Desde hacía meses esperaba que llegara el momento de emprender mi viaje de conferencias a Lomé, Togo. Y ahora, finalmente sentada y con mi cinturón de seguridad puesto en el vuelo de Air France en mi primer viaje a África, no me sentía para nada bien. No había podido dormir mucho la noche anterior y tenía síntomas de gripe, así que ni bien despegó el avión traté de dormir una buena siesta.
Aunque tenía puestos mis auriculares para bloquear el ruido, pasaron algunas horas en que mi sueño se interrumpió con frecuencia por las conversaciones que había a mi alrededor. Creo que jamás he estado en un vuelo con tanta gente feliz. El avión estaba lleno de ciudadanos de Togo que parecían conocerse y estaban regresando a sus hogares para las fiestas navideñas, hablando, riendo y pasándose de un asiento a otro a los bebés felices y regordetes. Parecía que el hombre sentado a mi lado era una celebridad y muchos de los pasajeros lo reconocieron y venían a charlar con él. Cuando no conversaba con nadie, noté que esta persona leía con mucho interés de los libros de Salmos y Proverbios, así como del Nuevo Testamento.
Pocas horas después, aún me sentía mal. Por primera vez desde que comenzara el vuelo me quité los auriculares y empecé a prestar atención a lo que pasaba a mi alrededor. Antes de que los auriculares siquiera tocaran mi regazo, mi compañero de asiento me preguntó: “¿Es este su primer viaje a Togo?” Y empezamos a conversar.
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