Cuando cursaba el tercer año en la universidad, decidí abrir con dos amigos una agencia de publicidad. Muy pronto me di cuenta de que a veces el tiempo no me alcanzaba para hacer las dos cosas, mis estudios y la agencia. Una semana en particular, como que todo se me juntó y se transformó en una carga enorme.
Estuve bastante preocupada hasta que me di cuenta de que podía orar por esto. Casi de inmediato recordé una frase de la Biblia que dice: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios” (Salmos 46:10). Esta idea me tranquilizó porque comprendí que no estaba sola. Pensar que debía estar quieta no significaba que yo no iba a hacer nada. Simplemente tenía que confiar en que Dios me guiaría a hacer todo con sabiduría, que el Amor divino es un poder que puede resolverlo todo, y que está a nuestro alcance y es demostrable.
Cuando sentía la tentación de preocuparme recordaba ese pasaje de la Biblia, y se fortalecía mi certeza de que todo estaba bajo el control de Dios. Como resultado, algo genial pasó esa semana. Las cosas se fueron acomodando solas y al término de esos días había cumplido con todas mis obligaciones sin que hubiera planificado ni controlado nada, y todo salió bien.
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