De vez en cuando visito la ciudad de Leipzig, cuna de la pacífica revolución de noviembre de 1989, en la entonces República Democrática de Alemania. Todavía hay recordatorios de lo abierta que fue la resistencia política contra el régimen de Alemania Oriental, y cómo los manifestantes se negaron a ser disuadidos aun cuando se convocaron unidades armadas de la policía y el ejército.
También recuerdo cuando me armé de valor para unirme a la protesta en la ciudad donde vivía, y el temor de cómo reaccionaría el régimen político contra estas reuniones prohibidas. Puesto que la gente apoyaba cada vez más estas protestas, creció la determinación de no volver atrás. Muy pronto esta revolución no violenta llevó a la caída del régimen de Alemania Oriental y, poco después, del sistema político de todo el bloque oriental de Europa.
Esta experiencia me enseñó que no podemos quedarnos sentados pasivamente ante el mal. Si no podemos protestar públicamente, podemos mantenernos mentalmente firmes en lo que creemos, y ser parte de una “silenciosa, aunque optimista, mayoría”. Dentro de esa mayoría todo aquel que protesta contra la injusticia, la corrupción o cualquier otro mal, puede insistir en el poder de una idea más elevada que procede de su fuente espiritual, Dios Mismo. Esta convicción, abrigada en el pensamiento, se difundirá y facultará a las personas a actuar en nombre de la justicia.
Al mismo tiempo, necesitamos estar alertas a lo que la teórico política Hannah Arendt llamó “la banalidad del mal”. En 1961, Arendt hizo un reportaje para The New Yorker sobre el juicio en Israel de Adolf Eichmann, responsable del asesinato de millones de judíos. Durante las sesiones de la corte, ella quedó impresionada al darse cuenta de que este hombre no era un demonio ni un monstruo, sino un burócrata ordinario que insistía en que él sólo había cumplido órdenes. Después de esta experiencia, ella advirtió de las terribles atrocidades que pueden volverse a cometer si la gente no reclama su derecho de pensar.
En la Ciencia Cristiana, la respuesta al mal yace en comprender las múltiples formas en que Dios se expresa a Sí Mismo en todo hombre y mujer.
Mary Baker Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, conocía bien el poder del pensamiento. Con valor, enfrentó resentimientos y amargas críticas que surgieron porque ella tuvo el atrevimiento de comprender al hombre desde una base diferente que sus contemporáneos. Mediante su estudio de la Biblia, ella entendió que Dios era sólo el bien y era amoroso, que era omnipresente y omnipotente, y el hombre era Su imagen y semejanza perfecta.
Su libro Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras explica que no tenemos que temer las manifestaciones del mal, al que ella a menudo resume como pecado, enfermedad y muerte. También escribió que aun cuando no seamos directamente afectados no podemos simplemente mirar para otro lado ante el sufrimiento ajeno. En la Ciencia Cristiana, la respuesta al mal yace en comprender las múltiples formas en que Dios se expresa a Sí Mismo en todo hombre y mujer. Cada persona tiene una naturaleza espiritual, y nuestras oraciones pueden apelar a esta naturaleza.
Dios le dio al hombre la habilidad de pensar con claridad y adoptar el bien, no el mal. Todos podemos usar esta habilidad para oponernos al error, para contrarrestarlo conscientemente y minimizar su influencia en nuestros propios pensamientos y acciones.
Al contemplarlo sobre la base de esta Ciencia, el hombre no está controlado por el despotismo, la estupidez o la obediencia ciega. Cuando nos enfrentamos con esas tentaciones, podemos obtener fortaleza aplicando esta declaración de Ciencia y Salud: “Al resistir el mal, lo vences y compruebas su nada” (pág. 446).
Confiar en la habilidad que tiene cada uno de actuar con moralidad así como de pensar inteligentemente y con inspiración, puede llevar a que se produzcan cambios positivos, incluso en la silenciosa mayoría. Si hay cierta certeza de que aquellos que guardan silencio no están de acuerdo con el mal proceder y no ceden al poder del mal generalmente aceptado, es más probable que las personas eleven sus voces audiblemente.
De esta manera la mayoría silenciosa brinda apoyo a aquellos que enfáticamente se oponen contra la influencia del mal. Toda contribución en la lucha contra el mal y contra la manipulación condescendiente, es necesaria. De hecho, toda persona pensante tiene el poder y la responsabilidad de ayudar a contrarrestar las fuerzas del mal, de probar que el mal no tiene poder.
Dios le dio al hombre la habilidad de pensar con claridad y adoptar el bien, no el mal.
En la época del Socialismo Nacional en Alemania, Oskar Schindler salvó a más de 1000 judíos de los campos de concentración, y gente que conozco escondió a una mujer de los nazis. Los Científicos Cristianos, a pesar de las amenazas de represalias, estudiaban esta Ciencia, la cual fue prohibida por los nazis, y después por los comunistas en Alemania Oriental. La practicaban para ellos mismos y para otros, aunque estaban amenazados de ser arrestados por la Stasi (policía secreta).
Para mí, estaban poniendo en práctica este pasaje de Ciencia y Salud: “La Ciencia Cristiana alza el estandarte de la libertad y exclama: ‘¡Seguidme! ¡Escapad de la esclavitud de la enfermedad, del pecado y de la muerte!’ Jesús trazó el camino. Ciudadanos del mundo, ¡aceptad la ‘libertad gloriosa de los hijos de Dios’, y sed libres!” (pág. 227).
La verdadera libertad está autorizada por Dios (véase Gálatas 5:1). Apoyar en oración los esfuerzos de aquellos que procuran lograr la libertad y ejercer los derechos democráticos, como son el voto, el uso de los medios sociales y otras formas de interactuar con los demás; o reconocer que la corrupción no tiene poder, son ejemplos de arenas mentales en las que nuestras oraciones pueden producir un cambio favorable.
Mi creciente comprensión de la libertad inherente al hombre por ser hijo de Dios, ha fortalecido mi convicción sobre la importancia que tiene cada contribución a la causa para liberarse de la dominación, y en pro de una vida apacible bajo la ley divina.