¿Has luchado interiormente alguna vez por dudar de tu fe? ¿Has anhelado de todo corazón encontrar respuestas que "alimenten tu alma"? ¿Has querido sentir que tu travesía espiritual va por el camino correcto?
Yo sí.
Cuando tenía dieciséis o diecisiete años asistía con regularidad a una Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. De hecho, había estado asistiendo toda mi vida. Conocía los Diez Mandamientos, las Bienaventuranzas. Me encantaban algunas historias de la Biblia. Pero no lograba sentir ningún entusiasmo ni vitalidad por mis convicciones.
Tampoco estaba seguro de que esa fuera una convicción propia. Quizás era la convicción de otras personas y no estaba seguro de querer creer lo que ellas creían. No lograba ver en mi propia vida los resultados que veía y escuchaba que otras personas relataban durante las reuniones de testimonios o en la Escuela Dominical. Ellos tenían curaciones mediante sus propias oraciones todo el tiempo. Se veían llenos de alegría, naturalidad y confianza. ¿Qué tenían ellos que yo carecía? ¿Cómo podía obtenerlo?
Seis años después, lo conseguí. O más bien, percibí el camino y empecé a caminar por él. Vi manifestado el poder de Dios en mi vida de una forma que yo podía comprender, explorar, sentir y confiar en él. Percibí el poder sanador de Dios en mi propia experiencia a través de curaciones físicas rápidas y convincentes. También me di cuenta de que tenía un camino muy largo por delante, a veces difícil, pero siempre satisfactorio. (Debo agregar hoy que no estoy seguro de que el camino vaya a terminar pronto, pero sí sé que explorar la naturaleza infinita de Dios hace que tengamos renovadas percepciones de la bondad de Dios, y esto trae como resultado curación y armonía.)
¿Qué había ocurrido? ¿Qué "revitalizó" mi fe? ¿Qué fuerza está al alcance de cada uno de nosotros para traer renovado discernimiento espiritual?
En resumen: un poder divino, no humano. En el transcurso de uno o dos años, sentí la presencia de Dios en una serie de circunstancias, de una manera real y tangible. Dios se había vuelto una realidad presente para mí, una realidad que empecé a comprender como Amor infinito, Mente inteligente, gobernándolo Todo.
El informe "Revitalización de la Iglesia" señala la necesidad que muchas iglesias tienen en general: "En el movimiento de revitalización de hoy, la práctica común ha sido que las iglesias 'espiritualmente letárgicas' llamen a un predicador revitalizador para infundir nueva vida a la congregación". Pero el informe llega a la siguiente conclusión: "¿Necesitamos acaso una revitalización? ¡No! lo que necesitamos es una transformación. ...La transformación es el resultado de nuestras oraciones para tener el valor y la gracia del Espíritu Santo;..."
Es probable que de adolescente yo no haya utilizado esas palabras—"oraciones para tener el valor y la gracia del Espíritu Santo"—pero ciertamente fue una muestra del poder y la presencia del Cristo lo que sentí y me "transformó". Me di cuenta de que había experimentado una verdadera revitalización, había despertado mi convicción de que existe un Dios—un poder en el que puedo confiar—que me ama a mí y a todos los demás, y que es un poder seguro al que todos podemos recurrir.
Ahora veo más que nunca que la fuerza impulsora de la Causa de la Ciencia Cristiana es el Espíritu Santo en acción. Es la Ciencia divina, las leyes de la Vida, la Verdad y el Amor divinos. Esas leyes son la fuerza motora del bien, y son la raíz de todo móvil y acción buenos y generosos de cada persona del planeta.
Probablemente pocos perciban que todo ímpetu bueno es impulsado por el poder divino. Pero la verdad es que todos somos influidos por este poder divino que se manifiesta en una forma organizada como la Causa de la Ciencia Cristiana. Sin embargo, ya sea que uno se considere Científico Cristiano o no, todos sentimos los efectos de ese mismo poder divino.
Aquellos que han dedicado su vida a la Causa de la Ciencia Cristiana han tomado la determinación de dejar que su vida sea gobernada por el Espíritu santo—la Ciencia divina—y forman el movimiento de la Ciencia Cristiana.
