Una mañana, hace dos años, salí a correr por Nueva Delhi antes de que hubiera mucho tráfico. Tenía pensado recorrer cinco kilómetros y, para no perderme, regresar por la misma ruta.
Pero unos perros callejeros alteraron mis planes, pues, dominando las calles secundarias a las 6 de la mañana reconocieron de inmediato que yo era un visitante. En un momento dado, varios de ellos se pusieron a perseguirme, ladrando y convocando a otros amigos caninos. No tuve mayor problema en pasarlos la primera vez; simplemente corrí más rápido. Pero al regresar tuve que elegir entre los perros o perderme regresando por otro camino.
Comencé a orar pidiendo ayuda a Dios y decidir qué camino tomar, entonces alcancé a una persona de la calle (una de los millones que hay en India), que iba en mi misma dirección. Caminé al mismo ritmo que él y le expliqué que por un tramo me mantendría a su lado debido a mi encuentro con los perros. Él no hablaba inglés y yo no hablaba hindi. Dudo que una persona blanca haya hablado con él antes, menos aún vestida con equipo para correr. Pienso que no tenía idea de por qué busqué su compañía, pero muy cordialmente me acompañó al pasar junto a los perros, quienes, en esta oportunidad, no mostraron ni el más mínimo interés en mí. Después de esas cuadras, le di gracias a mi anfitrión y continué corriendo.
¿Es demasiado idealista pensar que todos en el planeta, como mi amigo indio, son lo suficientemente ricos como para tener algo para dar, para servir a los demás? ¿No será que la división del mundo entre los que tienen y los que no tienen es artificial y totalmente errada, y que, por lo tanto, se puede superar? ¿Es acaso inevitable que quienes viven en nuestra calle, así como aquellos en nuestro mundo, sean arrastrados como por un torbellino por la economía mundial?
En el último capítulo de Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, la autora, Mary Baker Eddy, incluyó cartas de algunas personas que fueron sanadas mediante la lectura del libro. En una de ellas, una mujer de Chicago escribió que Ciencia y Salud la había apartado de los falsos dioses del pecado, la enfermedad y la pobreza, y llevado a tener una vida con mayor abundancia, e incluso a ayudar a otros.Véase Ciencia y Salud, pág. 697—698.
Otro pasaje—que no se encuentra hacia el final del libro, sino que está en el primer capítulo, un capítulo que explica cómo sanar mediante la oración—confirma la importancia de trabajar para superar la indigencia y la escasez: "Si damos la espalda a los pobres, no estamos preparados para recibir la recompensa de Aquel que bendice a los pobres".Ibid., pág. 8.
¿Pero es que Dios bendice realmente a los pobres? He consultado muchas traducciones y todas ellas confirman estas palabras de Jesús: "Bienaventurados, vosotros, los pobres, porque vuestro es el reino de Dios".Lucas 6:20.
El reino de los cielos pertenece a los pobres—y a todos—porque Dios bendice a todos infinitamente, desde aquellos que acaban de perder su casa hasta aquellos que están restringiendo al máximo sus gastos frente a los vaivenes del mercado y ahorrando para su jubilación. Como indica el primer capítulo de Ciencia y Salud, Dios es el Amor infinito, y Él derrama constantemente Sus bendiciones sobre cada uno de Sus amados hijos.
Lo cierto es que Dios está comunicando constantemente las ideas espirituales, prácticas y específicas que cada uno de nosotros necesita ahora mismo para expresar Su inteligencia, amor y bondad. Al expresar estas y otras cualidades divinas vemos que nuestras necesidades son respondidas. De esta manera, el padre desempleado con cuatro hijos en Kansas City; la madre en Kinshasa que está luchando para pagar la escuela de sus dos hijos; la joven familia de los suburbios de Buenos Aires que está tratando de comprar una casa; a todas estas personas, Dios les está dando las ideas exactas que necesitan para progresar. Siempre que nos esforzamos por ayudar a los demás, Dios responde a nuestras propias necesidades. Entonces, lo que realmente se necesita es ser receptivo para percibir estas ideas y ponerlas en práctica.
