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Artículo de portada

Acabó la hemorragia

Del número de octubre de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


Hace dos años, empecé a tener una hemorragia que no estaba relacionada con el período. El sangrado duraba muchos días y era tan fuerte que a veces tenía náuseas. También me puse muy pálida y me sentía débil. 

Mi familia, vecinos y colegas del trabajo se preocuparon mucho cuando notaron mi palidez y mi cansancio. Todos insistieron en que fuera al médico. 

Leía la Lección Bíblica de la Ciencia Cristiana todos los días. Con este estudio, profundizaba mi conocimiento de la verdadera naturaleza de mi ser, que es espiritual y perfecta porque soy la imagen y semejanza de Dios, quien es el bien infinito e inmutable. Me aferraba a las verdades de la Lección Bíblica y esto me daba una gran sensación de paz, pues tenía la certeza de que nada podía quitarme la armonía de mi ser real. Sin embargo, para calmar la preocupación de todos, fui a ver a una ginecóloga en Luanda, donde vivía en aquel entonces. 

Durante la consulta, la doctora me hizo un ultrasonido y notó que el endometrio, la mucosa que recubre el interior del útero, estaba más grande de lo normal. Ella me hizo otra cita para recolectar material para las pruebas que haría en el futuro, y me dijo que, dependiendo de los resultados de las mismas, la condición podía ser preocupante. No me prescribió ninguna medicación. 

Le pedí a una practicista de la Ciencia Cristiana que me ayudara con la oración. Juntas reflexionamos sobre los siete sinónimos de Dios, como los da Mary Baker Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras: Mente, Espíritu, Alma, Principio, Vida, Verdad y Amor (véase pág. 465). Fue muy útil pensar que la Mente es el Creador, quien lo creó todo y a todos, y mantiene en armonía Su creación. También pensé en Dios como el Principio perfecto que controla todo con excelencia y mantiene a todos Sus hijos en perfectas condiciones.  

Mientras tanto, la doctora tuvo que viajar al interior de Angola, donde tuvo que quedarse por mucho tiempo, y yo me mudé a Huambo, también en el interior del país. Como esa doctora no había podido recoger el material para hacer las pruebas, mis familiares insistieron en que hiciera una cita con otro médico en mi nueva ciudad, y así lo hice.

Pensé en Dios como el Principio perfecto que mantiene a todos Sus hijos en perfectas condiciones.

Una tarde, visité un cibercafé para navegar por el Internet y ver mi correo electrónico. Allí encontré el comentario que un amigo me había enviado acerca de una de las historias de la Biblia de la Lección Bíblica de aquella semana, la cual, entre otras curaciones, incluía la de la mujer que había tenido flujo de sangre durante 12 años, y sanó cuando tocó el borde del manto de Jesús (véase Lucas 8:43-48). Mi amigo me escribió diciendo que todos tenemos esa misma capacidad para encontrar curación. Este comentario me hizo reflexionar. 

En la Ciencia Cristiana, aprendemos que el Cristo, la Verdad, es eterno y se revela constantemente a la consciencia humana. Me di cuenta de que la mujer en el relato de la Biblia estaba realmente siguiendo al Cristo con todo su corazón. Como esa mujer, yo también podía sanar si abría mi pensamiento al Cristo y permitía que mi pensar se llenara de la luz sanadora del Cristo.  

También pensé en este versículo de la Biblia: “Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley” (Salmo 119:18). Comprendí que las leyes de Dios establecieron cosas maravillosas, como son la armonía y la salud. En la realidad divina estas leyes siempre han estado en operación, y ninguna creencia errónea, como es la supuesta realidad de la enfermedad y la desarmonía, puede oponerse a ellas. Así como aquella mujer pudo percibir lo maravillosa que es la presencia sanadora del Cristo, yo también podía apartar mi mirada de la condición que me estaba preocupando, y concentrarme únicamente en las maravillas de Dios, las cuales revelan la perfección del ser real y espiritual de todos los hijos de Dios. Aquella tarde sentí que había sanado. 

Al día siguiente, fui a la cita con el médico en Huambo. Después de escucharme detenidamente, me examinó y llegó a la conclusión de que estaba bien. Me dijo que me fuera tranquila. Esto ocurrió a fines de 2011. Desde entonces, he estado totalmente libre de cualquier sangrado anormal. 

Mi gratitud a la Ciencia Cristiana no tiene límite, pues nos muestra cómo poner en práctica las leyes de Dios y cómo experimentar las maravillosas bendiciones que trae.

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