El otro día una amiga me comentó que a veces siente que critica demasiado a otro miembro de la iglesia a quien ella admira. Me comentó que esos pensamientos le molestan, y que no logra sacárselos de encima. La hacen condenarse a sí misma, sentirse muy mal y, con frecuencia, confundida, y quería saber qué podía hacer al respecto.
Para la mayoría de nosotros, la experiencia de esta amiga probablemente no sea tan inusual. Tener pensamientos que no queremos parece ser algo propio de la condición humana, como el hambre o la fatiga. Afortunadamente, Dios y Su Cristo constituyen un antídoto eficaz.
El gran Apóstol Pablo reconoció que este fenómeno es una forma de intrusión mental. Se refirió al mismo como "el pecado que mora en mí", y comprendió que era ajeno a la inclinación natural que él tenía hacia la pureza y el bien ilimitado. Declaró abiertamente: "No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago". Romanos 7:17, 19.
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