Era de noche y ya me había acostado. De pronto sentí un dolor de cabeza como nunca había sentido, no por su intensidad, sino porque me dio la impresión de que no podía pensar ni hablar. También noté que no podía mover con libertad el brazo y la pierna derecha, ni la cabeza.
De inmediato me puse a orar a Dios y pensé: "Tú me enviaste para que haga Tu voluntad y harás que la tarea sea cumplida". Al pensar así, me refería a mis obligaciones con mis hijos que aún estaban todos estudiando. Poco después sentí mucho amor y seguridad en que Él me estaba sosteniendo en esos momentos.
Además, tratando de hablar lo mejor posible, le pedí a una de mis hijas que pidiera de inmediato la ayuda de una practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por mí.
Al día siguiente, si bien necesitaba tener los ojos cerrados todo el tiempo y no podía mantenerme en pie, me sentí más aliviada y pude hablar un poco. También pude escuchar a la practicista que me pidió mantenerme firme en mi confianza en Dios, el Padre-Madre de toda la creación.
La verdad es que nuestro ser es espiritual, es la expresión infinita de la Mente divina, la imagen misma del Espíritu, el Dios eterno e indestructible. El Amor divino nunca pierde de vista a esta imagen espiritual.
Asimismo, estudiando la Lección Bíblica de la semana, cuyas citas de la Biblia y de Ciencia y Salud están delineadas en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana, me encontré con esta frase en la Biblia: "Nunca más verás el mal" (Sofonías 3:15). De inmediato sentí que esa era la respuesta directa y que podía sentirme confiada. Con esa promesa poderosa de Dios me quedé descansando y más segura, sabiendo que esa verdad eterna me estaba sosteniendo y me sanaba; que era la verdad que mi Padre-Madre me estaba enviando en ese momento, y esa había sido y era la verdad para siempre para los que se cobijan bajo Su promesa y amparo.
Durante el reposo que hice durante esos días, traté de mantener en mi pensamiento esa idea central de que nunca más vería el mal en este u otro aspecto de mi vida.
Aunque las circunstancias externas no habían mejorado, suavemente se fue asentando en mi pensamiento que sólo podía experimentar el bien y que no hay mal en la vida.
La labor de la practicista a través del teléfono durante esos días fue permanente y guardo por ello gran gratitud.
Después de unos días pude volver a conversar y, poco a poco, después de algunas semanas comencé a caminar, aunque con dificultad, y más adelante el movimiento del brazo y la pierna se fue normalizando hasta que pude desarrollar mis actividades normalmente.
Durante esa dificultad no solicité un diagnóstico ni tratamiento médico, así es que sólo después de bastante tiempo supe que aquellos síntomas correspondían a lo que en el campo de la medicina se llama ataque cerebral.
Esta curación me dejó una gran lección de la importancia de mantenerse fiel a Dios, y cómo esto nos permite triunfar sobre cualquier desafío que pretende hacernos creer que nuestra vida es material, vulnerable, frágil y finita. En realidad, Dios es nuestra única vida, eterna, fuerte y llena de actividades.
    