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¿Necesitamos entrar en el estanque?

Del número de octubre de 2013 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Original en portugués


El Evangelio según Juan habla de la curación de un hombre paralítico que durante 38 años se había acostado junto al estanque de Betesda (véase Juan 5:2-9). Con él había otras personas que estaban enfermas y esperaban el momento en que un ángel descendía y agitaba el agua del estanque, porque se creía que el primero que descendiera “al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese”.

Pero ¿por qué tan solo el primero que entra en el estanque es sanado? ¿Acaso las oportunidades para ser sano y feliz son el privilegio de unos pocos? ¿O el bien está al alcance de todos?

Al continuar leyendo el relato de la Biblia, vemos que Jesús le pregunta al hombre: “¿Quieres ser sano?”, a lo que el hombre responde: “Señor,… no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Es claro que el hombre quería ser sanado, pero este diálogo me hizo pensar que Jesús percibió que el hombre sería receptivo a la verdad de que su salud dependía de Dios, más que de la suerte o las circunstancias humanas, y que Jesús podía despertar en él su confianza en las oportunidades ilimitadas de Dios. Eso le permitió al hombre obedecer inmediatamente el mandato de Jesús: “Levántate, toma tu lecho, y anda”.

En Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras Mary Baker Eddy explica: “No está de acuerdo con la bondad del carácter de Dios que Él haga enfermar al hombre, luego deje que el hombre se sane a sí mismo; es absurdo suponer que la materia pueda tanto causar la enfermedad como curarla o que el Espíritu, Dios, produzca la enfermedad y deje el remedio a la materia” (pág. 208). Creer que la enfermedad o el mal son reales o imaginar que Dios depende de ciertas condiciones, como es el tiempo, para brindar salud y felicidad no está de acuerdo con la verdad de que Dios es el Amor siempre presente. Él ama infinita y equitativamente a toda Su creación, tanto es así que creó a todos perfectos, a Su imagen y semejanza. Dios gobierna todo y a todos con benevolencia. Al sanar al hombre en el estanque, Jesús probó que la salud y el bien son frutos del amor de Dios y es un derecho inalienable para todos Sus hijos ahora.

La salud y el bien son frutos de Dios y un derecho inalienable para todos Sus hijos ahora.

Conforme reflexionaba sobre esto, percibí que dilatamos la curación siempre que pensamos lo contrario y ponemos nuestra esperanza en factores humanos, tal como la suerte, las oportunidades humanas y la voluntad humana. El bien es parte de nuestro ser porque somos uno con Dios. Cuando reconocemos que el bien de Dios es nuestro derecho inalienable, porque Él es el bien omnipotente y omnipresente, percibimos que no necesitamos “entrar en el estanque” para ser sanados o encontrar la solución a nuestros problemas.

Soy bailarina y durante muchos años enfrenté obstáculos en mi profesión. Eran constantes los argumentos tales como, en Brasil no se valora el arte; hay pocas oportunidades para trabajar en el área artística; uno tiene que conocer personas influyentes para conseguir trabajo en las pocas producciones que existen en la ciudad; los bailarines de familias más adineradas pueden tener un mejor entrenamiento, por eso son elegidos en las audiciones. Al enfrentar esta competencia, empecé a pensar que sería más sensato encontrar otra profesión.

No obstante, el amor que yo sentía por la danza y la alegría de dedicarme a algo tan bello, siempre me hacía persistir. Con mi fuerza de voluntad logré algunas victorias, pero también enfrenté serios problemas económicos, a los cuales, en cierto momento, se sumaron otros problemas. En un período de dos años tuve que lidiar con la enfermedad y el fallecimiento de mi madre, el fin de una relación seria, y la pérdida de mi trabajo en la danza. Por más que amaba bailar, en aquel momento yo no tenía a nadie que me “metiera en el estanque”. En otras palabras, no contaba con ningún apoyo humano para seguir intentando cumplir mi sueño.

Pero al orar me di cuenta de que necesitaba colocarme enteramente bajo la guía de Dios, reconociendo que Él era la fuente de mi provisión, y confiando en que sería guiada a realizar una actividad que me diera la remuneración adecuada. También estaba dispuesta a aprender lo que fuese necesario y a dejar de condicionar mi felicidad a una profesión específica.

Esa manera de pensar me abrió el camino para descubrir que tengo talento para escribir, y responder así a las necesidades de mi hermana, que es actriz, y deseaba formar una compañía para producir piezas de teatro cortas y pequeñas producciones para eventos corporativos. Sentí que necesitaba tener una formación más sólida como actriz y tomé clases de teatro en una escuela pública, lo que mejoró la calidad de mi trabajo. Nuestra actividad se expandió y actualmente incluye también eventos culturales más grandes.

El bien es parte de nuestro ser porque somos uno con Dios.

Hoy sé que nuestro trabajo en el arte no es una carrera de obstáculos en la que algunos pocos consiguen entrar en el “estanque” de oportunidades limitadas. Como toda actividad correcta, es una expresión del Alma divina, la cual brinda mucha alegría y atiende todas las necesidades.

Satisfacción, felicidad y salud no son privilegios de unos pocos, sino un derecho que Dios otorga constantemente a todos Sus hijos.

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