Siempre me ha gustado la historia en la Biblia cuando Jesús sana al leproso. Dice así: “Vino a él un leproso, rogándole; e hincada la rodilla, le dijo: Si quieres, puedes limpiarme. Y Jesús, teniendo misericordia de él, extendió la mano y le tocó, y le dijo: Quiero, sé limpio. Y así que él hubo hablado, al instante la lepra se fue de aquél, y quedó limpio” (Marcos 1:40-42).
Es sorprendente ver cómo una historia tan breve puede enseñar tan importantes lecciones. Una es la humildad que mostró el leproso al acercarse a Jesús. También su total certeza en el poder del Cristo que lo impulsa a pedir al Maestro ser limpiado. Y por otro lado, está Jesús, quien no sólo siente compasión por este hombre, sino que contrario a lo que cualquier otra persona hubiera hecho, pues en aquella época los leprosos eran despreciados por la sociedad y obligados a vivir alejados muchas veces en cuevas, lo toca sin temor alguno, y el mal desaparece.
Con esa misma confianza y humildad, podemos nosotros recurrir al Cristo, la idea divina de Dios, ante cualquier desafío que podamos enfrentar, sabiendo que la pronta respuesta del Cristo en nuestro corazón siempre será: “Quiero, sé sano”, “Quiero, sé libre”, “Quiero, sé feliz”, “Quiero, está en paz”.
Dios no hace acepción de personas. Su respuesta, llena de amor y compasión, siempre será inmediata y reconfortante, cualquiera sea nuestro origen, raza, nivel social, género, creencia religiosa, pues Dios y Su Cristo sólo conocen al hombre creado a imagen y semejanza de Dios que es la identidad de cada uno de nosotros.
Mary Baker Eddy afirma que “El Cristo es la verdadera idea que proclama al bien, el divino mensaje de Dios a los hombres que habla a la consciencia humana” (Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, pág. 332). Todos somos receptivos y tenemos la capacidad de escuchar los mensajes que el Amor divino nos envía constantemente.
Y como demuestran los artículos y testimonios publicados en este número de El Heraldo, cuando confiamos de todo corazón en el Cristo, la Verdad, nosotros también podemos sanar enfermedades, resolver problemas económicos y de relación, e incluso terminar con las guerras.
Con afecto,
    