Pensemos, por ejemplo, en José, en la Biblia. Él no tenía nada y había sido injustamente puesto en prisión en un país extranjero. No obstante, tuvo la percepción espiritual y la capacidad para salvar del hambre a Egipto y a los pueblos de los países colindantes—incluso a su familia que se había apartado de él.Véase Génesis capítulos 37—45. Otro ejemplo se encuentra en el Segundo Libro de Reyes, capítulo 5, donde el ejército de un país vecino toma cautiva a una muchacha, quien demostró un inestimable espíritu de perdón y buena voluntad mientras servía en la casa de un general. Ella consideraba que el poder sanador de Dios era para todos, incluso para ese militar. Las acciones de esa joven llevaron a que ese hombre sanara de una enfermedad que acarreaba un estigma social y lo liberó de un malsano orgullo nacional. Ninguna de estas personas espiritualmente ingeniosas—ni José ni la joven—estuvieron esperando pasivamente a ver qué les traería la economía.
En este sentido, tal vez a veces pensemos que somos receptores pasivos de lo que sea que ofrezca la situación económica mundial. Pero comprender que las bendiciones que Dios tiene para cada uno de nosotros son incondicionales, nos ayuda a no depender del aumento en el valor de las acciones del mercado, y traen en cambio tranquilidad, así como un sentido de bienestar a las perspectivas económicas nacionales e internacionales.
No obstante, como colaboradores de la economía, es importante la forma en que nos vemos a nosotros mismos. El año pasado, durante una visita a Rwanda, descubrí que aunque el país tiene uno de los ingresos per cápita más bajos del mundo, las personas que conocí valoran quiénes son, y esto es clave para superar la pobreza. La gente se vestía con mucha pulcritud. Encontré que Kigali, la capital, y Butare, la otra ciudad importante, estaban limpias; e incluso hasta la casa más sencilla se veía bien mantenida. El cuidado meticuloso de los predios de las universidades me hizo sentir mucho respeto por la autoestima de la gente de Rwanda y por lo agradecidos que están por lo que tienen.
Al pensar en la provisión de Dios, recuerdo que cuando me hice practicista de la Ciencia Cristiana en 1987—dedicando mi tiempo a ayudar a los demás mediante la oración—yo les debía miles de dólares a mis padres, y me había comprometido a devolverles el dinero cuando terminara mis estudios universitarios. Pero me pareció que lo debido era dedicarme a este ministerio público, y así lo hice. También preparé un plan de pago de cinco años y pude pagarles todo el dinero en menos de tres.
En aquel entonces, y después, aprendí que demostrar, probar, la abundancia de Dios es una disciplina mental que debe estar motivada por el deseo de servirlo a Él y a los demás. Poco después de entrar en la práctica pública, oraba diariamente, si no a cada hora, de la siguiente manera: "La provisión que Dios tiene para mí es espiritual, constante, continua, puedo contar con ella, es algo en lo que puedo confiar y es abundante". No, no la usé como un mantra o una fórmula. Pero aferrarme a esta idea básica de Dios me ayudó a enfrentar y a vencer toda sugestión de escasez.
Años después, cuando me casé, mi esposa y yo en cierto momento nos dimos cuenta de que en los meses siguientes tendríamos muchos gastos y no sabíamos con certeza de dónde vendría el dinero. Entonces escribí en la parte de arriba de una página: "Dios responderá a todas nuestras necesidades". Luego hice una lista de los gastos y cantidades que tendríamos que pagar. Llevé conmigo esa hoja de papel durante varias semanas, revisándola con frecuencia para ayudarme a mí mismo. En pocos meses, cada una de esas necesidades fue respondida perfectamente.
A lo largo de los años he aprendido a pensar en la provisión no principalmente en relación con el dinero y dólares, que son finitos, sino en términos de la cualidades de Dios y de ideas, las cuales son infinitas, y a ver que todos tenemos acceso a esa abundancia. Hoy, libres de deudas, mi esposa y yo vivimos en una casa que responde totalmente a nuestras necesidades y bendice a otros de maneras muy prácticas, ya que nos permite acomodar a los miembros de nuestra familia y hacer reuniones sociales con los miembros de la iglesia.