La participación en la Causa de la Ciencia Cristiana contiene elementos sociales y de organización. No obstante, el aspecto crucial sigue siendo espiritual. Nuestra participación es una expresión del compromiso que hemos asumido de ocuparnos en nuestra propia salvación como seguidores de Cristo Jesús. Requiere estar dispuestos a ser transformados a diario—de experimentar una revitalización, por así decirlo—por medio del Espíritu Santo.
Cuando sentimos que nuestra comprensión de lo real se eleva y alcanza una visión más clara mediante el poder del Cristo, el Salvador, inevitablemente se disuelve la manera de pensar material y es redimida. Como resultado se produce la curación, física y moral. Ese es el efecto inevitable de nuestra Causa. Y la experiencia individual con las leyes de Dios renueva y reaviva nuestra experiencia colectiva de adoración y de ese modo hace que nuestros servicios religiosos sean sanadores.
Cambiar solamente las formas externas de adoración sin reavivar nuestro espíritu no sustituye la renovación espiritual individual de cada uno de nosotros. Algunas iglesias se han sentido guiadas a sustituir los himnos tradicionales con canciones modernas acompañadas batiendo palmas. Otros prefieren continuar con los himnos que conocen. Pero ningún cambio de por sí, ni el aferrarse a la tradición pueden renovar nuestra fortaleza. Las formas externas puede que cambien con el tiempo, pero lo que es decisivo para la prosperidad de nuestra Causa es lo que está ocurriendo en el corazón de los miembros.
La Causa de la Ciencia Cristiana se revitaliza espiritualmente en la medida en que cada uno de nosotros cultiva el anhelo de experimentar una transformación en nuestra vida diaria mediante el Cristo, nuestro Salvador. Recurrir al poder del Cristo cediendo a él con el profundo deseo de sentir el poder divino que nos transforma y nos sana, revitaliza y renueva nuestra manera de vivir. ¿Cómo? Abriendo la puerta a una comprensión espiritual de la realidad y la Verdad.
La mente material humana no puede comprender la vastedad de la divinidad infinita. Sólo Dios puede definir y comprender Su propia naturaleza. Esta comprensión se expresa e individualiza mediante el Cristo. Nuestra verdadera naturaleza es manifestar la individualidad de Dios. A medida que la mente humana cede a la divina, se revela la verdadera comprensión de nuestra naturaleza en nuestra experiencia y trae curación y armonía.
La fuerza que respalda el desarrollo de esta comprensión espiritual es divina, y está en operación y es tan confiable hoy como lo fue en la época de Jesús. Nos hace apartarnos del materialismo, y nos "llena de entusiasmo", con más amor por Dios y el hombre, más respeto, aprecio y paciencia los unos por los otros, nos hace reconocer y estar más conscientes de la naturaleza espiritual de cada uno. ¿Y cuál es el efecto? Revitalización y prosperidad.
Conozco una pequeña iglesia filial que en los años 80 tenía entre diez y quince miembros. No había Escuela Dominical. Los miembros no tenían hijos menores de 20 años que pudieran asistir a ella, pero oraban por valorar y expresar una renovación de pensamiento tal que permitiera a los niños sentirse cómodos en su iglesia.
Un sábado, uno de los miembros estaba arreglando algo en el frente de la iglesia, cuando cayó a sus pies una pelota que había volado por encima de la cerca que separaba la iglesia de la casa de los vecinos. Momentos después, un niño de siete años vino corriendo a buscar su pelota. La recibió pero quedó intrigado con lo que el miembro de la iglesia estaba haciendo, y le preguntó qué hacía. Esta persona le contestó espontáneamente: "Estoy arreglando tu iglesia".
En ese momento vino su amiguito de seis años a buscarlo. "¿Mi iglesia? Esa no es mi iglesia", le contestó. "Pero lo es", le respondió el miembro y abrió con su llave la puerta. "Tenemos una Escuela Dominical aquí para ustedes. Entren y se las muestro". Y con esas palabras los invitó a pasar a la Escuela Dominical y les mostró donde se sentarían al día siguiente y les explicó lo que ocurre en una Escuela Dominical.
Al día siguiente, los dos niños asistieron. El más chico vino unas veces más, pero decidió que eso no era para él. Pero el otro niño comenzó a venir y asistió regularmente durante muchos años hasta que sus padres se mudaron. Ellos le permitieron asistir, aunque nunca mostraron interés alguno en la Ciencia Cristiana.
