El Evangelio según Juan habla de la curación de un hombre paralítico que durante 38 años se había acostado junto al estanque de Betesda (véase Juan 5:2-9). Con él había otras personas que estaban enfermas y esperaban el momento en que un ángel descendía y agitaba el agua del estanque, porque se creía que el primero que descendiera “al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese”.
Pero ¿por qué tan solo el primero que entra en el estanque es sanado? ¿Acaso las oportunidades para ser sano y feliz son el privilegio de unos pocos? ¿O el bien está al alcance de todos?
Al continuar leyendo el relato de la Biblia, vemos que Jesús le pregunta al hombre: “¿Quieres ser sano?”, a lo que el hombre responde: “Señor,… no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo”. Es claro que el hombre quería ser sanado, pero este diálogo me hizo pensar que Jesús percibió que el hombre sería receptivo a la verdad de que su salud dependía de Dios, más que de la suerte o las circunstancias humanas, y que Jesús podía despertar en él su confianza en las oportunidades ilimitadas de Dios. Eso le permitió al hombre obedecer inmediatamente el mandato de Jesús: “Levántate, toma tu lecho, y anda”.
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