Cuando estamos seguros de quiénes somos sabemos cuánto valemos.
Pero a menudo puede que pensemos que somos lo que hacemos o lo que tenemos en términos monetarios. Decimos “soy contador”, o “soy electricista”, o “soy terratenient, o “soy pobre”. Y entonces nos sentimos sujetos a lo que hacemos o tenemos, porque pensamos que eso identifica nuestro ser.
En esta época en que los trabajadores de empresas han dejado de tener esa promesa de empleo seguro o que muchas inversiones han caído a valores no vistos desde hace décadas, es imperativo que nos cuestionemos si hemos de seguir asociando nuestro valor intrínseco con los vaivenes de los mercados laborales o financieros. Porque si no lo hacemos, corremos el riesgo de llegar a pensar que no valemos nada, lo que está muy lejos de la verdad.
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