Ese niño fue la revitalización de la Escuela Dominical para esa iglesia. Él también trajo a algunos de sus amigos de la escuela y otros niños del barrio comenzaron a venir. La iglesia también creció. Muy pronto tenía casi el doble de miembros, y la Escuela Dominical entre ocho y diez alumnos.
¿Qué hizo esa iglesia? Cultivó el deseo práctico de amar a los niños y el efecto inevitable fue una Escuela Dominical creciente. Eso es lo que necesitamos cultivar, el deseo de amar a Dios y al hombre. Recurrir a Dios con el anhelo de hacer Su voluntad alimentará nuestra alma y renovará nuestras iglesias.
Mary Baker Eddy les pide a los miembros de La Iglesia Madre que oren a diario por ellos mismos, y luego agrega: "Cuando un corazón hambriento le pide pan al divino Padre-Madre Dios, no le es dada una piedra—sino más gracia, obediencia y amor. Si este corazón, humilde y confiado, le pide fielmente al Amor divino que lo alimente con el pan celestial, con salud y santidad, estará capacitado para recibir la respuesta a su deseo; entonces afluirá a él 'el torrente de Sus delicias', el tributario del Amor divino, y resultarán grandes progresos en la Ciencia Cristiana—también esa alegría de encontrar nuestro beneficio al beneficiar a los demás".Escritos Misceláneos, pág. 127.
¿Hay acaso influencias que intentarían oponerse a esa revitalización de nuestra alma, esa acción del Cristo que hace que nuestra Causa prospere? Sí, y necesitamos estar alertas. Si la revitalización revitalización de nuestra Causa es fortalecida por el anhelo, el deseo sincero, de ser transformados por Dios, entonces necesitamos estar alertas a todo aquello que desee acallar esa hambre espiritual.
Somos parte de la Causa de la Ciencia Cristiana en la medida en que esgrimimos la espada del Espíritu, la Palabra de Dios. La mentalidad material en general querría impedir que usáramos la Palabra, querría que dejáramos caer nuestra espada, que dejáramos de formar parte de la Causa. Pero el Científico Cristiano que hay en nosotros es el estado natural de pensamiento que desea ser uno con la Palabra, uno con la ley de Dios, uno con la Verdad que sana y salva.
¿Qué influencias quisieran quitar ese anhelo profundo? Una podría ser el orgullo del saber. Como cuando uno dice: "¡Eso ya lo sé!" Si alguien desea compartir con los demás su entusiasmo por haber descubierto algo nuevo al experimentar al Cristo de una manera totalmente diferente, qué respuesta más desalentadora puede haber que "Eso yo ya lo sé".
Quizás ya hayamos escuchado las palabras de esas ideas con las cuales nuestro amigo se siente tan entusiasmado. Pero la alegría que él expresa es nueva y refrescante, y merece nuestro respeto e interés. Nuestro deseo de aprender nos da la humildad para escuchar ideas que puede que pensemos que nos resultan conocidas. Tener el pensamiento abierto para recibir nuevas ideas siempre bendice, revitaliza, trae poder espiritual, regeneración y curación.
En definitiva, no es la cantidad de conocimiento que acumulemos lo que nos hace mejores seguidores de Jesús y mejores sanadores. Es más bien la humildad y el deseo de aprender qué lo produce. En otras palabras: No sanamos con el conocimiento estacionario, sino con la velocidad de nuestro crecimiento espiritual.
Los niños son maravillosos ejemplos de presteza, tanto mental como física. Jesús dijo claramente que necesitamos ser como niños pequeños para entrar en el reino de los cielos.Véase Mateo 18:3. Quizás los niños no sepan tanto como los adultos todavía, pero tienen el profundo deseo de aprender. Y el deseo da celeridad al pensamiento.
El hecho de que lo importante es nuestro deseo de aprender y no los años de conocimiento que tengamos, es muy alentador. Cualquier persona puede en algún momento de su vida volverse a Dios y percibir que su deseo de sentirse renovado por el Cristo es parte natural de su ser.
La revitalización de nuestra Causa es el efecto inevitable de la actividad del Cristo como se manifiesta en la prosperidad de nuestra propia práctica de la Ciencia Cristiana. El Cristo ya está actuando en cada uno de nosotros.
    