En una época, trabajé durante seis años como acompañante terapéutico, y convivía con una paciente. En su casa se reunían todas las noches unas 15 personas y se fumaba mucho. Al cabo de un tiempo, comencé a sentirme un poco ahogada y pensé que se debía a toda esa humareda. Así que le comuniqué a mi paciente que iría a dormir a casa de mi madre.
Como me seguía sintiendo muy mal, decidí consultar con un médico para tranquilizar los temores de mi madre. Acudí acompañada por una amiga.
El doctor me mandó a hacer una radiografía y cuando la vio me dijo que como máximo me quedaban 10 años de vida. El pronóstico fue que se me produciría una atrofia y terminaría mal. Sus palabras me impactaron de tal manera, que simplemente me levanté y me fui.
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