Los Científicos Cristianos de todo el mundo, orando todos los días por la economía del mundo, se diría que en cierta forma ampliamos nuestra visión. Esta es la Oración Diaria de la Ciencia Cristiana: "'Venga Tu reino'; haz que el reino de la Verdad, la Vida y el Amor divinos se establezca en mí, y quita de mí todo pecado; ¡y que Tu palabra fecunde los afectos de toda la humanidad, y los gobierne!"Manual, pág. 41. Nótese que la Sra. Eddy usa signos de exclamación. Ese es un enfoque innovador para mejorar la economía, estableciendo esa conexión entre eliminar el pecado en uno mismo y enriquecer a todos en el mundo.
Cuando pienso en enriquecer los afectos de la humanidad, pienso en Dios que ayuda a todos a sentirse abundantemente amados al mismo tiempo que aprenden a amar. Me gusta pensar que esa Oración Diaria es una oración para eliminar la pobreza espiritual, no para que alguien reciba una vasija de oro, sino para que todos aprendan que el amor desinteresado es el cielo presente, y que sus vidas son enriquecidas y su estándar de vida es elevado a causa de él.
Elevar la economía para todos requiere que todos nos dediquemos a erradicar la opresión, incluso aquellas en sus formas extremas, como es el caso de los cosechadores de caña de azúcar que trabajan en condiciones similares a la esclavitud en la República Dominicana y en Brasil, o los niños que son obligados a trabajar en países en desarrollo, o aun las víctimas del tráfico humano que viven en países desarrollados, así llamados. Pero aunque la Biblia denuncia a los que oprimen a otros (véase Miqueas 3:1—3, por ejemplo), la pobreza se debe realmente a un opresor más sutil: a una percepción equivocada de la realidad que es en sí misma corrupta y opresiva. La misma considera que la materia es sustancial, mientras que ve al Espíritu, o Dios, como dudoso, vago, impráctico e irrelevante.
El libro de Éxodo relata cómo Dios elimina una manera de pensar que permite y apoya la escasez y la falta de equilibro. En ella, Dios—compasivo, generoso y clemente—acaba con la despiadada esclavitud de todo un pueblo. Cuando Dios los libera, ellos avanzan de un obedecer bajo fuerza a decidir voluntariamente servir al Único que requiere santidad de corazón: una santidad que les permite ver el propósito generoso y la provisión que Dios tiene para todos.
Entonces, ¿cómo podemos poner en práctica el pensamiento liberador de Éxodo, ejemplificado en los Diez Mandamientos?Véase Éx. 20:1–17. Pensando que todos los ciudadanos del mundo están unidos bajo el gobierno del Espíritu infinito. De esta manera, podemos negarnos a pensar de nosotros mismos o de cualquier otra persona, como meros consumidores en una economía basada en la materia, una economía que permite subidas, bajadas, escasez, opresión y desigualdad.
La mejor manera de ayudar a la economía mundial es ver que la empresa universal en general consiste en reconocer la santidad de Dios y el inapreciable valor de cada uno de nosotros como Su imagen y semejanza; reverenciar el nombre de Dios y ver que nuestras necesidades son respondidas a través de esa consagración, en lugar de ser impulsados por la servil ilusión de que la materia es la que brinda satisfacción y progreso. A medida que tengamos el desinteresado propósito de contribuir a la economía, en lugar de simplemente obtener algo de ella, podremos tomar mejores decisiones acerca de las finanzas de nuestra familia, y apoyar mejor la toma de decisiones económicas a un nivel más alto también.
Es con seguridad que cada uno de nosotros en todo el mundo tiene abundancia infinita, y lo podemos probar. También es cierto que todos podemos ser leales al llamado de sanar el egoísmo, el temor, la preocupación y la escasez. De esta manera comprobamos individual y colectivamente la promesa bíblica: "Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús".Filipenses 4:19.
