Empecé a estudiar la Ciencia Cristiana cuando tenia 18 años. En esa época enfrentaba muchos problemas económicos. Debía solventar todos mis gastos sola y me había quedado sin trabajo. Al acercarse el día de pagar el alquiler, sentí mucho miedo y desesperación porque me quedaría en la calle. Al contárselo a una amiga, ella me recomendó que llamara a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara con la oración. La practicista me alentó y me dijo que no tuviera miedo porque estaba bajo el cuidado del Amor divino, que El me daba todo lo que necesitaba, incluso una ocupación.
Hablamos largo rato y sus palabras me tranquilizaron bastante. Después estuve orando y pensando en mi identidad espiritual, que por ser una hija amada de la Mente infinita yo no podía estar desamparada. Al otro día, cuando me desperté, pensé que si estaba bajo el cuidado de Dios, El ya tenía un lugar para mí y no debía tener temor. Así que en vez de buscar trabajo, salí a caminar.
Iba pensando en estas cosas cuando un lugar atrajo mi atención y entré. Sentí mucha tranquilidad y me quedé en la sala meditando. En eso se acercó el dueño y empezamos a conversar. Le dije que estaba buscando trabajo y le pregunté si tenía algo para ofrecerme. Así que me entrevistaron y ¡me contrataron de inmediato! Entonces le conté mi situación, que debía pagar el alquiler ese mismo día, y muy amablemente me propuso adelantarme un mes de sueldo para poder cubrir mis gastos, Empecé a trabajar al día siguiente. Trabajé largo tiempo en ese lugar donde tuve muchas satisfacciones y abundancia económica.
Más recientemente, viví otra experiencia importante. Estaba por iniciar un viaje a Europa donde pensaba permanecer un año, cuando cometí un error grave sin intención y tuve un problema legal. Era una situación muy incómoda, pues, me obligaba a permanecer en el país de seis a ocho meses. Tendría que presentarme y firmar ante un juez con frecuencia, lo cual me causaba bastante conflicto porque crearía cargos en mi expediente como una persona que había cometido un delito. Esto para mí era una complicación porque no me permitiría obtener una visa para visitar a mi mamá que vive en los Estados Unidos.
Sentía mucho miedo y tristeza. Mi abogado consideraba que no había solución porque sólo un empresario muy importante en México podía darme el perdón, y yo no tenía cómo solicitar esa ayuda. Entonces decidí llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana para que me apoyara con su oración. Fui a visitarlo y estuvimos orando y reconociendo mis cualidades espirituales. Él insistió en que Dios me había creado buena porque vivo en Dios, en el ahora; que nada externo podía alterar mi ser espiritual. Y había una justicia divina que estaba siempre presente.
Medité en este pasaje de Isaías que afirma: "No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que to esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia".¹ Insistí en que Dios me había creado decente y que en mí nunca hubo intención alguna de lastimar a nadie. El hecho es que simplemente había cometido un error y había aprendido mi lección. No tenía por qué seguir sufriendo; el Amor divino me protegía a mí y a todos a mi alrededor, incluso a la persona que había perjudicado, aunque no la conocía.
Pocos días antes de que finalizara el juicio, me llamo un amigo cercano y tuve la confianza de contarle lo ocurrido. Para mi sorpresa, me dijo que conocía muy bien a ese empresario y que hablaría de inmediato con él. Luego me llamó para decirme que este señor me apoyaría para resolver el problema.
Yo continué orando y, cuando llegó el día del juicio, llegaron mis abogados, pero no sabía si vendrían los abogados del empresario. Todo el camino venía aferrándome a la idea de que sólo Dios tiene todo el poder, que Él está en todas partes y que, por supuesto, iba a estar ahí conmigo. Finalmente, llegaron los abogados del empresario con las cartas correspondientes y firmaron todo, declarando que me perdonaban y eliminaban todos los cargos. La corte incluso me devolvió el dinero de una multa bastante grande que había tenido que pagar.
Ni el juez ni mis abogados podían entender cómo se había solucionado todo en dos días cuando yo no tenía acceso a esa persona tan poderosa. Yo les dije que Dios es el único que tiene el poder de decisión.
Finalmente, no viajé a Europa. Me quedé en México y se fueron abriendo las puertas. Entendí que estaba como escapando de mi país cuando tenía cosas pendientes aquí. Continué mis estudios y me gradué. Después me fui a vivir a otro estado donde me ha ido muy bien. Encontré trabajo y mucha paz. Maduré bastante en el sentido de que comprendí que no importa dónde esté, mi lugar siempre está en el ahora, en el Amor divino, esta es mi casa donde nada me puede faltar.
