y a perder el cabello. Muy pronto, estaba calva en varias partes de la cabeza. Siempre me había encantado mi cabello largo y esto me tenía muy preocupada. Además, me sentía avergonzada por el cambio en mi apariencia.

El pensamiento de que podía perder todo lo que tenía era muy insistente. Por un lado la casa que parecía ser una carga y por otro mi salud que no mejoraba.

Yo siempre me había apoyado en la oración para resolver los problemas, así que decidí dedicarme a escuchar mejor la dirección de Dios, en lugar de tratar de forzar las cosas y hacer todo sola.

Fue entonces cuando decidí levantarme temprano para leer todos los días la Lección Bíblica semanal de la Ciencia Cristiana, y reflexionar sobre las selecciones de la Biblia y de Ciencia y Salud. Me puse a orar específicamente por mí, mi familia, mi iglesia y el mundo.

Durante ese tiempo de estudio, leí un pasaje de la Biblia que me ayudó a comprender mejor dónde está realmente mi “hogar”. Los versículos son del Salmo 139 y dicen así: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás. Si tomare las alas del alba y habitare en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano, y me asirá tu diestra”. Salmo 139:7–10.

Este salmo me decía que Dios está siempre presente, que tiene control sobre todas las cosas y que es una protección para todos. Recordé que cuando era niña, mi hermana y yo jugábamos a que teníamos una casita. Solíamos hacer una casa debajo de la mesa, en el jardín e incluso en el bosque de pinos donde estaba la casa de campo de mi tío. Estos recuerdos me hicieron ver que el hogar de ninguna manera es una estructura física, sino un lugar especial en el pensamiento. Tiene las cualidades de paz, armonía y belleza, de felicidad y seguridad. Sí, esa sensación de “sentirte en casa”.

Otro pasaje de la Biblia que captó mi interés dice: “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo”. 1 Juan 4:18. Como todavía tenía dolores de estómago y se me seguía cayendo el cabello, sabía lo que era ese “castigo”. Fue interesante ver que el pasaje lo relacionaba con el temor; percibí que el antídoto espiritual contra el temor era el amor.

Por mi estudio de la Ciencia Cristiana, sabía que Mary Baker Eddy en Ciencia y Salud usaba la palabra Amor como uno de los sinónimos de Dios. Sentí que yo podía amar más. Podía amar el hecho de que Dios cuidaba perfectamente de mí, me dirigía, y me daba la provisión necesaria, a mí, a mi madre y a todos.

Orando de esta manera, en el curso de varias semanas obtuve una mejor comprensión de mi relación inquebrantable con Dios, y se me fue un poco el temor. Estaba aprendiendo que la tierna mano de Dios me guiaba y cuidaba de mí. Las circunstancias materiales que antes me habían parecido tan intimidantes, ya no me preocupaban.

Diariamente, tanto por la mañana como por la noche, continué tomándome el tiempo para orar y escuchar la dirección divina. Me sentía feliz, en paz y emocionalmente estable, aunque la situación de mi casa y mi estado de salud todavía no parecían haberse resuelto.

Estaba aprendiendo que Dios tenía un plan maravilloso y no era mi responsabilidad determinar cuál era. La explicación del término Mente, un sinónimo de Dios, en el Glosario de Ciencia y Salud, me trajo más inspiración: “El único Yo, Nosotros; Espíritu, Alma, Principio divino, sustancia, Vida, Verdad, Amor—únicos; el Dios único; no lo que está en el hombre, sino el Principio divino, o Dios, de quien el hombre es la expresión plena y perfecta; la Deidad, que delinea pero que no es delineada”. Ciencia y Salud, pág. 591.

Sabía que por ser hija de Dios yo incluía cualidades espirituales perfectas y podía expresarlas donde fuera que estuviera. Yo era “la expresión plena y perfecta” de Dios; completa y sana allí mismo. Este era mi verdadero sentido de hogar que estaba siempre conmigo; el hogar que no podía ser una carga, no podía perderse ni ser destruido, y tampoco podía ser expropiado. Sabiendo esto, podía confiar por completo en que la Mente divina dirigiría mi camino.

En medio de todo esto, comencé a recibir muchas llamadas de amigos y de otras personas, pidiéndome que orara por ellos. Esto me hizo sentir mucha humildad. Algunos tenían problemas económicos, por lo que a menudo pensaba: “¿Cómo voy a poder ayudarlos cuando yo tengo un juicio hipotecario?” Entonces, hacía una pausa y reconocía que debía expresar amor y compartir con ellos la maravillosa inspiración que estaba obteniendo a través de mi oración y estudio. Al compartirla con los demás fuimos todos bendecidos.

Me resultó interesante que relacionara el problema físico con el temor.

Para entonces, hacía tres meses que la casa estaba en manos de una immobiliaria, pero pronto me sentí impulsada a sacarla de la venta. Mi pensamiento cambió. Pensé: “Muy bien, Padre, si no puedo vender la casa ahora, muéstrame cómo puedo quedarme con la casa”. Continué confiando y escuchando.

En una semana, me sorprendió encontrar un nuevo trabajo con mejor sueldo. Luego, recibí una llamada en la que me pedían si podía enseñar durante algunas horas en las noches y los fines de semana, lo que me ayudó a tener una entrada más, algo que realmente necesitaba.

Una noche, estando en oración, me vino otra idea. Mi casa tenía más habitaciones de las que necesitábamos, y esto era una señal de abundancia por la que debía estar agradecida. ¿Acaso no podía yo compartir esa abundancia? Puse un aviso en el diario y en pocas semanas todas las habitaciones estaban alquiladas.

Al mes siguiente, pude pagar mi cuota de la hipoteca, mi cabello comenzó a crecer, y un día me di cuenta de que el estómago ya no me dolía. Simplemente, no había lugar para el temor en mi vida. Me sentí muy feliz y tuve un sentido más profundo de amor por Dios y todos Sus hijos.

Un par de años después, decidí dedicarme por completo a la práctica de curación de la Ciencia Cristiana.

El alquiler de las habitaciones resultó ser una bendición inesperada. Con los años, tuvimos estudiantes universitarios, una mamá sola con su bebé, y una pareja que trabajaba en el ambiente artístico. Existía un gran sentido de unidad y amabilidad entre los inquilinos. Finalmente, cuando llegó el momento de vender la casa, en un mes se vendió.

Todo esto ocurrió hace varios años, pero nunca me olvidé de las lecciones que me dejó. Nunca perdí la certeza de que mi verdadero hogar está aquí y ahora, bajo el tierno cuidado de Dios. Uno de mis poemas favoritos, escrito por Mary Baker Eddy, llamado “La oración vespertina de la madre”, amplía esta idea cuando dice: “...habita con nosotros el Señor, Su brazo nos rodea con amor”. Himnario de la Ciencia Cristiana, N° 207.

Hace poco, pasé por mi antigua casa, y recordé cuán importante es seguir orando cuando escuchamos noticias sobre la crisis hipotecaria. Tengo la esperanza de que mi experiencia pueda ayudar a otros a ver que nunca estamos solos. La presencia y provisión de Dios están aquí al alcance de todos, para siempre.

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